El día de cada usuario de la colonia Psiquiátrica de Oliveros transcurre a la intemperie, cuenta la fotógrafa y psicóloga Isis Milanese. La paradoja de un encierro a la intemperie es una estación más en el vía crucis de los hombres y mujeres con sufrimiento psíquico en la provincia de Santa Fe. Vienen de la exclusión social y del desamparo familiar; algunos incluso han vivido en la calle. Llegaron rotos a una institución que no los reconstruye sino que los arrasa.

Desde 2010, en el marco del proceso de desmanicomialización que exigen las Leyes Provincial y Nacional de Salud Mental, se habilitó el dispositivo de Casas de convivencia o Viviendas asistidas. Allí, los residentes externados reciben la asistencia de un equipo terapéutico que conduce la psicóloga Carolina Garbosa, quien confió en el proyecto de su colega fotógrafa. Este consistió en visitar semanalmente a los habitantes de tres de estas viviendas en la localidad de Oliveros (una de mujeres, una de hombres y otra donde vive una pareja) y documentar su día a día. Fueron dos años de fotos que resultaron en álbumes para que cada retratada o retratado pudiera reconocerse como en un espejo.

La selección de un puñado de imágenes de entre cientos de ellas fue posible en clínica de obra con Adriana Lestido; y la publicación de este ensayo fotográfico en forma de libro, con la ayuda de la ministra de Innovación y Cultura, María de los Angeles González. Diseñado e impreso con amoroso cuidado y editado con el apoyo del Ministerio de Innovación y Cultura de la Provincia de Santa Fe, La vida después se presenta pasado mañana a las 19, en el Petit Salon de Plataforma Lavardén (Mendoza y Sarmiento).

La vida después es un libro de fotos que se deja leer como un libro de poesía. Sus imágenes despliegan con delicadeza un universo visual de sinécdoques y metáforas. El hombre de mirada distraída cuya mano abraza con firmeza y ternura a su gato, o la mujer cuyo vestido estampado parece continuarse con las flores de su jardín ("no fue un efecto buscado conscientemente", recuerda la retratista) son escenas de dignidad recobrada. La decisión estética (¿y ética?) de fotografiar con luz natural convierte la sencillez de unas peras en una frutera o un muro al atardecer en bodegones y paisajes que parecen pintados.

La mujer que amanece en su propia cama, como envuelta en la caricia de la luz, dormía (contó conmovida una lectora, una de sus antiguas vecinas) por las veredas de su pueblo. Detrás de una mirada que es pura bondad hay la triste historia de un jardinero que pasó 40 años sin poder ejercer su amado oficio de cultivar plantas; nada de aquel dolor se lee en esos ojos transparentes que miran a la cámara.