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Jueves, 14 de febrero de 2008

MACRI Y LA POLEMICA POR LA RESTAURACION DEL TEATRO COLON

Una historia de tono operístico

El jefe de Gobierno mostró una actitud conciliadora hacia el Masterplan. Habló de un abandono que viene “desde mucho antes” y reconoció que no habrá teatro hasta el Bicentenario.

 Por Diego Fischerman

La ópera, con sus exageraciones, sus sobreactuaciones y esa carga de dramatismo que, cuando todo funciona bien, es capaz de arrancar lágrimas en los públicos más curtidos, es contagiosa. Son operísticas las invocaciones de los artistas, los conflictos laborales y, por lo menos en el caso del Teatro Colón, hasta los planes de restauración del edificio y las discusiones que genera, desde que el autodenominado Plan Maestro (o Masterplan) comenzó a gestarse, en 2001. La semana pasada, sin que hubiera ocurrido nada realmente nuevo –las obras están paralizadas desde hace por lo menos siete meses–, algunos medios comenzaron a menear un supuesto escándalo y llegaron a hablar de “guerra por los arreglos del Colón”. El jefe de Gobierno, Mauricio Macri, junto a la dirección del Teatro Colón, tomó las riendas y ayer, en la rotonda del primer subsuelo que antes de los arreglos funcionaba como sala de ensayos del Ballet, anunció, junto a los planes artísticos para los próximos años dados a conocer por Sanguinetti, algunos de los pasos que se seguirán en relación con ese plan de restauración del edificio.

Más allá de los rumores que aseguraban que el jefe de Gobierno terminaría interviniendo el Masterplan, y de las fantasías más delirantes de los enemigos del proyecto, que lo imaginaban encarcelando a cada uno de los arquitectos e ingenieros involucrados en la refacción, Macri dijo que “el abandono es el mismo que hemos constatado en las escuelas primarias y jardines de infantes. La casa de uno debe cuidarse todos los días, si no se viene abajo. No se le puede echar la culpa a quienes estuvieron los dos últimos años, que, además, son los que hicieron algo, de lo que viene desde mucho antes”. También el informe escrito presentado rescata las “treinta obras ya realizadas, con excelentes resultados”. El chiste de Macri fue: “Se realizaron treinta y faltan sólo tres, ésa es la buena noticia; la mala es que esas tres representan, en costos y esfuerzos, el 70 por ciento del total”. Sentado entre su vicejefa, Gabriela Micchetti, y el doctor Sanguinetti, habló de la importancia del Colón, anunció la revisión de las licitaciones que faltan, con el consiguiente nuevo cálculo de los costos, “porque ahora, lamentablemente, estamos en un país con inflación”, confirmó que la sala no reabrirá hasta el “Bicentenario de la comunidad” y aseguró que se haría todo lo necesario para que, el 25 de mayo de 2010, la ciudad tuviera el teatro que se merece. Pero hubo otras dos noticias importantes: la mención de la presentación ante la Legislatura del proyecto de autarquía del Colón y una referencia nada velada al “ordenamiento interno”. “Hay gente que ha sostenido este teatro trabajando, incluso en condiciones infrahumanas. Y hay otra que ha venido a hacer política, que se enquistó en grupos de poder y que entorpeció la actividad normal del teatro. Haremos que se cumplan los reglamentos, que vuelvan los concursos y que haya una carrera que implique incentivos claros”, dijo.

Macri mostró cierto enojo sólo al referirse a “quienes no trabajan” y su actitud conciliadora hacia el Masterplan contrastó con la virulencia que el tema había conquistado en la última semana. Parte de esa belicosidad, sin embargo, había surgido de un malentendido. La legisladora Teresa Anchorena, presidente de la comisión de seguimiento en cuestiones de patrimonio, iba a ser recibida por el director del Colón y la audiencia se canceló. La propia diputada se ocupó de relativizar el hecho. “Estas cancelaciones no son infrecuentes”, explicó a Página/12. “Y nada tienen que ver con una posible resistencia del doctor Horacio Sanguinetti. La gente del Masterplan siempre fue un poco resistente a las visitas, pero me consta que Sanguinetti, que es un hombre al que respeto muchísimo y que puede ser un muy buen director del Colón si se rodea de gente idónea, tiene la mejor de las predisposiciones para que las obras del teatro lleguen a buen término.” Anchorena deja claro, además, que no está de acuerdo con el criterio general que se aplicó en el caso del Masterplan, más cercano a la idea de remodelación y modernización que a la de restauración, que ella y especialistas como Fabio Grementieri defienden a rajatabla, pero que “en el Masterplan se ha trabajado mucho y gran parte de lo que se ha hecho se ha hecho bien”. El punto en el que ella centra sus críticas y la necesidad de revisión del proyecto son los textiles. Grementieri es más taxativo: “El daño que ya se ha hecho habrá que medirlo cuando las obras terminen. Pero, en todo lo posible, hay que deshacer los cambios y volver el Colón a lo que era y con la asesoría, tal como había sido al principio, de la gente del Restauro de Roma”. Este patrimonialista frecuentemente consultado como experto fue quien escribió la parte dedicada a su especialidad en lo que el PRO presentó, durante la campaña, como su plataforma en materia cultural.

