Al principio fue la sorpresa. Después la mofa y la irritación. Hasta la BBC  dejó en su portal constancia del asombro. Pero como ya pasaron dos semanas del acontecimiento y la marea de puteadas baja en  las redes sociales, siempre urgidas de la última novedad, uno puede ahora pensar con el corazón frío: ¿Cómo se originó el espantoso eslogan lanzado por la Secretaría de Derechos Humanos, “la heterosexualidad es parte de la diversidad sexual”, con la invitación a visibilizar ese notable descubrimiento? ¿Fue una decisión política destinada a diluir la singularidad lgtbi o apenas el ensayo de un burócrata para superar su handicap creativo, tropezándose en su semántica de la estupidez? De wikipedia se cruzó, pobre nabo, al golpe publicitario. Del sopor del escritorio a la aventura fallida del aprendiz de provocateur. No sé si alcanza con atribuirle cierta deficiencia de razonamiento y de experiencia; una probable ignorancia propia del parvenu en la teorías de identidad de género. Demasiado tarde argumentó, igual de torpe, que mediante la consigna se pretendía interpelar a la heterosexualidad mayoritaria, exponiéndola en la misma vitrina de las sexualidades minoritarias. Es decir, bajarle el precio. Pero, incluso siendo eso cierto, tengo para mí que las ideas tontas o inocentes también nacen, a pesar de sí, de la maldad propia de su época.

Lo cierto es que la Secretaría de Derechos Humanos decidió pasar por alto el legado histórico, contra hegemónico y liberador del movimiento del arco iris. Pretendió celebrar la diversidad sexual como quien habla de la pluralidad botánica o los planetas de la vía láctea, sin analizar mucho en qué brete epistemológico se metía. Pero, repito, hay que ubicar el yerro en su contexto histórico. Porque detrás de ese lenguaje falsamente inclusivo, que pareciera no tomar en cuenta las experiencias de discriminación social y jurídica, injuria y sufrimiento de los colectivos disidentes, que persisten, debe existir la ilusión de minimizar la potencialidad desestabilizadora de su diferencia. 

No es raro que este dislate, que podría consagrar para la posteridad el lema “por el derecho a la libre sexualidad de los heterosexuales”, haya emergido en un momento de despolitización como pocas veces se vio en la Argentina, cuando nombrar la batalla anti represiva de Stonewall es, a la vez, banalizar su memoria. O que el presidente pase a hablar del curro de los derechos humanos y la liberación anticipada de genocidas a desgañitarse ante un auditorio con la biblia del Nunca Más. El debate político se reemplazó con la emisión inflacionaria de gestos, lemas y el guión de las encuestas. 

El juego didáctico de la Secretaría de Derechos Humanos quizá termine por convencernos, el día de mañana, de que el capitalismo tardío produce per se una igualdad sin precedentes entre las distintas orientaciones sexuales, y que si te siguen matando o golpeando, es solo porque la buena nueva del consenso igualizante no llega a todos al mismo tiempo ni a veces a tiempo, y que además hay cada loco fundamentalista que ni se entera de que la heterosexualidad hoy  puede formar parte de la serie netflix de la  diversidad.

Como si eso fuese insuficiente, se nos pide “visibilizar” no sé qué: la heterosexualidad? El lugar que ocupa con prepotencia dentro de la historia de la sexualidad?  Qué cosa? Acá tampoco se entiende bien si en su delirio el creador sugiere que los heterosexuales también podrían llegar a asfixiarse en alguna especie de closet inadvertido para el resto. O, para seguir con el concepto de la época en que se manifiesta, podemos atrevernos a creer que lo que realmente se quiere es hacer visible una supuesta conciliación definitiva de las diferencias, que convertiría a la heterosexualidad, hasta ahora obligatoria y la única impuesta a sangre y fuego como orden natural, en una opción tan válida como cualquier otra de la góndola. Si el autor fue por este objetivo, yo le recomendaría la lectura de La invención de la cultura heterosexual, de Louis-Georges Tin, para que pudiera darle sustento a sus misteriosas intenciones. Así,  sumaría al inexplicable eslogan raquítico el modo no natural en que se fueron convirtiendo la heterosexualidad, y su cultura, en un orden natural, separado del orden del tiempo, invisibilizando, acá sí, la historia de su desarrollo.  Si la heterosexualidad, con toda su narrativa y normativa, es parte de la diversidad, y no la dueña fundadora del discurso sobre las sexualidades, habría que pedirle que pague su entrada igualitaria en efectivo o tarjeta y sin descuento. Y que, de una vez por todas, deje de actuar, grandota como es, como la única orientación sexual patovica. Y lo digo yo, que todos saben que el chongo me enciende como a una tea.