SOCIEDAD › RECORRIDA POR JESúS MARíA, EN CóRDOBA, UNO DE LOS EPICENTROS DEL DESASTRE POR EL TEMPORAL

La ciudad donde el agua se llevó casas enteras

El río Guanusacate, en su crecida, arrastró televisores, colchones y todo tipo de objetos. También socavó varias casas, que se terminaron desmoronando. Testimonios del drama en un pueblo que pocos días atrás festejaba con el Festival de Doma y Folklore.

 Por Leonardo Rossi

Desde Jesús María, Córdoba

Televisores, colchones, grandes bloques de escombros, partes de techos se iban por el río Guanusacate. Los indicios, que con consternación veían los vecinos, se tornaban en prueba de uno de los días más tristes de la historia de esta ciudad, ubicada a cincuenta kilómetros de la capital provincial, por la ruta 9 Norte. Muy lejos quedó la celebración de los cincuenta años del Festival de Doma y Folklore, ocurrida en enero. Las últimas dos semanas de febrero y el comienzo de marzo se cubrieron de drama. En las últimas horas se desmoronaron cuatro viviendas y otras cinco permanecían en riesgo al cierre de esta nota. Entre martes y miércoles fueron evacuadas más de 150 personas.

A última hora del lunes comenzaba a sentirse la llovizna, como sucedió casi sin interrupción en los últimos veinte días. Las gotas ganaban en intensidad y cantidad. Luego de la crecida del 15 de febrero, a causa de la cual falleció Mariana Di Marco, vecina de la ciudad, el cuadro de angustia y temor estaba a flor de piel. El agua no dio tregua en toda la madrugada. Otra vez más de cien milímetros caídos en una noche y ningún rastro de que el clima fuera a componerse. En las primeras horas del martes, la furia del río ya se había desatado. El ruido de árboles caídos y el socavamiento de las márgenes marcaban tiempo de descuento para decenas de familias.

El peor día

Al oeste de la ciudad, el barrio Las Vertientes fue uno de los más golpeados. El río trabajó en los últimos días sobre la costanera, primero, en la calle que separaba el curso de agua del barrio, después, y finalmente sobre las propias viviendas. Todo quedó arrasado. “El martes comió veinte metros, se llevó la costa y la calle”, cuenta agitada Cecilia Bua (41), mientras ayuda a vaciar la casa de sus padres, pegada a una de las viviendas que cedieron hace poco más de 24 horas. La mujer repasa la secuencia que vivieron: “El río pegaba de margen a margen, hasta que empezó a arrastrar los árboles, y también veíamos pasar colchones, una tele. Cerca de las ocho fue la crecida grande, y a la tarde, como a las tres, tiró las casas”. “Ya desde las siete de la mañana la gente se iba de sus casas, llorando. No podían sacar sus cosas, porque el frente había quedado sobre el río”, agrega Agustina Zaya (17), para pintar el panorama de nerviosismo durante la mañana del martes.

La zona permanece en alerta. Mientras las máquinas municipales tiran paladas de tierra para reducir el impacto del socavamiento, los vecinos tratan de sacar lo más que pueden de las viviendas.

Del otro lado del río, justo enfrente, la fotografía del colapso es más clara. Las casas desmoronadas y las que están en un delicado equilibrio no dejan de azorar. Mujeres y hombres miran incrédulos esa parte de Jesús María que solía ser lugar de mateada los fines de semana, y hoy luce desfigurada. Mario González (77) y Gladis Garay (74) llevan 47 años de vida frente al río. “Nunca viví algo así”, dice el hombre, cruzado de piernas, y con la mirada perdida en algún sitio de su memoria. “Teníamos mucho miedo, pero no nos queríamos ir, aunque el agua estaba en la puerta de casa”, comparte. Desde este hogar hoy puede verse el otro lado del río, pero hasta hace un par de días eso era imposible por la arboleda que habitaba la costanera. “Estaba lleno de árboles y para noso-tros, que nos gusta el verde, todo esto es muy triste. Crujían los pobres árboles, como que se aferraban a la tierra”, narra Gladis, con sus ojos tan abiertos de desconcierto como si reviviera esa película. La mujer, con una entereza que asombra, suelta una frase que se repite por estas horas: “Fue el peor día”. “Daba vueltas y me preguntaba ‘¿qué tengo que hacer?’.”

Agua brava

Hacia el norte de la ciudad, la crecida también hizo lo suyo. La paradoja: el barrio Agua Mansa se convirtió en escenario de una pesadilla con un río como protagonista. “Nos despertamos como a las tres, porque se sentía la fuerza, y ya a las cinco el río traía agua como loco. Fui a la cocina, que tiene ventana al frente, y ahí veo que venían oleadas, como un mar, y se escuchaba como cuando tiran camionadas de escombros. Una película de terror”, puntea Roxana Miño (42). Su casa está ahora a unos dos metros del río, en una situación crítica. Se había mudado allí con su marido y sus dos hijos en diciembre, luego de cinco años de construcción. Entonces, el río estaba a ochenta metros.

Roxana y su familia han vaciado la vivienda, sacaron todos los muebles, electrodomésticos, puertas, ventanas, y todo lo que pudieron llevarse bajo el diluvio del martes. Calle de por medio, enfrente, otra familia tuvo menos suerte. “Vimos cómo se caía esa casa. Hizo un ruido fuerte y desapareció”, dice con lágrimas contenidas. Hacia adelante nada es nítido. Su vivienda es una de las más comprometidas, y por ahora se hospedan en casas de amigos. ¿Qué harán después? “Que Dios nos ayude”, responde. En ese instante el río, desafiante, despedaza los márgenes y hace caer como a cachetazos grandes bloques de tierra.

Al cruzar la calle, también hace guardia Ana Gudiño (39), ladeada por sus hijas Paula (12) y Constanza (3), y su hijo Valentino (1). Está a una casa de por medio del chalet arrastrado por el río hace un día. “No dormí toda esa noche, y cerca de las cinco se sintió el ruido de la crecida, que se llevaba todo.” En su casa empezaron a guardar las pertenencias de Javier González, quien finalmente perdió su propiedad. “Alcanzaron a sacar poco, y como a las siete y media él dijo ‘mirá cómo se viene abajo mi casa’”, rememora Ana, y otra vez un rostro que se tensa, una mirada que se quiebra. Cecilia, Mario, Gladis, Roxana, Ana, y cientos de personas vivieron el peor día. Y aunque el pronóstico no da buenas perspectivas, hacen fuerza para que poco a poco regrese la calma.

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A la pesca de objetos arrastrados por la correntada del río Guanusacate, en Jesús María, una de las ciudades más castigadas.
Imagen: Télam
 
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