El movimiento feminista, en toda su multiplicidad y extensión, es el actor político más importante de la oposición al gobierno de Mauricio Macri. Mejor: es la actriz, la dinámica, la fuerza. Porque también el vocabulario político tiene que sacudirse. Y es por eso que el Presidente y su equipo (de asesores y medios de prensa) se han abocado a una campaña para reducir y lavar la potencia de este fenómeno popular y de masas. Pero lo que queda claro después del 8M es que las referencias oportunistas del Gobierno a la brecha salarial por género y al aborto indican dos cosas: que estas cuestiones tienen una presencia y una legitimidad pública innegable y que sin embargo no se pueden reducir al marketing neoliberal. ¿Por qué? Porque ya no se les puede quitar su vínculo con las formas de violencia económica, política y estatal con que se anudan y porque de allí proviene su capacidad de cuestionar directamente al sistema capitalista en su conjunto. Cuando se habla de brecha salarial, no podemos aislarla de los despidos masivos que caracterizan estos momentos del país. Cuando se habla de licencia parental, no podemos aislarla de la reforma previsional que impone un despojo contra derechos adquiridos de las trabajadoras. Cuando se habla de aborto, no podemos aislarlo del giro conservador que se le está dando a la Educación Sexual Integral (ESI). Porque cuando se habla del movimiento Ni Una Menos no se puede eludir que implica denunciar el crimen de Estado que asesinó al joven mapuche Rafael Nahuel por la espalda y que hoy sigue criminalizando a las comunidades. Esta ampliación y generalización del análisis feminista, que lo “mezcla” todo, está produciendo un proceso de rabia colectiva acá y allá, y una capacidad de lectura transversal de todos los fenómenos de nuestra coyuntura desde las propias luchas. Esta fuerza también proviene de la dimensión internacionalista tanto del paro como del movimiento de estos feminismos en estado de rebelión, en América latina y en todo el mundo. Lo que mostró la multitudinaria manifestación que el jueves 8M ocupó el centro de la ciudad y lo desbordó en Argentina –y al mismo tiempo en muchos lugares del planeta– es que no hay techo de cristal que romper, porque el feminismo popular, villero, comunitario, indígena y gremial que vemos movilizarse se teje en alianza con las que deberían quedar limpiando los cristales rotos mientras unas pocas se convierten en funcionarias o en CEO, u ocupan las jerarquías de esas pirámides que no queremos alcanzar sino destruir. Por eso, la radicalidad de nuestros feminismos hoy es que están construyendo poder, otro tipo de poder, que no puede ser asimilado por el poder de turno que ocupa la Casa Rosada.

Tejiendo la red

El segundo Paro Internacional Feminista en Argentina traduce un nivel de organización que se da por abajo: que tiene expresión directa en los barrios, en los sindicatos, en las escuelas, en las villas y en los lugares de trabajo. Y desde esos espacios concretos se siente y se “mide” su materialidad y su impacto, su capacidad transformadora. Lo que se vio en las calles no es una movilización espontánea y “de color”, como pretenden presentarla ciertas coberturas periodísticas, sino un proceso que llegó para quedarse porque lo está cambiando todo. Lo que vemos en acción es una nueva forma de construcción política que se amasa en asambleas las cuales, a su vez, se nutren de cientos de organizaciones, experiencias y luchas en cada lugar. Mientras escribo esta nota Vanesa, una joven militante de Puentes, una organización que trabaja con niñas y adolescentes en situación de calle y consumos problemáticos, me avisa que ayer marchó con ellas “la Polaca”. De la Polaca hablamos en las asambleas preparatorias del paro, porque hace unas semanas apareció “tirada” en la autopista Riccheri en una condición que la tuvo al borde de la muerte, después de haber quedado rehén de un abuso. Fueron estas militantes jóvenes, de organizaciones como Puentes y Frida, las que se hicieron cargo de cuidarla (desde el hospital hasta el acompañamiento posterior) y tejer la red para que el 8M la polaca estuviera en la marea feminista con la que, cuentan, se emocionó.

El feminismo despliega una disputa cuerpo a cuerpo. Eso es lo que ha instalado como singularidad y como ética, donde todos los cuerpos cuentan. En este caso, es el compromiso lo que construye una casa para pibas que son hijas de mujeres en situación de calle, es decir, para una segunda generación que no tiene la experiencia vital de habitar una casa (que no sea una ranchada en una plaza de la ciudad de Buenos Aires).  

Por cuestiones como estas, el feminismo, en toda su multiplicidad y extensión, no se reduce a una agenda de género que ahora podrían “adoptar” las instituciones. Y sin embargo, no deja de dirigir reclamos puntuales y concretos a instituciones que tienen una responsabilidad que no cumplen. Digámoslo claro: el movimiento feminista no es una agenda, es una revolución.

