SOCIEDAD › POLEMICA EN TORNO DE UNA PAREJA DE EE.UU. QUE DECIDIO TENER HIJOS SORDOS

Las mujeres que eligieron el silencio

Se trata de dos mujeres lesbianas, que decidieron tener hijos con fertilización asistida y buscaron que fueran, como ellas dos, sordos. Consideraron que así el grupo familiar es más homogéneo. La difusión del caso abrió una fuerte polémica en Estados Unidos. Opinan especialistas y la titular de una asociación de sordos.

Por Enric González *
Desde Washington

Sharon Duchesneau y Candice McCullough, terapeutas y residentes en los suburbios de Washington, son lesbianas y forman pareja desde hace ocho años. Ambas son sordas. Y cuando quisieron tener hijos, por inseminación artificial, tomaron una decisión muy polémica: eligieron que fueran también sordos. Tanto la niña, Jehanne, de cinco años, como el niño, Gauvin, de cinco meses, lo son. La difusión del caso abrió una fuerte polémica en la que se reflejan las contradicciones que envuelven el tratamiento social de ciertas discapacidades, tanto en EE.UU. como en el resto del mundo.
Ambas mujeres fueron objeto de un amplio reportaje en The Washington Post y ocupan, desde entonces, el centro de una intensa controversia. “Es una vergüenza imponer, de forma voluntaria, límites al potencial de un niño”, afirma Alta Charo, profesor de Bioética en la Universidad de Wisconsin. “No puedo entender por qué alguien quiere traer al mundo a un niño con una minusvalía”, comenta Nancy Rarus, de la Asociación Nacional de Sordos de los EE.UU. Pero Sharon Duchesneau, licenciada en Medicina y Bioética, indica que la sordera de sus hijos permite que la comunidad familiar sea más homogénea. Y añade: “La gente sorda hace que la sociedad sea más diversa y, por tanto, más humana. Hemos elegido que nuestra descendencia sea sorda, igual podríamos haber elegido lo contrario. ¿Es bueno utilizar la ingeniería genética para acabar con características como la incapacidad de oír?”.
Para Duchesneau y McCullough, ambas con antecedentes familiares de sordera desde cuatro y cinco generaciones, respectivamente, resultó fácil encontrar un donante de semen que fuera sordo. No había semen con esas características genéticas en los bancos de esperma, que excluye a todo donante afectado de minusvalía. Pero sí había hombres dispuestos a ejercer como padres biológicos en su “comunidad”. Cerca de Washington está la Universidad Gallaudet, la única del mundo que sólo acepta estudiantes sordos. Allí se licenciaron las dos mujeres y en torno de ella, de forma natural, se ha creado una colonia de sordos, profesores y alumnos. Es la “comunidad” en que la pareja lesbiana encontró a un universitario, sordo de quinta generación, que donó el semen. La “comunidad”, como muchos otros estadounidenses con problemas auditivos, no cree que la sordera sea una minusvalía, sino más bien la característica central de una “cultura”, una “identidad”.
Duchesneau y McCullough no podían tener la seguridad de que su descendencia, o más bien la de Duchesneau y del donante masculino, fuera sorda. “Habríamos aceptado un bebé con capacidad auditiva, por supuesto. Habría sido una bendición. Pero un bebé sordo era una bendición especial”, explican.
Nancy Rarus, de la Asociación Nacional de Sordos y sorda de nacimiento, no comprende a la pareja lesbiana, pero admite que “hay muchos, muchos sordos que desean hijos sordos”. ¿Por qué? Porque así la familia comparte un mismo lenguaje, el de los signos, una misma habilidad para leer los labios y una misma forma de vida. La “comunidad”, además, se relaciona intensamente entre sí y sólo ocasionalmente con “oyentes”, por lo que la incapacidad de oír facilita la integración. Además, las organizaciones de sordos han insistido durante años en que la incapacidad de oír no es motivo de vergüenza o de inferioridad personal o social, y ese mensaje ha acabado creando un cierto orgullo. “La sordera constituye una forma de normalidad, distinta de otras normalidades, pero no inferior”, afirma Candice McCullough.
Sharon Duchesneau es hija de padre oyente y madre sorda. Hace unos diez años, su padre le dijo que si algún día decidía ser madre debía consultar con un especialista en genética para minimizar el riesgo de tener hijossordos. “Me sentí despreciada; sentí que mi padre consideraba que había algún problema conmigo y que la sordera constituía, para él, algo muy negativo”. Duchesneau ha hablado de eso muchas veces con su padre, quien dice comprender ahora la decisión de su hija y de su pareja, pero ella sigue dolida. “Ser sordo no es bueno ni malo”, subraya. Pero, en su caso, tiene connotación positiva y bastantes ventajas: “Criar a un niño sordo es mucho más barato que a un niño oyente; la guardería, el parvulario, la escuela y la universidad son por ley gratuitos”, comenta.
“Algunos dicen –señala McCullough– que no deberíamos haber tenido hijos con esa minusvalía. Pero también los negros tienen más dificultades sociales que los blancos. ¿Impide eso que mujeres blancas elijan inseminarse de un hombre negro, si quieren? Todas las opciones deben mantenerse abiertas”.

* De El País, especial para Página/12.

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