Mariana Gómez y Rocío Girat bajaban del tren Roca en Plaza Constitución, tomadas de la mano. Habían llegado temprano desde Avellaneda, donde viven, con tiempo de sobra para conversar. Era el 2 de octubre pasado. Mariana acompañaba a Rocío a su trabajo, en el Centro porteño. Rocío estaba atravesando un momento difícil. En pocos días debía viajar a Mar del Plata, para declarar nuevamente contra su progenitor, un integrante de la Armada argentina que la violó durante años. Mariana sabía exactamente cómo se sentía Rocío. Ella misma fue abusada durante 16 años por su padrastro y el padre de éste, mecánicos de la ciudad de Olavarría. Ambas revictimizadas varias veces por la Justicia. Es lo que sucede casi siempre –o siempre– con las víctimas de abuso que se atreven a denunciar a sus victimarios.

En esa situación estaban cuando ingresaron a protegerse de la lluvia bajo el domo de Plaza Constitución. Sintieron la mirada de aquellos dos hombres a lo lejos, un empleado de Metrovías y un policía. Igual se besaron. Y encendieron un cigarrillo como tantas personas que cruzaban los molinetes, varios metros atrás. 

Cuando el policía Jonatan Rojo le dijo a Mariana Gómez “date vuelta que te pongo las esposas”, a Mariana le regresaron todas las imágenes de años de sometimiento y vejaciones. “Dieciséis años me obligaron a darme vuelta para ser violada. No me voy a dar vuelta una vez más”, pensó. E intentó escapar con todas sus fuerzas.