La Competencia de Derechos Humanos del Bafici era un apartado transversal integrado por films de todas las secciones, hasta que en 2016 adquirió un espacio propio, centralizado y autónomo. Desde aquel año, alrededor de una decena de títulos disputan premios y, sobre todo, la atención de un público habituado a seguir más de cerca las competencias de mayor peso en el catálogo. Lo que no deja de ser una lástima, puesto que aquí suelen encontrarse algunas películas nacionales igual de buenas que las programadas en la Competencia Argentina e Internacional. Cuatro de los once contendientes de la edición 2018 provienen de estas tierras. Es un grupo heterogéneo, dispar, cuyas integrantes tienen en común la voluntad de conocer, de indagar, de generar preguntas sabiendo que muchas veces las respuestas son inasibles. Y muy difíciles de escuchar. De allí la amplitud temática: una historia personal a la vez que política en El silencio es un cuerpo que cae; el rastreo de las huellas de un desaparecido durante el gobierno de María Estela Martínez de Perón que narra El hermano de Miguel; las consecuencias económicas y sociales de la expansión del agronegocio de Toda esta sangre en el monte y la vida de una familia laosiana afincada en las márgenes del Paraná en Mekong- Paraná: Los últimos laosianos.

Este cronista no recuerda una película como El silencio es un cuerpo que cae. Bueno, sí, es cierto que indagar en el pasado familiar partiendo de la base de grabaciones, audios y demás registros privados se ha vuelto una recurrencia en el documental argentino contemporáneo. Tan cierto como que el Festival de Mar del Plata y el Bafici entregan varios exponentes por edición que se inscriben en esta tendencia (recomendación para los interesados: Ama y haz lo que quieras, de Laura Plasencia). Pero ninguno de ellos transmitió la sensación de carne viva, de intento desesperado de explicar lo inexplicable -la muerte, pero también otras cosas-, como la ópera prima de Agustina Comedi. La realizadora cordobesa construye un artefacto de explosividad radioactiva centrado en su padre, Jaime, fallecido al caerse de un caballo cuando ella era una preadolescente. Hasta minutos antes de ese accidente, papá había empuñado una cámara de video con la que filmaba toda la vida familiar. Pero antes de convertirse en padre modélico que llevaba a sus mujeres de viaje a los destinos más top del mundo, antes de ser un reputado abogado que vestía pulóveres cerrados y se peinaba prolijo, Jaime fue otro. 

Es difícil hablar de El silencio…, puesto que implica develar detalles acerca de ese secreto que Comedi irá descubriendo con un ritmo arremolinado, movida por el combustible de las dudas acumuladas durante toda la vida. A lo largo de poco más de una hora ella desnuda la personalidad de Jaime poniendo a dialogar aquellas imágenes familiares de fiestas, situaciones cotidianas y viajes, con quienes lo conocieron antes de que filmara su vida. La mejor noticia es que la cordobesa piensa su película como película y no sólo como medio para una catarsis pública, y a falta de una cuenta dos historias interesantísimas, la de su padre en sí y otra vinculada a lo real y a lo opresivo en medio de un contexto negro como la dictadura. Lo único que puede achacársele a El silencio… no dependió de ella, y es haber sido programada en una competencia con poco peso dentro de la estructura baficiana.

Si en El silencio… hay horas y horas de material de archivo, en El hermano de Miguel se plantea el problema opuesto: hay muy pocos elementos documentales concretos  –recortes de diarios, testigos, algunas fotos aparecidas décadas después– para saber exactamente qué ocurrió el 19 de noviembre de 1974. Ese día, Sergio Dicovsky fue detenido después de una emboscada en el operativo del ERP que encabezaba, y desde entonces no se supo dónde estuvo, ni qué le hicieron, ni cómo lo desaparecieron, ni mucho menos quiénes. El documental de Mariano Minestrelli acompaña a Miguel, su hermano, en la investigación con miras a intentar dilucidar los hechos, en un recorrido que, como el de El silencio…, entrevera lo personal y lo público hasta volverlo un todo difícil de diferenciar. 

De dolores, desolaciones y reclamos se nutre Toda esta sangre en el monte. La ópera prima de Martín Céspedes arranca con las clásicas placas de contexto sobre fondo negro, informando que Cristian Ferreyra era un militante del Movimiento Campesino de Santiago del Estero (Mocase) baleado por dos hombres cuando intentaba resistir el desalojo de un campo del paraje San Antonio, al norte de la provincia, en noviembre de 2011. Todo, claro, en medio del avance del negocio con las tierras, un tema que se cuela en cada fotograma, más aún en medio del juicio a los acusados que Céspedes retrata con inusual rigor para la media de los documentales de este tipo. Hay una clara toma de posición del realizador a favor de las víctimas, seres marginados del sistema que encontraron en el colectivismo una forma de resistencia, a quienes Céspedes les concede lo que pocos, dándoles la oportunidad de que cuenten su verdad. Otro que escucha es Ignacio Javier Luccisano en Mekong- Paraná: Los últimos laosianos, un documental chiquito y honesto sobre una familia de laosianos afincada en Santa Fe desde que huyó de la guerra de Vietman. Allí, a la vera del cauce de aguas marrones del Paraná, encontraron un lugar para refugiarse, y ahora se los ve amoldados a la dinámica local. Esto no implica, claro, que los sentimientos encontrados, la brecha cultural, el peso de la distancia y la sensación de destierro hayan quedado en el olvido: los recuerdos, a fin de cuentas, a veces pesan tanto o más que el puro presente.

* El silencio es un cuerpo que cae y Toda esta sangre en el monte se verán hoy a las 15.30 en Artemultiplex Belgrano y Village Caballito, respectivamente; El hermano de Miguel, mañana a las 18.10 en Village Recoleta y el jueves a las 18.15 en Village Caballito; y Mekong-Paraná: Los últimos laosianos, el martes 17 a las 18.40, el miércoles 18 a las 16 y el jueves 19 a las 17.45, siempre en Recoleta.