“Es la primera vez que voy a cantar en Buenos Aires con un grupo europeo y después de muchos años volveré a cantar en el Colón”, comenta Bernarda Fink a PáginaI12. Considerada una de las voces más bellas y distinguidas del panorama internacional, la mezzosoprano argentina regresará a la ciudad donde nació para presentarse hoy y mañana junto a la Camerata Salzbug en la apertura de la temporada del Mozarteum. “Siempre es emocionante volver a la Argentina”, repite Fink, que hace dos años ofreció conciertos en el CCK y en la Usina del Arte. Sin embargo, la cantante siente que volver para actuar en el Colón es una forma especial de regreso, un privilegio que se colma con la compañía de una orquesta excelente, con la que además dice sentir familiaridad y correspondencia  artística. “Mi formación es argentina. Yo me formé en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, hacia fines de los 70 y principios de los 80. Era la época en la  que el Instituto todavía funcionaba en el mismo edificio del teatro y eso significaba vivir dentro de ese templo, presenciar ensayos, encontrarse continuamente con grandes maestros. Y acceder más tarde al escenario mayor con el coro. Esa experiencia me marcó para toda la vida”, asegura. 

“Schlummert ein...” de la cantata Ich habe genug (Tengo suficiente) BWV 82, de Johan Sebastian Bach, y las Canciones bíblicas Op.99 de Antonin Dvorak, serán la obras que interpretará Fink en ambos conciertos con la Camerata Salzburg. El programa se completará hoy con Fratres, de Arvo Part, y la Sinfonía nº3 en Re mayor, de Franz Schubert, y el martes con la Suite Pulcinella, de Igor Stravinsky y la Sinfonía nº35  –Haffner–, de Wolfgang Amadeus Mozart.

Bach y Dvorak son en la voz de Fink dos formas de la fe, entre el Barroco y el Romanticismo, los períodos entre los que se balancea su carrera. “Es cierto, lo que une estas obras es la búsqueda de la verdad, a través de la fe, de la profundidad en busca de lo superior. Tanto Bach como Dvorak expresan en su obra una profundísima fe en Dios, que conmueve”, dice Fink y agrega: “El Romanticismo está en mis orígenes, y más tarde, cuando llegué a la música antigua, Bach fue un amor a primera vista, algo a lo que es imposible renunciar y a lo que es importante volver”. 

Lejos de los estereotipos de las divas del belcanto, el periplo artístico de Fink se desarrolló en torno a elecciones precisas y originales, con tanto de desafío como de buen gusto. Cultivó los repertorios de la cantata, el oratorio, la música sinfónica y el lied, de la mano de grandes directores. Entre obras de Bach y Mahler, pasando por Rameau, Mozart y Haydn, entre otros, su voz, versátil y de rara belleza y una expresividad de temperamento fresco y profundo, está ligada a los nombres de René Jacobs, John Eliot Gardiner, Nikolaus Harnoncourt, Kent Nagano, y pianistas como Roger Vignoles y Carmen Piazzini, en una discografía impecable.

–¿Qué tiene que tener un compositor para que le resulte atractivo?

–El compositor no vive sin el intérprete, por eso cuando elegimos uno debemos estar particularmente atentos a satisfacer lo que nos pide. Lo que me lleva a elegir son esas chispas que se producen entre el compositor y el intérprete, a veces inconscientemente. Y también las identificaciones personales, por supuesto. La música de Dvorak me atrae particularmente porque en ella reconozco mis raíces eslavas. Por eso la frecuento desde las épocas de estudiante, en Buenos Aires, como tantos otros compositores. Muchas veces en Europa se sorprenden de lo amplio del repertorio con el que crecimos, de la mano de nuestros maestros. Estoy muy orgullosa de haberme formado en Buenos Aires y lo repito siempre.  

Hija de emigrantes eslovenos que llegaron a la Argentina en 1948 después de pasar tres años en los campos de refugiados en Italia tras los desastres de la Segunda Guerra en Europa, Fink recuerda que fue su familia la primera escuela musical. “En mi casa la música entraba con la leche materna. Éramos seis hermanos y no había instrumentos, no teníamos la posibilidad. Pero se cantaba. Los sábados y los domingos cantábamos en el coro del Centro esloveno y no había reunión familiar que no terminara con canciones. Más tarde, cuando comenzó a abrirse el horizonte, me interesó todo lo que fuera música. Estudiaba Ciencias de la Educación en la Universidad, pero sentía el gusano de la música que me carcomía y no me dejaba en paz. Tenía que hacer algo y empecé a tomar clases de canto y a conocer el repertorio hasta que tomé la decisión, un poco a ciegas. Era lo que tenía que hacer. Y valió la pena. Trabajé mucho para modelar mi voz y en este sentido tuve la suerte de tener excelentes maestros, que me acompañaron también en los momentos difíciles de la formación. Aprendí de ellos y aprendí también de mis errores”.

–Aprendió a encontrar su voz…

– Eso me llevó tiempo y el proceso no fue fácil. Mi voz no tenía mucho peso y hasta que no desarrollé la técnica vocal sonaba muy liviana, por lo que parecía una voz de soprano. Más tarde descubrí que mi comodidad estaba en el repertorio de mezzosoprano, si bien podía abordar algunos roles de soprano. Eso cambió mi perspectiva. Las categorías existen, claro, pero muchas veces las líneas no son tan precisas y definitivas. 

–Hace más de 30 años que vive en Europa. ¿Qué queda de argentina en su manera de hacer música?

–Sigo siendo la argentina de siempre. Incluso siento que con el paso de los años me tira más mi país. Me encanta la idea de volver a ver mi ciudad y también desearía, cuando tenga menos actividades, poder conocerlo mejor. En lo musical, no dejo de ser la que soy. Yo fui a Europa a estudiar, llegué ya formada y mi formación fue en Buenos Aires. Si bien nunca dejo de aprender, esa base que me dio Argentina está siempre. Y me enorgullezco de ello.