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Domingo, 12 de febrero de 2006

Una visión detrás de la cámara

Algunos apuntes de Moreno sobre su film:

“El relato precisa adueñarse de la prudente distancia entre custodiado y custodio, que nos permita no ver y oír demasiado lo que sucede allí, donde el ministro desarrolla su vida. Mejor dicho, ver y oír sin entender demasiado. Salvo cuando observa a través de su mira telescópica, el detalle de las acciones que observa es poco preciso, atravesado siempre por ventanas, puertas o pasillos que nos alejan, de por sí, de las situaciones... El único momento en donde esta distancia se acorta es cuando el ministro lo hace partícipe de una situación familiar, invitándolo a la mesa para que haga un retrato de su amigo; pero todos allí hablan en francés, idioma que indudablemente Rubén desconoce, y la distancia se vuelve a crear. El auto que sigue indefinidamente a otro auto, filmado desde el asiento trasero, nos propone de por sí un formato rectangular limitado por las zonas de sombra que naturalmente existen en los bordes superior e inferior del cuadro. El parabrisas de un auto es, por varios motivos, cinematográfico...

Cuando el seguimiento es de a pie, cuando recorremos junto al custodio esos largos pasillos de teatros, de hoteles, de ministerios, nos ubicamos ligeramente detrás de su hombro, y observamos los movimientos de quienes van adelante: el ministro, su colaborador, su secretaria, algún admirador. Por cierto, alternamos a veces, con un contraplano que muestre el gesto impertérrito del custodio mientras fuera de foco vemos a quiénes van adelante. Un custodio si no sigue, espera. El menor movimiento, el más mínimo sonido, resultan así, trascendentales. La película cuenta dos mundos, el del ministro y el del custodio. Dos universos opuestos que irremediablemente el custodio se encarga de articular. El primero, el de su trabajo, silencioso, monocromático y aséptico. Donde predomina la luz fría, los trajes oscuros, los coches impecables, la arquitectura vacía, los grandes ventanales y cierta asepsia conforme a los ámbitos en los que se mueve el ministro, donde si se habla se lo hace en voz baja y si se dispara se utiliza silenciador. El otro mundo es el privado e íntimo. Allí el caos deja de lado la moderación del anterior, los ambientes son sórdidos y reducidos, la luz es tenue y el sonido es propio de una realidad en donde se entremezclan policías, enfermos, vendedores de armas y restaurantes chinos. Ambos hemisferios pertenecen al conflicto interno de Rubén y conviven en paralelo a lo largo de la película. El espectador se ve afectado por esta tensión y recién al final del trayecto estos dos mundos se cruzan, produciendo un cortocircuito en donde todo explota...”.

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