“Sentía que tenía que parar y reflexionar”, plantea Alfredo Rubín, el Tape, cuando explica el tiempo que transcurrió entre su segundo disco y Cambiando cordaje, que presentará hoy a las 21 en el Club Atlético Fernández Fierro (Sánchez de Bustamante 772) junto a sus compañeros, los guitarristas Adrián Lacruz, Mariano Heler y Leandro Nikitoff. Nueve años pasaron entre Lujo total y su nueva placa. En ese tiempo, su nombre se consolidó como referente ineludible de la nueva generación de tangueros y algunas de sus composiciones (“Regín”, “Bluses de Boedo”, “Aire sin final”) se instalaron como clásicos contemporáneos del género.

“En 2010, estaba incómodo con la actividad pero además venía trabajando en relación a semillas, me había comprado una porción de tierra en las sierras y ya sentía que tenía que reflexionar”, recuerda el Tape. Le molestaba, como a otros colegas, el tiempo que deben dedicar a “todo lo que rodea la música y no es ni componer ni tocar”. La militancia agroecológica, sin embargo, fue clave para llevarlo por un nuevo camino de descubrimiento interior que, eventualmente, también impactó en su trabajo musical. “Empecé a cuestionarme cosas: ¿por qué no tomamos la música como ritual?”, plantea. No encontró respuestas o certezas definitivas. Acaso, más preguntas. Y lo mismo con los temas relacionados con la tierra.

“Todo eso me llevó a reflexionar en cuanto a los orígenes del continente y cómo está conformado hoy, el nombre de los lugares, por qué se llaman así, por qué festejamos el fin de año a mitad de año en el hemisferio sur... Son cosas que cuando empezás a trabajar con plantas y bioregiones te van llevando naturalmente a los pueblos originarios, sus saberes, sus maneras de vincularse con el cosmos, con la tierra”, cuenta Rubín. El camino lo llevó a incursionar también en el taoísmo. “Quizá con el no-tener o no-hacer tenemos más referencias, pero el no-saber es muy groso porque el paradigma del occidental es saber lo más posible, que hay un rompecabezas a armar y te faltan fichas por llenar”. Allí sí entrevé una posible respuesta: “Hoy por hoy, es necesario encontrar una síntesis entre los aportes a la humanidad de todas las culturas, los de los pueblos originarios y los de los europeos occidentales también, porque si no, no podríamos tocar la guitarra o hablar el español”.

“Sí siento que ahora hay como un cambio de era y es como si se hubiera corrido un velo”, plantea. Muchas cosas que antes existían, ahora están expuestas y son combatidas, como el machismo. “El otro día, en un taller, un músico decía ‘este es un acorde viril’. Y una chiquita al lado mío se lo cuestionó: ‘¿qué quiere decir un acorde viril?’ Antes estaba todo –el acorde, la frase, la chica—, menos el cuestionamiento”.

Ese proceso no lo alejó de la composición, aunque admite que nunca fue muy prolífico porque piensa mucho cada cosa que hace. Si el primer disco era netamente milonguero y el segundo se permitía algunos devaneos, esta placa acentúa ese proceso. “Hay un concepto que tiene que ver con el nombre del tema que da título al disco, que significa mucho para los guitarristas”, explica. “Por un lado, porque nosotros tuvimos cambios personales, ideológicos, fuimos tomando cosas y desechando otras. Por otro, el grupo cambió porque entró Nikitoff, yo pasé al guitarrón”.

Además, en estos casi diez años que pasaron entre un disco y otro, el grupo se consolidó como intérpretes y compositores. “Tengo la sensación de que ya estamos seguros con el género, de que podemos escribir buenos tangos o tangos aceptablemente escritos, de que manejamos el lenguaje de la guitarra. Y en el tema ‘Cambiando cordaje’ hay un paseo por músicas populares argentinas, tratando de vincular mundos lo más fluidamente posible; hay muchas capas en esa canción, un poco como las que fueron conformando el tango”, propone. “Al mismo tiempo, está esto de que el tipo o tipa está cambiando las cuerdas de su guitarra y siente que va a iniciarse el mundo otra vez”.

El proceso creativo de Cambiando cordaje incluyó una serie de ensayos abiertos en el Espacio Cultural Benigno, del barrio porteño de Parque Patricios. “Algunos temas incluso los mostramos casi armándolos”, recuerda. Una metodología que ya habían probado hace tiempo, para un disco anterior. “Si una sola persona viene al ensayo, aunque sea un amigo de nosotros, ya nos pone en otro lugar para tocar, porque te saca del lugar íntimo de burbuja donde me junté con tres amigos a tocar”, observa Rubín. “Por ahí fueron más bien pasadas en vivo, pero igual sirvieron un montón porque asentamos el material con el agregado de que de repente alguien podía opinar, relacionarlo”. ¿Y la gente metía cuchara? Según cuenta el Tape, sí. Y además tenían la visita de muchos colegas, curiosos por observarlo trabajar. “De a poquito la gente se animaba, se armaban debates. Leímos letras y las comparamos. A veces venían diez personas, otras cincuenta. Alguna vez vinieron ochenta, todo estallante de personas; otras, cinco. Pero eso está bueno porque queremos salir de ese paradigma de que si no vendés muchas entradas es un fracaso, porque si no te limita un montón”.

Rubín no muestra ansiedad por el impacto inmediato del disco. Sus temas anteriores, de hecho, empezaron a versionarse cuando él ya estaba sumido en sus reflexiones, casi como “una histeria de la vida”. Con estos temas sospecha un destino similar. “Capaz ahora nadie los agarra y sucede más adelante, eso tiene que ver con los ciclos; algunos días estás arriba, otros abajo, pero como decía el Muñeco Gallardo, ‘ni antes era Pelé ni ahora soy un cuatro de copas’”. En todo caso, lo que importan son las canciones que dejará Cambiando cordaje. Sobre ellas, el guitarrista y compositor reflexiona: “Hay música, tangos más clásicos y cantados, experimentos armónicos, aparecen huellas. No es novedoso ni busca serlo, pero es un disco de tango, pensamos, de gente que no necesita aferrarse al género de modo tan identitario”.