Para entender a Josip Broz hay que pensarlo como si hubiese sido una mamushka: su biografía inabarcable encierra múltiples vidas, una dentro de la otra. Pero si existiese la posibilidad de contar o explicar un país a través de una persona, podría decirse que Yugoslavia se resume en él. El hombre de las mil versiones fue el líder absoluto de un territorio que hoy se reparten seis estados: Serbia, Croacia, Bosnia y Herzegovina, Montenegro, Eslovenia y Macedonia. También fue soldado del ejército austro-húngaro en la Primera Guerra Mundial. Fue obrero. Fue preso. Fue prófugo. Fue clandestino. Fue secretario general del Partido Comunista de su país. Fue la cabeza de su ejército para aplastar el avance del nazismo. Fue presidente vitalicio de Yugoslavia, desde 1943 hasta su muerte en 1980. Fue quien organizó a los Países No Alineados luego de la Segunda Guerra Mundial. Fue tantas cosas el Mariscal Tito que se convirtió en leyenda. Y en el terreno fangoso entre lo posible y lo inverosímil hay una vinculación con Argentina. En Berisso aseguran que vivió ahí un año con otra identidad, que se hacía llamar Walter y que, cautivado por los colores rojo y blanco de la camiseta, se hizo hincha de Estudiantes de La Plata.

La embajada de la República Serbia en Argentina es la herencia de lo que fue la casa de Yugoslavia. En ese ambiente solemne y protocolar conviven entre los funcionarios y empleados las dudas sobre quién fue realmente el Mariscal Tito. Una fuente oficial consultada por Enganche alimenta el misterio:

–¿Estuvo el Mariscal Tito en Argentina?

–Es muy difícil decirlo y probarlo. Si vino, fue con un alias. Esta embajada está desde 1929 y no hay registros de él. Pero insisto: si vino, seguramente también se escondió de esta embajada. ¿En qué año se supone que estuvo?

–Entre octubre de 1930 y diciembre de 1931.

–No se puede probar con documentos, pero puede ser que haya estado. Puede ser.

El armado del rompecabezas de un personaje multifacético es como contar abejas en un enjambre. Las voces sobre su presencia en Argentina se replican como ecos de verdades o mentiras. Sin embargo, los hinchas de Estudiantes sostienen lo que alguna vez escucharon y convierten su creencia en un ritual propio de las tribus que transmiten oralmente su cultura a través de las generaciones. Darío Sztajnszrajber es de Berisso y “pincharrata”, como se define en su cuenta de Twitter. Pero cuando argumenta ante este medio sobre la leyenda del Mariscal Tito lo hace como filósofo: “En el fútbol hay una construcción de identidad en la que se buscan diferentes mitos, y hasta ritos fundacionales, para sostener ese común que nos une. Se trata de una identidad forjada a partir de experiencias que se pasan colectivamente o bien a partir de la inventiva. Por eso se diferencia una identidad de este tipo de una identidad más ‘biológica’ o familiar. Hay que emular a la familia”. La familia, en este caso, es la de Estudiantes. Es lógico que el club de La Plata, que escribió su historia con mística y títulos internacionales, adore a sus propios héroes. Lo fantástico es que uno de ellos sea alguien que no ganó y quizás ni siquiera se haya enterado de la gloria del equipo. “El fútbol siempre genera esta referencia idolátrica a ciertos personajes que ayudan a promover ese común. Y mostrar que alguien de afuera tenga una particular devoción por tu club es un valor agregado. Más si se trata de un personaje que no tiene que ver con el fútbol. Y más todavía si encima es el Mariscal Tito, con lo que implica para la historia del siglo XX. Lo inaudito, lo sorprendente, también le suma al mito. En última instancia, el fútbol se nutre básicamente de mitos. Es lo único que puede distinguir la identificación con un equipo de fútbol, para no vislumbrar ahí a once tipos corriendo detrás de un pedazo de vaca muerta”, argumenta Sztajnszrajber. 

