Hace años que realizadoras y actrices con consciencia feminista están abriendo camino y construyendo un relato pornográfico distinto al tradicional hetero, falocéntrico y de cuerpos estandarizados. Pero una concepción feminista integral del XXX solo se completa con espectadoras. Deconstruir para construir una relación con lo porno que sea propia, no heredada, es el proceso de esta generación. ¿Hay un deseo inherentemente feminista? ¿O acaso una virtud del feminismo está en la aceptación del deseo como entidad amorfa e inclasificable? ¿Qué miran, y por qué, las que cuestionan lo que miran?

Sofía tiene 25 años, es estudiante de Letras e incipiente videasta. Salía con un chico, solían mandarse videos. Un día ella le pasó uno intervenido con videosíntesis. Le encantó y fue disparador de un experimento que comenzó cuando les pidió a amigas sus propios videos para intervenir. “Eran cachondos y hermosos: re tranqui, gente teniendo sexo re lindo, pasándola bien; como coge uno, digamos. Hubo algo increíble en este intercambio de ver a amigas cogiendo y comentarlo con ellas, a todas les encantó. Armé visuales para una fiesta pero antes quise ver cómo reaccionaba otra gente. Una noche me puse a jugar con el sinte de video proyectado en la pared frente a mi casa y los vecinos aplaudieron y festejaron. Pero cuando metí esas imágenes me empezaron a insultar con una agresividad que me dio miedo. ‘Gordo pajero, te vamos a ir a buscar.’ No sólo no concebían que fuera una mujer, sino que entendí qué lejos estamos de normalizar algo tan natural como una pareja teniendo sexo.”

De esta anécdota se desprenden muchos de los temas más interesantes de la relación de las mujeres con el porno: prejuicios de género, consentimiento, pudor, socialización. La primera cuestión es que el gusto no está necesariamente condicionado–ni en el porno ni fuera de él— por la orientación ni las conductas sexuales. Emma, de 26 años e investigadora, comparte: “Intento filtrar que al menos sea dirigido por mujeres. Del porno tradicional me calienta más el lésbico, lo cual es raro porque en mi vida nunca me calenté con una mujer. Pero no me gusta cuando se nota que está dirigido al hombre”. Y J, de 25, estudiante de psicología y ocasional camgirl, atestigua: “Me gustan las travestis con minas. Es muy completo. En el porno, en general, solo filman la pija todo el tiempo y no me puedo sentir protagonista porque no tengo pija”.

Ceci, empleada comercial e ilustradora, 35 años: “Me gusta el Yaoi, mangas con historias donde los protagonistas masculinos terminan teniendo sexo. Yuri es de mujeres. Viniendo de Asia, donde para muchos es impensable salir del closet, las historias suelen estar cargadas con ese vértigo. Yo soy masculina seduciendo hombres y femenina seduciendo mujeres, tal vez tenga que ver con eso que me cueste calentarme con el porno hetero tradicional”.

Mora, diseñadora gráfica, 23 años: “Miro las pelis de Erika Lust –directora sueca insignia del porno feminista– y me reconozco en esas fantasías. Antes me gustaban los tríos, pero me terminaron aburriendo porque no era mi fantasía: ella sodomizada y dos hombres que entre sí ni se tocaban”.

Elisa, periodista, 28 años: “Miro porno casero hecho de modo amateur. Páginas donde la gente se filma en vivo. También sigo cuentas eróticas en Instagram, algunas de erotismo frutal”.

Shura, artista audiovisual y fundadora del colectivo #VIVAS, 26 años: “En general lesbo love. En una época los videos me dejaron de copar y me puse a leer relatos. Hay una construcción en tu cabeza que deja mucho más lugar a tus deseos personales y no te está bombardeando con data re concreta”.

Hay un sentimiento generalizado acerca de que el llamado porno feminista, centrado en el goce femenino y hecho por trabajadoras, es una reacción necesaria para mover la vara del sentido común hacia una concepción de la sexualidad igualitaria. Sin embargo, desde la industria mainstream del porno eso se adaptó a una categoría, porn for girls, que redunda en el determinismo de género. Algunas lo consumen y lo adoran. Pero no todas las feministas miran porno feminista, ni todas las pibas miran “porno para chicas”.

Eugenia (26), fotógrafa: “Vivo con mi novio y pagamos un paquete de TV con los canales clásicos. Hay cosas buenísimas y otras muy ridículas, y ahí lo vemos para criticar. El porno para chicas no me gusta: como si la mujer fuese solo suavidad y no pudiese tener pensamientos oscuros o morbo. Me parece moralizante también”.

Wanda (27), redactora creativa: “No tengo problema con hablar sobre lo que me gusta en la cama pero sí con lo que miro. Porque en el mundo de las fantasías vale todo. Tuve una época de sentir culpa después de las pajas, después entendí que por algo existe el gore también. Hay morbos que necesitan sublimación. Miro mucho anal, será porque siempre quise y nunca pude disfrutarlo en la vida real. Me gustan los llamados ComiX y confieso que mis favoritos son cuando ocho negros se culean a una rubia cheta. En el porno de personas reales esas cosas son demasiado, no las disfruto”.

Jenny (28), diseñadora: “Soy pro porno y me gusta la dinámica de la dominación. Como desarrolla Despentes en La teoría King Kong, la sumisión femenina cala hondo socioculturalmente desde hace siglos y chorrea hacia lo erótico. El porno para chicas no me calienta, me aburre. No pienso que el género defina lo que te calienta, aunque ver el porno hetero me choca por la cuestión de género. Me gusta el Hentai porque no son personas, y también lo aliviana lo andrógino de los personajes. El de tentáculos es lejos lo mejor. ¡Tentáculos! ¡Son como un montón de pijas distintas! ¡Con ventosas!”

Lo unánime es que un peligro real del porno tradicional está en su condición de ser casi la única (mala) educación sexual que niñas y adolescentes reciben. Una fuente de frustración, violencia y confusión. Por eso la importancia de construir nuevos relatos e imágenes como apuesta a futuro. Por eso la necesidad de socializar, de circularlo entre amigas, de querer difundir el sexo real y amoroso. Porque a los hombres les hablan de la paja, la eyaculación y el goce desde chicos, se los incentiva a mirar porno. A las mujeres, por el contrario, se les anula todo eso. ¿Cómo no vamos a estar confundidos a la hora de relacionarnos?

Esta es la tercera cuestión: todo tipo de porno es educación sexual. Shura, artista audiovisual de 26 años, recuerda: “La época en la que más consumí porno fue antes de empezar a tener sexo. Quería saber cómo se hacía, había algo medio de instructivo. Y eso sí que fue un bajón, indudablemente”. Natalia, música de 25, cierra: “Cuando era más chica me hizo sentir muy insegura el porno clásico, donde si no tenes la concha minúscula y toda depilada no hay placer. Es difícil creerse excitante si la educación sexual que hay es tan limitada, prefabricada y poco inclusiva. Es malo para los hombres también. Por culpa de ese porno está lleno de chicos llorando porque tienen una pija re linda y normal, pero no gigante”.