El libro constó de trabajos pedidos por Ignacio Liprandi, quien se presentaba a sí mismo como futuro ministro de Cultura de Macri. Más allá de que ese nombramiento nunca tuvo lugar, el conjunto de textos llevaba la firma de quien más tarde sería jefe de Gobierno. El ingeniero Mauricio Macri trató de limpiar su gobierno de culpa. De hecho, mal podría tenerla como tal cuando aquello que se critica se originó mucho antes de que asumiera el gobierno. No obstante, el hecho de que su partido tuviera mayoría en la Legislatura desde hace cuatro años no es un dato menor. Todo lo que se hizo fue aprobado por su gente y todo lo que no fue realizado fue omitido precisamente por las mismas personas. A esta altura, resulta poco menos que inútil la crítica a la mecánica por la cual la entonces secretaria de Patrimonio y luego ministra de Cultura, arquitecta Silvia Fajre, en lugar de llamar a concurso de proyectos designó directamente a los responsables del Plan Maestro y, para peor, sin incluir en el equipo expertos en patrimonio y en restauración. Mucho de lo realizado (fachadas, vitraux) no sólo no permite ya volver atrás, sino que, según los expertos más racionales, fue bien hecho. Parte de lo que hubiera sido insalvable –la rotura de dos muros contiguos al escenario para la ampliación del montacargas, con obvias consecuencias en la acústica– se evitó a tiempo, gracias justamente al trabajo de la comisión. Y de lo que falta hacerse, todo deberá ser revisado y vuelto a considerar.

Entre las cuestiones que la arquitecta Sonia Terreno, directora del Plan, señalaba en su momento, estaban los cambios de planes de los sucesivos directores del Colón. En particular la megalomanía de Tito Capobianco lo había llevado a plantear varios arreglos destinados a poder entrar al escenario desde afuera escenografías más grandes. La razón era obvia. En un proyecto como el que él propiciaba, de compra de producciones “llave en mano”, era mucho más importante poder comprar que poder vender. Y para poder comprar, las adquisiciones debían poder entrar al teatro. “Un arquitecto –decía Terreno– hace lo que le pide el cliente. Si le piden un baño más grande, deberá hacerlo. Si lo que se quiere es una gran sala de juegos, o una cocina con luz natural, se sacrificarán otras cosas para lograrlo.” Anchorena, con una mesuradísima ironía, agrega: “Entonces podrían haber previsto baños para discapacitados”.

Una cuestión candente, sobre todo después de la tragedia de Cromañón, es la de los materiales ignífugos. Las pruebas acústicas a las que se sometieron sillas con tapizados no inflamables, por ejemplo, dieron pésimos resultados. Nadie sabe bien a qué se debe una buena acústica. Todos los cálculos pueden llevar a un desastre, como en el Avery Fisher Hall del Lincoln Center, en Nueva York, y un milagro como el Colón puede lograrse a partir de un concepto tan poco científico como imitar La Scala pero más grande. Los materiales originales de telón y tapizados –e incluso del relleno de las sillas– tienen incidencia en el sonido y, como aconsejan los expertos, cuando algo funciona hay que tratar de tocarlo lo menos posible. El terciopelo es inflamable, piensan, pero también lo es la madera de los violines y la resina que se usa para los arcos y a nadie se le ocurre reemplazarlas por otros materiales. El otro aspecto discutido de las obras es, desde ya, su precio. En un principio, iba a haber un crédito blando del BID (Banco Interamericano de Desarrollo), pero eso jamás se efectivizó, como consecuencia de la crisis de diciembre de 2001. Las obras, hasta el momento, se pagaron con el presupuesto de la ciudad. Y, desde un costo declarado inicialmente de $30.000.000 (es cierto que en una época en que eso equivalía a 30.000.000 dólares), se llegó sin dificultades a los 47 millones de dólares (unos 150 millones de pesos) que se llevan gastados hasta el momento. Según el informe prolijamente preparado para la comisión de seguimiento por el entonces legislador Héctor Bidonde, el Plan Plurianual 2008-2010 consigna, en el rubro “remodelación total del Teatro Colón”, $141.264.223, más una actualización para 2008 de $58.024.680. Una fuente sumamente cercana a la Legislatura dio a este diario, ante las diferencias en las cifras, una explicación transparente: “Si se declaraba el valor real no se aprobaba, por el conflicto que hubiera generado con otras áreas, como Salud y Educación. Así que la íbamos aumentando de a poco”.

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Macri y Sanguinetti se pusieron el casco para hablar del Colón, que recién podría reinaugurarse en 2010.
Imagen: Sandra Cartasso
 
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