Los caminos de la vida lo llevaron hacia la pantalla grande, donde desarrolló una carrera como director que ya cuenta con más de una decena de películas estrenadas. Pero bien podrían haberlo depositado en la literatura o hasta en la danza, arriesga, en tono jocoso. “Más que el cine, a mí siempre me gustó contar historias y que alguien las escuchara o viera”, confiesa. Esa necesidad por narrar hizo que Daniel Burman haya decidido tomarse un “descanso” del mundo del cine para probarse en otros espacios. “No es que me haya cansado del cine, sino de la frustración que sentimos los realizadores ante cada película, rogando el día previo a los estrenos que no llueva mucho, que no haga mucho calor ni mucho frío, que no juegue Boca o River, que no se estrene justo un tanque... En el cine el contacto con el público depende de muchos factores, que no siempre son transparentes”, explica a PáginaI12 el realizador que acaba de estrenar Edha, una suerte de thriller dramático sobre el mundo de la moda que se convirtió en la primera serie original argentina de Netflix.

Ambientada en Buenos Aires, Edha se adentra en el universo de la moda y el diseño, pero a través de una historia que profundiza en sus claroscuros. La trama sigue la vida de una diseñadora, Edha (Juana Viale), y su vínculo con Teo (Andrés Velencoso), un modelo que oficiará de musa pero que esconde un plan que amenaza con sacar a la luz todo lo que se oculta detrás del brillo de la alta costura. Pablo Echarri, Delfina Chaves, Osmar Núñez, Sofía Castiglione y Daniel Hendler son parte del elenco de la producción argentina que llega a 190 países. “El cine es un lugar extraordinario, pero el público está muy lejos. En cambio, en plataformas como Netflix un señor en cualquier lugar del mundo, a cualquier hora, que pueda pagar el servicio, puede ver el material disponible. La audiencia está ahí. Y eso es un descanso. Es bueno saber que si cuento algo del otro lado hay público”, afirma Burman.

El realizador de Derecho de familia no cree que actualmente las series estén tomando mayores riesgos que el cine, pero sí nota un campo de experimentación mayor en las pantallas más pequeñas. “Se ven –analiza– series más atractivas, se produce mucho porque se consume vorazmente. Hay para todos los gustos. Es interesante porque en cada serie se consume mucho más que una historia: se consume literatura, música, conocimiento... Tengo una mirada muy positiva del fenómeno. Es para festejar que haya más consumo de series que de cocaína. El consumo de series es una adicción positiva para la sociedad. Incluso, sin prueba alguna sino por pura intuición, creo que ayuda a la lectura. Muchísimas series generan curiosidad de conocimiento sobre un montón de temas que antes no existía.”

–¿Cómo fue contar una historia en la que conviven dos mundos con características tan diferentes pero que forman parte del mismo universo?

–Todo lo glamoroso y visible del mundo de la moda tiene una contracara oscura. Los lugares de producción y donde viven los trabajadores se alejan del brillo de la pasarela. El mundo de la moda tiene su contraluz, que forma parte de la misma realidad. Lo que sucede es que muchos de los que consumimos una realidad no queremos ver la otra. Nos guste o no, ambas realidades forman parte del mundo del diseño y la moda. Se necesitan entre sí. Eso no lo inventamos nosotros. Es muy llamativo cuando uno escucha a gente decir “¡qué cara que está la ropa acá!”, y celebrar lo barato que compran la ropa afuera, mucha de la cual está producida por trabajo esclavo.

Es la misma parte de la sociedad que abraza otras causas mucho menos humanas y más banales. El de la moda es un mundo invisible. Lo que sucede detrás de las costuras no se ve, o no se quiere ver. Lo mismo sucede con otras industrias, como la alimenticia, por ejemplo. El lado oscuro no es patrimonio de la moda.

–¿Cómo diseñó la serie para que pueda hacer reflexionar, a la vez que cuente una historia narrativamente entretenida?

–No queríamos hacer una serie de denuncia. Tampoco un show lleno de glam y luces sobre el mundo de la moda. Queríamos mostrar las contradicciones de ese universo. Pararnos en el punto medio y poder mirar para un lado y para el otro. Edha es una historia fascinante como cuento, que también revela una realidad que no inventamos, sino que nos rodea. La serie pone una discusión sobre la mesa. Los que contamos historias tenemos la responsabilidad de, cuando podemos, encender algún debate o promover una reflexión sobre la manera en que funciona el mundo.

–Tiene una larga trayectoria en el cine. Su último trabajo fue Supermax, una coproducción internacional para la TV Pública. ¿Se piensa diferente el desarrollo de una historia para una plataforma?

