Theo tiene once años y es el primer alumno al que la lancha escolar levantaba a las 9:30 para ir a la Escuela 25, en la segunda sección del Delta, en San Fernando. La escuela fue fundada en 1915 sobre el arroyo Caracoles, el mismo en el que vive corriente abajo Theo con su familia. Cuando el lanchero no conocía el recorrido, Theo lo guiaba; le indicaba los canales por los tenía que pasar a buscar a sus compañeros, a los chicos del jardín y a las maestras. Llegaban al colegio a las 10:15. Theo es la tercera generación de su familia que va a la escuela 25, y si el gobierno de María Eugenia Vidal no da marcha atrás con la medida de cerrarla, va a ser la última. Para llegar a la escuela en donde lo reubicaron tardará, como mínimo, una hora y media en lancha. 

Myriam vive sobre el arroyo Morán con sus dos hijas de once y dos años, y su hijo de seis. Por la falta de dragado, a ese canal no pueden entrar las lanchas. Ella acerca a sus hijos a la escuela en bote, a remo y en el caso de los hijos de Myriam el cierre de la escuela tendrá consecuencias más drásticas: los chicos corren el riesgo de no poder llegar al nuevo establecimiento. “Si se cierra nuestra escuela no sé cómo voy a hacer para sacarlos. La lancha ya no pasa por el Morán y tampoco va a pasar por el Caracoles sin el dragado”, contó a PáginaI12. 

El muelle de la EP 25 apenas sobresale entre la vegetación y los árboles recostados sobre el arroyo Caracoles. La plataforma de madera del muelle desemboca en un sendero de baldosas por el que se llega al claro de pasto bien cortado donde está el edificio de la escuela. Es una construcción blanca y antigua, con techo a dos aguas y el escudo nacional en relieve sobre la pared que da al arroyo. En el edificio funcionan el jardín Jirim 1 y la EP 25, que por primera vez en 102 años no empezó las clases este año, por decisión del gobierno de la provincial. El argumento fue el mal estado del arroyo. “Mi mamá venía a la escuela a remo, tardaba más de 40 minutos. Hemos pasado por arriba de los troncos, viajamos a caballo con los chicos; y ahora que podemos llegar nos van a cerrar porque ellos no se encargan del dragado”, aseguró Griselda Cánepa, la mujer de 65 años que desde hace más tiempo trabaja en la escuela (ver aparte), cuando se enteró de la medida. 

El viernes anterior al inicio del ciclo lectivo la directora de la escuela, Amelia Torrilla, recibió por primera vez una comunicación oficial de funcionarios del gobierno sobre el cierre de su escuela. Salió de la reunión en la Dirección de Islas, en Tigre, y fue a tomar la lancha para encontrarse con los padres y madres de los alumnos. El 20 de diciembre la comunidad educativa celebró el fin del año escolar con una perspectiva auspiciosa para 2018: la matrícula de la escuela había aumentado de 15 chicos y chicas a 19, y para completar el dragado hasta la escuela restaban sólo 50 metros. Los familiares, los chicos y chicas, las maestras y las auxiliares sellaron el acto con el himno a capella y una peña, entrada la tarde. Lo que no sabían en ese momento era que la draga, frenada a diez metros del muelle de la escuela, no iba a volver a arrancar. Menos aún se imaginaban que el gobierno de la provincia iba a usar esa excusa para ordenar el cierre de la escuela. 

Este viernes, la lancha Amelia hizo el viaje de todos los días a la escuela. Salió de la Estación Fluvial de Tigre, cruzó por el Río Luján hasta el Sarmiento y siguió hasta la desembocadura en el Río Capitán. De los muelles, sobre los dos márgenes, colgaban banderas con la misma consigna en letras improvisadas: No al cierre de las islas del Delta. “Para nosotros fue muy triste el anuncio de que iban a cerrar las escuelas, y ahora que van a cerrar la de Caracoles. Las escuelas son el centro de nuestras actividades, nuestro lugar de encuentro. Al no haber clubes ni espacios sociales, el lugar de reunión es la escuela”, contó el lanchero Javier Barreto. Barreto nació en las islas y egresó de la escuela 13, sobre el Carapachay. “Viajábamos todos los días en lancha y muchos terminamos trabajando de lancheros. La mayoría de la gente de las islas trabaja para las escuelas. Mi esposa, por ejemplo, trabaja de cocinera en la 17”. 

