Desde La Habana

A menudo se habla de Cuba con ligereza. Se la compara con democracias recortadas y en decadencia o con los presuntos beneficios de vivir en el capitalismo. Hay que ver la cara que ponen los cubanos cuando se les cuenta lo que pasa afuera de su isla. Se toman la cabeza ante el primer relato sobre la inseguridad. No entienden cómo las drogas son un problema estructural. O que la educación y la salud no estén garantizados de modo universal. Se quejan, sí, de que todavía estén lejos del horizonte de prosperidad que desean. Pero no de esa prosperidad que se vende desde las marquesinas de las grandes corporaciones. Que ofrece lujos, confort y consumo. Quienes aspiraban a ellos ya viven en Estados Unidos. Quienes quisieran seguirlos la tienen difícil. La hostilidad del gobierno de Donald Trump provocó que ahora para tramitar la visa deban viajar a Guyana. El pasaje les cuesta no menos de 900 dólares. Una traba más en el camino hacia el sueño americano.

El día después de la elección de Miguel Díaz Canel como jefe de Estado la vida sigue como si nada. Quizá porque hay una certeza absoluta de que el socialismo se mantiene. Desde su punto de largada en 1959, Cuba busca reinventarse. Saltó vallas muy altas, como el bloqueo de Estados Unidos o el período especial que soportó tras la caída de la Unión Soviética. Dentro del sistema adoptado, intenta cambiar lo que está mal y ratificar lo que está bien. Raúl Castro fue muy autocrítico ante la Asamblea del Poder Popular con los errores cometidos. Habló de pedir menos y racionalizar más. Pero no se refería al pueblo. Lo dijo por funcionarios que derrocharon combustible, un insumo sensible en la isla o en cualquier otra parte.

Tania y Conchita son dos mujeres muy diferentes. La primera es de Santiago de Cuba, peluquera y pareja de un músico cubano con ciudadanía jamaiquina. Eso le permitiría viajar seguido al exterior. Su compañera es funcionaria en el Ministerio de Educación. Conoce muchos países, desde Bolivia a Bangladesh. Las dos eligieron vivir en la isla. Tuvieron la posibilidad de hacerlo en el exterior, pero regresaron siempre.

Conchita habla muy bien de Díaz Canel. Lo conoció cuando era ministro de Educación. Cuenta que es “un hombre muy respetuoso, que se detiene a saludarte si te ve en cualquier parte, que le ha dado mucho valor a la incorporación de la tecnología en Cuba y al desarrollo de las redes sociales”. Con esa impresión ratifica lo que ya se conocía del nuevo presidente. Que le asigna un papel clave a la computación y pretende seguir modernizando o extendiendo su uso entre la población. Conectarse a Internet en Cuba es todavía una aventura. Y además, cara. Pero el jefe de Estado intentará repetir lo que ya hizo como ministro de Educación Superior cuando digitalizó contenidos y actualizó las herramientas tecnológicas disponibles.

Freddy es taxista y gana entre 30 y 50 dólares por día. Agrega que debe pagarle el 10 por ciento de sus ingresos al gobierno. Lleva pasajeros desde Guanabo a La Habana en su Lada ruso. Son 27 kilómetros de viaje. En el trayecto que hacemos cuenta que “no se vive mal” y que se conforma con lo que tiene. “Todo es del Estado, pero no pago por mi casa, la salud, la educación y la comida”. Diana trabaja de mesera en un hotel y gana 12 dólares por mes, que puede duplicar con algunos incentivos. Alquila y dice que le cuesta llegar a fin de mes, pese a las propinas que recibe. Se la percibe disconforme porque tiene “dos hijas que mantener” y los padres de las jóvenes no le aportan la cuota alimentaria. Uno porque se esfumó y el otro porque “está subocupado, formó nueva pareja y ahora tiene otra niña”.

Historias como éstas hablan de una dispersión salarial que se acentúa con cierta liberalización en algunos rubros de la economía. En La Habana prosperan los llamados paladares, restaurantes que gestionan personas en condiciones de pagarle al Estado un canon determinado. Hay pequeños comerciantes por todos lados, choferes que llevan turistas en sus propios autos, como Freddy, o artesanos que venden sus productos típicos en el puerto. La dualidad monetaria es uno de los problemas a resolver. Genera un abismo entre el peso convertible cubano (el CUC, equiparable a un dólar, que está penalizado) y el peso de uso corriente entre la población (CUP). Cuestiones de la economía doméstica que sólo pueden explicar los economistas, aunque a veces ni eso.

En Cuba hay muchas cosas por hacer, pero no son de las que estamos acostumbrados a observar o sentir en la Argentina. En las calles no hay gente revolviendo la basura, ni chicos desnutridos o adictos al paco, ni hombres y mujeres durmiendo a la intemperie. Este cronista constató que, por el contrario, hay un porcentaje considerable de gente obesa. Acaso por mala alimentación, pero nadie en su sano juicio podría decir que hay hambre. Los problemas a la vista son de otro tipo. Se perciben en muchos edificios de Centro Habana, sobre la avenida San Lázaro, donde las fachadas están en malas condiciones, descascaradas o sin puertas. En otros barrios –cuenta Tania– “las construcciones comenzaron a arreglarse, como en La Habana Vieja, donde el gobierno pone dinero para mantenerlas”.

El transporte superó hace mucho las consecuencias del período especial. Se viaja en mejores condiciones y la tarifa es muy baja. A los buses comunes o dobles que utiliza el cubano de a pie se suman las bici-taxis, los almendrones (automóviles de la década del 50 que están en excelente estado de conservación), los Lada o Moscovi rusos y un incipiente parque automotor más moderno que todavía resulta inalcanzable para la mayoría de la población.  

La etapa que se abre con Díaz Canel en el poder es otra demostración de resiliencia de la Revolución Cubana. Han sido demasiados los desafíos que le impuso la historia y superó. Uno de ellos sigue ahí, omnipresente: el bloqueo de Estados Unidos, que asfixia su economía desde principios de la década del 60. El nuevo presidente nació en aquella época. Ayer cumplió 57 años. Los cubanos dicen que está preparado para llevar adelante la tarea que le encomendó la Asamblea del Poder Popular que lo eligió.

No está solo. Dos generaciones fundidas en una –aquella de los revolucionarios de la Sierra Maestra y la suya– aparecen representadas en su gobierno. Ya sin los hermanos Castro, pero con el monolítico Partido Comunista que seguirá conduciendo Raúl, las organizaciones del pueblo y la convicción de que a Cuba se la respeta. Como lo indica el sentimiento patriótico que se respira desde Pinar del Río a Guantánamo, tributario de una historia que nació mucho antes de la Revolución. Que habla de Martí, Céspedes y Maceo, y de los comandantes del Granma. De Fidel y el Che Guevara.

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