–Se piensa y no se piensa. Las dos cosas. Cuando estás grabando, en el día a día, rodeado de 120 personas, hay algo que no cambia. Me gusta estar descalzo y así fue. Lo que cambia es que, cada tanto, recordás que el cuento va a estar disponible para cientos de millones de personas de diferentes países al mismo tiempo. Eso genera una responsabilidad, pero también la fascinación de que el espectador está ahí, del otro lado. A su vez, la dinámica de trabajo con la plataforma es diferente porque los ejecutivos creativos conocen mucho a la audiencia, a través del comportamiento que queda registrado en las métricas. Si bien no se hacen productos a medida, no es menos cierto que conocer los comportamientos del consumo de historias ayuda a que las ficciones se consuman más y mejor. A nadie le sirve contar algo que nadie quiera ver.

–El riesgo, en todo caso, es hacer productos estandarizados.

–El punto no es hacer un producto en función de las métricas. No se adapta una historia para un mercado. Más bien es comprender un poco cómo la gente consume una historia. Porque muchas veces cómo no tiene que ver con el qué. Los relatos más conclusivos por capítulos hoy son más difíciles porque la gente está acostumbrada a la necesidad del relato continuo. Si uno lo piensa, es Las mil y una noches. No hay nada nuevo. Se inventó mucho para que sobreviva lo de siempre. Las mil y una noches era el Netflix de otro tiempo, en el sentido de que es una historia contada en mil capítulos. Y estamos hablando de muchos años atrás. Esa idea compulsiva de terminar un capítulo y querer ver otro al instante es, en realidad, la misma compulsión que uno tiene ante el saber de que la historia continúa. La compulsión en el consumo de series tiene que ver con un impulso vital. La tecnología permite satisfacer ese impulso en forma más sencilla. Las historias tienen que respetar ciertos parámetros para poder moldearla a esta necesidad que tenemos todos de que el cuento continúe.

–¿Cómo influyó el hecho de que la serie tiene un mercado potencial de 190 países? ¿Se piensa global o local?

–Hicimos una serie argentina. Creemos que si es auténtica va a funcionar en cualquier parte del mundo.

–Hace un tiempo la industria pensaba en homogeneizar el lenguaje en tonos neutros para penetrar en todos los mercados. ¿Ya no se piensa así?

–Hoy podemos ver series nórdicas con un lenguaje propio. El camino es insertarse en el mundo desde productos interesantes. No hay que tener la pretensión de universalizar a priori. Eso es post facto. Sucede o no. Lo particular resulta atractivo.

–En los tiempos actuales, en los que el consumo y el circuito de distribución se transformaron, ¿cree que es necesario pensar las historias en función de cada medio?

–Hoy, el medio perdió relevancia en el sentido de condicionante. El lugar de emisión es sólo un medio para contar la historia.

–El espectador también ha cambiado y parece ser más exigente, al tener acceso a contenidos audiovisuales de cualquier lugar del mundo y con grandes presupuestos. ¿Los estándares de calidad hoy son más altos?

–Vivimos la época dorada del audiovisual. La producción se ha vuelto más sofisticada. La gran diferencia es que hoy en día los autores tenemos que ascender hasta la audiencia y ya no descender hasta la audiencia. Cuando empecé a hacer cine, era muy común que cuando presentabas una historia la frase que no podía faltar era que había que simplificarla “para que lo entienda la gente”. Hoy eso ha cambiado. Tenemos que presentar contenidos que estén a la altura de un consumidor más exigente. Antes se homogeneizaba para abajo y ahora sentimos que la audiencia está arriba. Ahora hay que llegar a esas audiencias. Rechazo aquella imagen renacentista del autor que descendía con su obra, como producto divino. Es una cuestión casi ideológica. El artista es parte de la sociedad. Lo que produce no es esencial para la supervivencia social. No somos médicos, ni enfermeros, ni maestros. Hoy hay un mayor respeto a las audiencias, que están empoderadas para escuchar grandes historias. No les tenemos que enseñar nada.

–¿La industria argentina está capacitada para el desafío que impone la era digital?  

–Sí, absolutamente. La industria argentina está sumamente capacitada con talento y posibilidades. Tenemos que dejarnos de jorobar y asumir que somos un mercado ínfimo. No hay posibilidad hoy en día de producir contenido de calidad pensando únicamente en nuestro mercado. Es algo natural. Es como que una automotriz piense y desarrolle un modelo de auto sólo para Argentina. Va a perder plata toda la vida. O una vacuna sólo pensada para una provincia. No es una cuestión ideológica ni política, simplemente no es viable con la exigencia que tiene hoy un producto audiovisual. No se puede financiar para un único mercado. No sucede en ningún lugar del mundo. Lejos de pensarlo como una limitación hay que pensarlo como una oportunidad. Es preferible ser parte de algo grande que todo de algo pequeño.