Alejandro Guerrero (Rosario, 1956) sabe que la foto está en la calle. Cazador de imágenes, es en la peligrosa jungla de cemento adonde sale a buscarla. Editor fotográfico del diario El Ciudadano y reportero gráfico de la Secretaría de Comunicación Social de la Provincia (Delegación Rosario), Guerrero pasó por más de 20 medios (entre ellos, Rosario/12) y agencias del país y del mundo, en una sólida carrera de casi cuatro décadas donde forjó su oficio de mirada precisa y encuadre certero.

En tiempos en que el papel impreso de la prensa gráfica tiende a disolverse en el éter de las redes, Guerrero sale a la calle como uno más de tantos. Ya no busca las imágenes, simplemente las encuentra. Lleva su ojo en un bolsillo. El ojo es también un oído. No es ciencia ficción sino un teléfono móvil Samsung Galaxy S4. Así se nos explica en uno de los epígrafes de su exposición fotográfica "Al paso con el celular", que puede visitarse hasta el 5 de mayo en Plataforma Lavardén (Mendoza y Sarmiento).

Mirada precisa y encuadre certero.

Las decenas de esas fotografías que Guerrero eligió imprimir se ordenan en montajes amables para el lector. Son instantáneas pensadas. Muchas de las fotos llevan como título: "Desde mi ventana". La imagen está ahí, al alcance. Bastó con buscar el momento en que el azar de lo real produce forma; y encuadrar, disparar, componer a través de la mirada. Una mirada de fotógrafo educada en las leyes de la composición que las academias de pintura enseñaban y que los pintores del siglo XX intentaron reconstruir, "del natural", sin forzamientos de estudio.

Parece fácil, pero detrás de cada toma hay casi cuarenta años de oficio. En una, el vértice del balcón de un edificio parece tocarse con la luna; cosas del cielo hacen sistema con cosas de la tierra. Y el espacio casi tipográfico entre el contorno anguloso y esa redonda "o" minúscula blanca queda justo en el punto áureo, o muy cerca. Es el ojo, el punto de vista, el que organiza el encuentro. Constelaciones, llamó Walter Benjamin a este modo medio surrealista de mirar el mundo.

O mejor dicho, de leerlo como si fuera un libro abierto. Leer unos detalles encontrados: un par de sandalias franciscanas junto a un cartel de Prohibido estacionar; un perro navegando en un changuito de supermercado bajo la llovizna. El vientre de un pequeño reptil posado en el cristal entre gotas de lluvia como lunares, o un barco fantasma en la bruma del río, ¿qué dicen? ¿sobre qué informan? Dan noticias sobre cierto estado interno, capaz de reflejarse en las cosas. No significan pero cobran sentido. Detenerse en estos mínimos encuentros con lo irrelevante es lo que convierte una caminata en una aventura.

Es posible recorrer esta muestra en cualquier dirección, como el paseante atento (el flèneur, diría Benjamin) que fue el fotógrafo al producir estas imágenes. Permitirse andar por la ciudad con atención flotante les habilitó un espesor inesperado. Imágenes de un poema no escrito, que aguarda a la vuelta de la esquina. Hay en algunas de ellas, como en las de los sueños, una cierta pregnancia, es decir: una simplicidad inolvidable, algo que hace que ellas mismas llamen, y que insistan. Por ejemplo esa puerta iluminada en lo alto de una escalera podría ser un portal, o un pasaje; el camino que un soñante tomaría.

La magia contagia. El espectador sale como de un recital punk, sintiendo que puede vivir así: tomando fotos al paso con el celular.