Dicen los hinchas de Estudiantes y los vecinos de Berisso que el Mariscal Tito fue un obrero, de nombre Walter, que trabajó como mecánico en el frigorífico Swift. Sus compañeros eran casi todos hinchas de Gimnasia. De ahí el apodo Triperos, porque aquellos hombres arrancaban las vísceras de los animales. Pero a Josip Broz, o Tito, o Walter, lo conmovía la camiseta del rival porque era igual a la de su equipo yugoslavo, que no es otro que el Estrella Roja de Belgrado. Efectivamente tiene la camiseta roja y blanca a rayas verticales, pero se fundó en 1945. El famoso club yugoslavo que en 1991 ganó la Liga de Campeones de la UEFA y la Copa Intercontinental es producto de la fusión entre el SK Velikay el SK Jugoslavija, de quien absorbió la camiseta.

A principios de la década de 1930 Estudiantes tenía un equipo con nombre propio que, como el Mariscal Tito, quedaría en la historia: Los Profesores. Con esa formación no ganó ningún título (¿perjudicado por fallos arbitrales?), aunque en el primer torneo profesional, el de 1931, terminó tercero y marcó 104 goles impulsado por una delantera de oro: Nolo Ferreira, Alejandro Scopelli, Alberto Zozaya, Enrique Guaita y Miguel Ángel Lauri. En “Un libro y 57 historias”, del periodista Gustavo Flores, se menciona que aquel hombre que 15 años más tarde equilibraría bajo su brazo de hierro las tensiones nacionalistas en los Balcanes iba a la cancha encantado por aquellos atacantes. Incluso más: Flores asegura que hubo un encuentro entre Tito y Scopelli.

“En Argentina hay muchos mitos sobre el Mariscal Tito –dice la representante de la embajada de Serbia– y me gusta que se hable de estas cosas. Hay gente que me contó que hay una foto que comprueba que estuvo acá. Alguien me dijo que trabajó en una usina en Buenos Aires”. En una nota del diario el Día, de La Plata, del 11 de junio de 2003 titulada “El Museo de Berisso, la Historia en 30.000 fotos”, Luis Guruciaga, quien hizo el mayor aporte del material documental y fotográfico con registros desde 1890, señala: “Podría decirse que lo que aquí no está registrado, no ha existido. Por ejemplo, pasé mucho tiempo buscando fotos del Mariscal Tito y de Aristóteles Onassis en Berisso, pero no existen registros gráficos de ellos, lo que me lleva a pensar que su paso por nuestra ciudad es parte de la leyenda”.

La historia del Mariscal Tito se cuenta también en el sitio oficial de Estudiantes de La Plata. Ergo: es parte de la historia oficial del club. En un párrafo de un texto se consigna que “en 1968 el Pincha realizó una gira por Europa en la que el ex jugador Manuel Ferreira, integrante de Los Profesores, acompañó al plantel. La leyenda dice que en ese viaje Nolo se cruzó con Tito, que lo reconoció y le dijo: ‘A usted lo vi jugar muchas veces en La Plata. No puedo olvidar a ese equipo’”. Marcos Conigliaro, delantero del equipo campeón del mundo en 1968, atiende el teléfono: “¿Qué? ¿El Mariscal Tito? Noooo. No recuerdo que nos haya recibido el Mariscal Tito. ¿El yugoslavo, no? No, no. Tampoco recuerdo que en esa gira estuviera Nolo Ferreira. El único que nos recibió fue Heriberto Herrera, un técnico paraguayo que creo dirigía al Inter. Nosotros estábamos en Milán y el tipo quería saber sobre el método de Osvaldo (Zubeldía). Y Osvaldo, que siempre llevaba a alguno de nosotros con él, me invitó a ir. Herrera mandó a nuestro hotel a un chofer y fuimos en uno de sus autos a verlo a la casa. Pero nunca había escuchado sobre la versión de que nos había recibido el Mariscal Tito”. Como el filósofo Sztajnszrajber, Conigliaro también tiene una mirada sobre los mitos: “¿Sabés qué pasa? Cuando sos joven caes simpático. Cuando empezás a ganar tanto sos antipático. Y de viejo te vuelven a ver simpático. Entonces te inventan que hiciste viajes, que jugabas mejor. Pero está bien: que cada uno crea lo que quiera”.

