Los himnos, por definición, se supone que deben ser representativos y compartidos. Sin embargo recordamos muy pocos de aquellos compuestos para los Mundiales de Fútbol. Son canciones que se pensaron comerciales y universales pero quedaron arrumbadas en la mesa de saldos del olvido. Los Juegos Olímpicos instalaron la costumbre a partir de Los Ángeles 1932, cuando el neoyorkino Walter Bradley-Keeler se encargó de la música. Fue el primer himno estampillado con el aval del Comité Internacional, aunque ya en 1896 (con Atenas inaugurando la era de olimpíadas modernas e ininterrumpidas) había intentado algo similar uno de los mejores compositores griegos de la historia, Spiro Samaras, por entonces sub-24.

Pese a que entonces el fútbol-institución ya organizaba sus Mundiales, tardó tres décadas en incorporar ese hábito de influencia olímpica en Chile '62. Hasta la actualidad, sólo un puñado de himnos fue bendecido por una de las llaves a la historia: el recuerdo popular. Y, por lejos, el más conservado en la estima general es Un’estate italiana, co-compuesto originalmente bajo el nombre de To Be Number One por el prócer techno Giorgio Moroder y el estadounidense Tom Whitlock, sociedad que venía de meter un exitazo con la canción de la película Top Gun.

Como a Moroder no le convenció la letra en inglés, le reasignó la tarea a sus compatriotas Gianna Naninni y Edoardo Bennato, ídolos rockeros de la Italia de fines de los ‘80, quienes utilizaron su idioma autóctono pero respetando la base rockera. La nueva versión fue un éxito sostenida también por un apoteósico videoclip en el que se intercalaban imágenes de partidos (por siempre Gianna imitando especialmente los tics capilares de Bilardo). El de Italia ‘90 fue probablemente el último esmero de la FIFA por convertir un himno de ocasión en un hecho artístico.

Moroder no fue el único italiano que hizo un himno mundialista: Ennio Morricone se había encargado antes del de Argentina ‘78. Una canción honda y cautivante, pero a la vez intensa y extraña, que comienza con un sintetizador imitando el sonido de un sikus norteño y deriva en una marcha de fanfarria militar. Como si quisiera ir de la calma ancestral a la estridencia del momento. Tal vez Morricone había entendido todo. La canción, de todos modos, nunca se instaló en el patrimonio cultural doméstico. Nadie la recuerda especialmente.

Conforme avanzó el tiempo y el fútbol como-hecho-cultural empezó a subsumirse al fútbol como-negocio-espectacular, la FIFA prescindió de todo esmero por reflejar en los himnos de los Mundiales los rasgos del país anfitrión y encargó la tarea a artistas capaces de vender. Francia ‘98 fue pionera con el portorriqueño Ricky Martin, mientras que Sudáfrica ‘10 intentó lo mismo con la colombiana Shakira. Dos canciones que serán recordadas porque fueron repetidas como taladro, pero que poco dicen del lugar, del acontecimiento y del momento histórico que intentaron registrar.

El himno de la Copa 2018 se llama Colors y tiene dos versiones: una en inglés por Jason Derulo y otra en español a cargo de Maluma. La pieza parece más para un set chill out en un parador sobre playas que Rusia no tiene que para un torneo de fútbol. La canción oficial se dio a conocer seis días después de la muerte del chileno Jorge Rojas, creador de la primera de ellas: El rock del mundial, de Chile ‘62 y significó acaso la experiencia pionera del género en toda la región, incluso Argentina. La grabó el grupo que Rojas lideraba: The Ramblers.

“Celebrando nuestros triunfos bailaremos rock&roll”, decía en una parte. Y en otra, por las dudas, agregaba: “Y aunque sea en la derrota… bailaremos rock&roll”. Según la leyenda, el saxofonista se quedó dormido y sus líneas fueron reemplazadas con guitarras, subrayando ese sonido final que finalmente resulta un boogie-woogie épico: el disco simple con dos versiones de la canción sigue siendo, 56 años después, el más vendido de la historia de Chile. Jorge Rojas, el creador de esa canción entre la psicodelia y un sonido proto-punk incluso anterior al de Los Saicos peruanos, murió después de estar un mes internado por un accidente que sufrió el micro en el cual viajaba. Estaba volviendo a Santiago después de un show en el interior de Chile. Tenía 80 años y seguía tocando.