El Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas  (Cedinci) necesita una nueva sede. A veinte años de su inauguración, en abril de 1998, es la institución más importante de América latina dedicada a la historia de las izquierdas, los movimientos sociales y las manifestaciones artísticas y culturales del continente. El espacio no alcanza para albergar más de 160 mil libros y folletos, 10 mil colecciones de revistas y periódicos, alrededor de 2200 afiches políticos, más de 20 mil volantes, y 170 fondos de archivo y colecciones particulares. La situación edilicia es crítica. El historiador Horacio Tarcus no baja los brazos. Hace tres semanas lanzó un petitorio que ya firmaron más de 1300 intelectuales y escritores del mundo y el país, entre los que se destacan Toni Negri, Roger Chartier, Enzo Traverso, Michael Löwy, Beatriz Sarlo, José Nun, Griselda Gambaro, Eduardo Grüner, Noé Jitrik y Carlos Altamirano.

“La Legislatura de la Ciudad nos otorgó en el año 2002 una casa de dos plantas en el barrio de Flores, lo que antes se llamaba un petit-hotel. Salvo el living-comedor, que convertimos en sala de lectura, el resto de las habitaciones funcionan como depósitos y como oficinas”, explica Tarcus a PáginaI12. “Tuvimos que ir llenando todas las paredes de estanterías, desde el piso hasta el techo, y las fuimos cargando de libros, revistas, periódicos, afiches, fotos, volantes, a medida que llegaban las donaciones. A tal punto que nueve años después, en 2011, cuando quisimos recibir la riquísima biblioteca de José Sazbón –unos diez mil volúmenes consagrados a la filosofía contemporánea y la historia cultural–, tuvimos que alquilar una nueva sede a pocas cuadras. Enseguida alojamos allí las nuevas bibliotecas que fueron llegando: la del editor Jorge Tula, la del escritor y también editor Samuel Glusberg, la del periodista Mario Valotta, la del psicoanalista Juan Carlos de Brasi, en estos días la hemeroteca política y periodística de Pepe Eliaschev... ¡Y en apenas siete años la nueva sede también se abarrotó!”, sintetiza el creador del Cedinci.

“¿Por qué nos pasa esto? Porque los donantes confían en nosotros, en nuestro trabajo profesional, en nuestro empeño, en nuestra política de accesibilidad pública –agrega Tarcus–. ¡Somos un equipo de diez personas que hace el trabajo de cien!”.

–¿Qué cantidad de metros cuadrados sería lo ideal para una nueva sede?

–Hoy, entre las dos sedes, sumamos 310 metros cuadrados, unos 4,5 kilómetros lineales de papel. Las condiciones de guarda, lo sabemos bien, no son las mejores: estantes con doble hilera de libros, obras que ya rozan el cielorraso, bibliotecas sobrecargadas que hunden el parquet. Hemos resuelto no cargar con un solo kilo más el piso superior de la sede de la calle Fray Luis Beltrán. Las donaciones las recibimos en la sede de la avenida Avellaneda, que es un local en planta baja. Lo que necesitamos es reunir todo el patrimonio en una sola sede, evitar los traslados de un lado a otro, separar los depósitos de papel o de microfilm de las oficinas de trabajo diario para que tengan el frío y la oscuridad necesarias para su preservación. Y poder crecer patrimonialmente, por eso estamos pidiendo un inmueble de unos mil metros cuadrados, sólido, libre de humedad.

–El Cedinci solicita desde hace años a las autoridades públicas –ministros de Cultura y Educación de Nación y Ciudad– una nueva sede. ¿Por qué no responden y no brindan una solución?

–En los momentos de amargura me digo a mí mismo que el Cedinci es el proyecto correcto en el país equivocado. En primer lugar, tenemos un país sin tradición de mecenazgo. Nuestras burguesías carecen de un proyecto de nación, son extractivistas, exportadoras, contratistas, cortoplacistas. En segundo lugar, nuestro Estado vive en estado de crisis crónica, no tiene funcionarios de carrera, es un botín de guerra, con cada cambio de gobierno volvemos a fojas cero: cada cuatro años, o cada ocho, es “barajar y de dar de nuevo”. Hace tres años, la Unesco reconoció nuestra antigua colección de prensa obrera del Cono Sur como “patrimonio cultural de América latina”. ¿Creés que algún funcionario levantó el teléfono, algún empresario amagó colaborar? Hicimos a pulmón un portal –AméricaLee– que ofrece con libre acceso más de cien revistas latinoamericanas completas: lo postulamos a Mecenazgo, pero casi ninguna empresa se interesó. ¿A qué funcionario, a qué empresario le interesa que Contorno, Pasado y Presente o Controversia estén accesibles en la web? Nos enteramos de que nos otorgaron el Premio Konex en el rubro instituciones culturales. Nos sentimos honrados, pero... ¿el Cedinci le importa a alguien más que a los 1300 o 1500 intelectuales que nos están avalando? Los investigadores, los historiadores no tenemos poder de lobby.

–Esta especie de desidia de las autoridades nacionales, ¿podría ser porque les molesta un centro que preserve diversos materiales de la cultura de izquierda del país y de la región? ¿Hay una incomodidad, una tensión, con la palabra “izquierda”?

–Sin lugar a dudas. Creo que el problema es general, no hay política de Estado para la preservación de nuestro patrimonio documental. En estos últimos años aparecieron programas, proyectos, algunos subsidios, pero por ahora son paliativos, movimientos espasmódicos. Si además el patrimonio en cuestión es del mundo obrero, de los subalternos, de las izquierdas, la dificultad es aún mayor. Ningún gobierno, sea radical, peronista, o liberal, lo reconoce como parte del patrimonio nacional. Los argentinos no conocemos separación entre gobierno y Estado. Holanda es una monarquía constitucional, pero uno de sus orgullos culturales es el Instituto de Historia Social de Amsterdam, el mayor centro de historia obrera de todo el globo. ¡Lo financia la mismísima corona! La tradicionalísima Universidad de Harvard –fundada en 1636– conserva con orgullo el archivo Trotsky. La memoria obrera del Brasil la resguarda un instituto sostenido por la Universidad Estatal de Campinas. Del mismo modo que otros centros del mundo, el Cedinci preserva aquellos testimonios del pasado producidos por los subalternos –los artesanos del siglo XIX, los obreros, las mujeres, los estudiantes de la Reforma, los intelectuales disidentes–, la contracara exacta de lo que resguarda el Archivo General de la Nación, que es la memoria del Estado argentino y de sus élites políticas.

–¿Cómo imagina el Cedinci en diez años más, en 2028?

–En la Argentina, proyectarse diez años hacia adelante es hacer ciencia ficción. Voy a ponerlo de esta manera: aunque mi inteligencia de historiador me inclina hacia el escepticismo, mi optimismo de la voluntad se empeña en creer que el Cedinci es el proyecto correcto en el país adecuado.