En la Dirección Nacional de Migraciones hay registros de dos Josip Broz en Argentina. Ninguno de ellos es el Mariscal Tito, que -como asegura la fuente de la embajada de Serbia y las versiones publicadas- de haber entrado al país para instalarse en Berisso lo habría hecho con un documento falso. Las pistas para reconstruir la historia se siguen a través de un GPS que redirecciona permanentemente, pero también marca puntos clave: que vivió en la pensión El Turco, ubicada sobre la calle Nueva York; que solía comer en el restaurante El Águila, que ya no existe, y que charlaba con Vania Kalinoff, un parroquiano ruso, en el bar Dawson, ubicado a unos 50 metros del frigorífico Swift. La historiadora berissense Gladys Sandoval confirma estos dichos, aunque concluye: “Verídica o no, la versión dejó sus huellas en la ciudad”. En otra nota del diario Hoy, publicada el 25 de abril de 1999 con el título “El Mariscal Tito y sus andanzas por Berisso”, se citan los testimonios de dos yugoslavos que se instalaron en los alrededores de La Plata. Tonka Baric asegura que su célebre compatriota “vivió en una pensión de la calle Nueva York”. Jaime Sternovich, hijo de inmigrantes, relata: “Yo sé por mi padre que el mismísimo Mariscal Tito vivió en Berisso, escondido de los yugoslavos que lo perseguían por ser comunista”.

Sobre la calle Lisboa, entre 11 y 12, el artista Cristian del Vitto retrató en 2001 una escena del bar Sportsman, devorado en 1970 por un incendio. En la pintura se lo ve sentado a una de las mesas a Tito (por entonces tenía 38 años), de quien dicen que frecuentaba el lugar al igual que marineros, obreros y personalidades de la ciudad. El bar estaba ubicado en Río de Janeiro y Montevideo, a dos cuadras de donde trabajaba el misterioso Walter en largas jornadas de 12 horas. El muralista, que tardó cuatro meses en terminar su obra, contó algunos detalles: “El mural lo realicé sin boceto previo, improvisando a medida que los vecinos se acercaban y contaban su historia. Ahí fue donde empecé a incorporar los personajes sentados en las mesas, muchos de ellos insólitos y de fama internacional”.

A través del Océano Atlántico arribaron varias olas inmigratorias de yugoslavos al puerto de Buenos Aires. La primera, al final del siglo XIX. La mayoría escapaba del servicio militar austro-húngaro, que se extendía durante ocho años. La otra gran razón por la que elegían Argentina como horizonte eran sus tierras. La promesa de fertilidad del suelo contrastaba con la falta de recursos de Yugoslavia. Tito habría venido en el barco Principessa María desde Génova, Italia, luego de haberse escapado de la cárcel en su país. Su estadía habría encontrado el punto final en diciembre de 1931, cuando durante el gobierno de José Félix Uriburu se aplicó la Ley de Residencia, que indicaba que se podía expulsar del país a “todo extranjero cuya conducta comprometiera la seguridad nacional o perturbara el orden público”. La ley, sancionada en 1902, les permitió a sucesivos gobiernos reprimir la organización sindical, al deportar sin juicio previo a socialistas y anarquistas.

De impronta fantasmagórica, la vida del hombre que encastró a Yugoslavia como un Tetris perfecto despierta preguntas interminables. A la fuente de la embajada de Serbia la inquietan, sobre todo, dos: “¿De qué familia provenía el Mariscal Tito? ¿Cómo es que sabía tocar el piano?” 

Los enigmas que lo rodean son un cofre repleto pero sellado con cien llaves. Algunas permiten abrir puertas con acceso a otras puertas. Otras ni siquiera sirven para destrabar cerraduras. La mirilla por la que se puede espiar Berisso deja ver un aspecto encantador. Un hombre que era solo un hombre. Un hombre que con el tiempo se convirtió en una leyenda mundial. Un hombre que, haya querido o no, es hincha de Estudiantes de La Plata.