Un antes y un después. Eso fue lo que marcó la Reforma Universitaria de 1918. Antes, sólo los hijos del poder accedían a las universidades. Después... Esa es la historia que reconstruye el nuevo número de Caras y Caretas, que estará mañana en los kioscos, opcional con PáginaI12. Los hechos de Córdoba, de los que se cumplen un siglo, marcaron los lineamientos del sistema de educación superior en el país. Con un desarrollo que presenta altibajos, la universidad argentina fue y sigue siendo modelo en el mundo.

En esta edición, entonces, Felipe Pigna explica que la renovación cultural aportada a comienzos del siglo XX por las corrientes dominantes en el movimiento obrero como el anarquismo y el socialismo “insuflaron a la juventud universitaria nuevas energías para encarar, en un contexto mundial marcado por las revoluciones mexicana y rusa, la necesaria lucha por la renovación de la anquilosada y elitista universidad argentina, centro privilegiado de la reproducción de cuadros del poder y de la producción de sentido justificatorio y laudatorio del orden injusto imperante”. Esa chispa que estalló en Córdoba en 1918 fue evocada en varios de los manifiestos de los estudiantes parisinos que hicieron lo imposible en mayo de 1968.

En un hermoso testimonio en primera persona, María Seoane cuenta desde su editorial cómo vivió la Noche de los Bastones Largos, el 29 de julio de 1966, en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, hecho que marcó su entrada en el mundo de la militancia. Desde la nota de tapa, en tanto, Pablo Buchbinder historiza la Reforma y sus consecuencias: “Los estudiantes cordobeses se rebelaron contra su arcaico gobierno universitario e iniciaron la gesta conocida hoy como la Reforma Universitaria. Señalarían entonces la incongruencia entre los valores democráticos y republicanos sobre los que se conformaba el sistema político argentino y las características del gobierno de su universidad”. 

Isidoro Gilbert reconstruye el contexto de 1918, el año en que finalizó la Primera Guerra Mundial y en la Argentina se consolidaba el radicalismo, que hacía un año y algunos meses estaba en el poder, como fuerza política. En tanto, Diego Tatián traza un perfil de la dirigencia reformista del 18: “El movimiento estudiantil que en Córdoba protagonizó la Reforma Universitaria no la concibió como un hecho pedagógico, ni se atuvo a producir una reorganización de la universidad sobre bases científicas, ni interpretó su propia acción como una revuelta reducida a un conjunto de efectos académicos, sino como una ‘batalla cultural’ contra el capitalismo, y una reforma intelectual y moral de carácter libertario, antiimperialista, antimilitarista, anticlerical, latinoamericanista, igualitarista, obrerista y pacifista”.

Por supuesto, el recorrido incluye miradas que –lamentablemente– tienen resonancia en hechos demasiado cercanos: Fernando Amato reconstruye la persecución y la represión contra los estudiantes universitarios a lo largo del siglo XX, llevada a cabo por gobiernos de distinto signo, democráticos y dictatoriales. Entre los grandes hitos de la historia de la universidad en el país, Ernesto Villanueva destaca las cátedras nacionales y la Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires, una breve pero fructífera experiencia que tuvo lugar durante el tercer peronismo. Y Guillermo Jaim Etcheverry refiere a la democratización del ingreso, un hecho sin precedentes que fue de la mano con la transición democrática abierta en 1983.

Adriana Puiggrós, por su parte, señala continuidades y rupturas con los preceptos de la Reforma del 18. En las últimas décadas, ya consolidada la democracia, esos mandatos y los vaivenes de la política universitaria no siempre fueron de la mano. Tajante, Graciela Morgade escribe: “La agenda del gobierno nacional en el centenario de la Reforma viene así de limitada: hay que ajustar”. Y Nicolás Trotta sostiene que el sistema universitario debe ser “la columna vertebral de un sistema científico y tecnológico que impacte en el progreso colectivo”. Telma Luzzani escribe sobre los ecos de la Reforma en América latina y sobre la incidencia de la universidad argentina en la región. En su sección de crónicas policiales, Ricardo Ragendorfer sorprende con el caso de un profesor cordobés partidario de la contrarreforma.

Esta nueva edición de Caras y Caretas se completa con entrevistas con Alberto Barbieri, rector de la Universidad de Buenos Aires, y con Alberto Sileoni, ministro de Educación durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Otro ejemplar para agregar a la colección, con las ilustraciones y los diseños artesanales que caracterizan a la revista desde su fundación a fines del siglo XIX hasta la modernidad del siglo XXI.