El desborde popular

Por el tipo de desborde y desplazamiento que esto implica, es que el feminismo ha podido poner en el centro de la escena la cuestión del trabajo. Esto se viene construyendo desde que la herramienta del paro ha sido reapropiada y reinventada por el movimiento de asambleas feministas populares. Hablar del Paro de mujeres, lesbianas, trans y travestis como se ha hecho en el proceso organizativo que ya lleva más de un año, ha permitido visibilizar y politizar todas las formas de trabajo (remunerado y gratuito, migrante y doméstico, etcétera), ampliar lo que hoy todxs entendemos cuando hablamos de trabajo, y discutir cómo la precarización laboral es una forma de precarización de la existencia en general. Esta interpelación ha sido tan fuerte que ha tocado y conmovido a una estructura que se caracteriza por su verticalidad: el sindicalismo.

El miércoles pasado el movimiento feminista produjo una escena histórica: mujeres referentes de las cinco centrales sindicales (CGT-CGT Corriente Federal, CTA, CTA Autónoma y CTEP), junto a gremios que no están en ninguna de las centrales (como Sipreba) y movimientos sociales que están enmarcados en nuevas formas gremiales (como CCC y Barrios de Pie), realizaron una conferencia conjunta frente al monumento “Canto al Trabajo”, y en el 8M marcharon en un mismo bloque de manera conjunta. La “cocina” de este armado transversal, que logró superar divisiones que llevan años en el mundo obrero organizado, no fue un acuerdo “por arriba”, de cúpulas o dirigentas consagradas, sino en los bordes del espacio asambleario que se reunió durante todo febrero en la hospitalaria sede de la Mutual Sentimiento, en el barrio de Chacarita. Fue el calor asambleario, con la multiplicidad de demandas, consignas y trayectorias que allí se daban cita, la que empujó y dio aliento a ese acuerdo. Pero sobre todo, ese acuerdo tiene condiciones de posibilidad porque hay compañeras que al interior de los sindicatos no renuncian a cambiar esas estructuras, por mujeres que no se dejan abroquelar por las jerarquías, por referentas que no permiten ser aisladas del enorme movimiento de mujeres, lesbianas, trans y travestis que son trabajadoras aun si no son asalariadas y/o sindicalizadas.

El mapa del trabajo en clave feminista que venimos realizando se concreta ahora con una trama de alianzas que involucra a los sindicatos y que desafía a cierto feminismo que siempre ha sido esquivo a las cuestiones laborales. Las problemáticas vinculadas a la autonomía de los cuerpos no pueden radicalizarse si no se intersectan con la discusión sobre las formas de explotación que afectan a esos cuerpos. Y esto, además, no se hace desde un punto de vista abstracto, sino desde uno muy específico: desde los conflictos. Mapeamos a partir del saber que producen los conflictos, es decir, de las luchas que hoy hacen que el feminismo tenga fuerza porque está ligado a la conflictividad social en ascenso, aquí y en todo el continente. 

Cuando en las asambleas tomaban la palabra las despedidas de organismos públicos o de empresas privadas, estaba el llanto y la desesperación pero también la decisión de no dejarse vencer, de no entender el despido como una tragedia solo personal, de activar en la lucha con otras la forma misma de enfrentarlo. Esa “parcialidad” o posición situada es la que nos trama con otras: por ejemplo, cuando escuchamos a las mujeres indígenas enunciar sus reclamos históricos, a las gordas que piden despatologización de sus cuerpos en una crítica despiadada al “neoliberalismo magro” y a las ex presas que reclaman dejar de ser sostenidas en el encierro de la estigmatización una vez que están “afuera”.

El proceso asambleario que se ha dado en todo nuestro país con el horizonte organizativo del segundo Paro Internacional de mujeres, lesbianas, trans y travestis es una contrapedagogía que enfrenta la crueldad y el terror que intenta imponer el ajuste, el desempleo y la precarización, y que tiene todo que ver con la violencia femicida y travesticida. Por eso el movimiento feminista es un contrapoder, como se leyó en el documento ante la plaza Congreso colmada y con el horizonte de una columna de luces que llegaba hasta la Plaza de Mayo. Por eso no abandonamos la Plaza de Mayo, que también rodeamos, aunque el Gobierno la enjaule para escenificar una guerra sobre los espacios políticos en la ciudad. Nosotras, como movimiento, sabemos algo que nos da mucho poder y que es lo que gritó Nora Cortiñas desde el escenario: “Acá no sobra nadie”.