Desde la lancha se veían, sobre las costas del Río Sarmiento, casas revestidas en piedra y con ventanales amplios, y las cabañas de madera más discretamente lujosas. Muchas tienen playa propia y lanchas deportivas o motos de agua en la amarra. Cuando la lancha cruzó el Paraná de las Palmas y tomó el arroyo Capitancito, el escenario ya era otro: los árboles se abovedaban sobre el curso y los juncos le ganaban varios metros a la superficie del agua. Empezaba la segunda sección del Delta.

La lancha siguió por Capitancito hasta los llamados Bajos del Temor. El lanchero advirtió que el nombre no es exagerado: el navegante que no conoce esas aguas corre el riesgo de doblar en un brazo trunco del Paraná o encallar en zonas bajas, indistinguibles para el timonel ajeno. Desde allí la lancha conectó con el arroyo Chaná y después con el Caracoles. Barreto bajó la velocidad. Se escuchaba el impacto de los troncos hundidos contra el casco de la lancha. A casi dos horas de haber zarpado, entre la vegetación encrespada, se divisó el muelle de la escuela. 

En el sum esperaban a la directora padres, chicos y chicas, las maestras y auxiliares. De la reunión participaron, además, los diputados provinciales de Unidad Ciudadana Walter Abarca y Mauricio Barrientos, los concejales de San Fernando del mismo espacio político Matías Molle, Ignacio Álvarez, Josefina Passo y Paula Guevara, representantes de ATE San Fernando y de Suteba. De pie el centro del semicírculo, como en un acto escolar más, Torrilla leyó en voz alta el documento que le habían entregado en la Dirección de Islas con la explicación del cierre: “La accesibilidad a la escuela no es buena en sus condiciones de navegación fluvial”. 

Después de un breve silencio, un padre comentó: “Pero si estamos todos acá y llegamos todos bien”. “Además, si el arroyo no está navegable es porque el gobierno no completó el dragado, y se lo estamos pidiendo hace años”, agregó una madre, con su hijo sentado sobre las piernas. A pocos metros del muelle, sobre el arroyo, estaba estacionada la draga: un esqueleto viejo y oxidado detenido desde diciembre por una avería. 

“La decisión de cerrar la escuela la tomó alguien que no conoce absolutamente nada del Delta”, advirtió David Ricciardo, el padre de Theo. “Cierran la escuela por la falta de dragado, pero no tienen en cuenta de que la mayoría de los chicos viven en el mismo arroyo, por lo cual el problema no sólo se mantiene, sino que va a empeorar porque los chicos van a tener que viajar más, y muchos días, cuando el Caracoles esté muy bajo, no van a poder salir”, agregó. Su mamá, María del Carmen, también fue a la reunión. “Yo vine a la escuela 25, hice todo el primario y es todo el estudio que yo tengo porque en esa época no había escuela secundaria acá cerca”, recordó. Del laberinto de la memoria y los olvidos, María del Carmen conservó nítida una imagen de su paso por la escuela: “todos los jueves venían a la escuela nuestras mamás y las maestras nos cedían una hora para hacer jardín con ellas. Una traía buñuelos, otra traía un bizcochuelo, para compartir con el resto de las madres y los chicos. Así hacíamos el jardín y teníamos un jardín precioso alrededor de la escuela, hecho por las madres y los chicos. Era una especie de materia, hacer jardín los jueves con las mamás”, relató. 

El recuerdo de María del Carmen es sólo un ejemplo de las tareas que realiza la comunidad educativa en la escuela. Los familiares, las maestras y las auxiliares se encargan de mantener el paso corto, los canteros con flores, la escuela limpia, en buen estado y pintada. Incluso, cuando se hizo la última ampliación, el sum en el que se hizo la reunión, el subsidio llegó del gobierno provincial pero fueron los padres los que construyeron la sala. “La escuela es el único Estado que hay en esta zona. Acá nos enteramos de lo que pasa con los chicos y con las familias; todo pasa por acá y después lo derivamos”, apuntó la directora. 

La reunión terminó con una certeza: la comunidad educativa decidió celebrar los 103 años de la escuela. La directora y los invitados fueron a tomar la lancha de vuelta a Tigre; los isleños se fueron en sus embarcaciones, arracimadas junto al muelle. Para Ricciardo todavía no había nada definido. “Mi vieja terminó la escuela acá sin poder venir todos los días porque el trabajo no se lo permitía. Tuvo que trabajar desde muy chica y esta escuela le dio la oportunidad de terminar”, explicó, y agregó que “por eso yo quiero que mi hijo,Theo, tenga la misma oportunidad en esta escuela. Vamos a luchar todo que sea necesario para que la escuela siga en pie”.