Desde el año 2004, durante mayo tiene lugar en varios países la Semana Mundial del Parto Respetado, una iniciativa de la Asociación Francesa por el Parto Respetado promovida por Unicef, la Organización Panamericana de la Salud y la Red Latinoamericana y del Caribe para la Humanización del Parto y el Nacimiento. El objetivo es generar conciencia para que el nacimiento vuelva a ser considerado un proceso natural en el que la madre y el bebé son los verdaderos protagonistas, por lo cual se tiende a que el nacimiento se desarrolle de la manera más natural posible, donde no se realicen intervenciones quirúrgicas innecesarias, en consonancia con la recomendación de la Organización Mundial de la Salud de que los nacimientos por cesárea no deberían superar el 15 por ciento de la cantidad total anual de un país. 

En la Argentina, se desarrolla desde hace años una lucha contra la violencia obstétrica y la medicalización del embarazo y el parto, las cesáreas innecesarias y el rol central del médico en desmedro de la parturienta y el neonato.

Alejandra Avendaño es médica obstetra y hace treinta años que trabaja en hospitales públicos y privados y quince que también atiende partos en domicilios. Es “una de las pocas obstetras que hacen los dos partos. Conozco las ventajas y desventajas de las dos posturas. Porque, en mi opinión personal, en este momento se está dando una pelea entre dos posiciones dogmáticas y dominadas más por una cuestión de ideología que de ventajas médicas. Por un lado están el sistema público y los médicos y por el otro las parteras y obstetras que hacen partos domiciliarios. Y en el medio de la pelea quedan las mujeres, a las que no se ayuda y acompaña de la mejor manera posible”. 

La doctora Avendaño no quiere pararse en ninguna de las dos puntas: “Yo no sé si pertenezco al ‘bando’ del parto respetado. Pero lo que sí sé es que el sistema público debe cambiar. Una de mis compañeras obstetras, en el hospital donde trabajo, me dijo hace poco: ‘Yo no tengo paciencia para esto’. Y mandó a la paciente a cesárea. Pero la discusión es mucho más profunda, porque el parto respetado no es sólo una cuestión de paciencia y esperar en los casos de prepartos o trabajos de parto largos. Es, fundamentalmente, no hacer siempre lo mismo, registrar que cada proceso es único”. 

Lo que no hay que perder de vista, insiste Avendaño, es que el papel principal lo tiene la mujer: “Desde el punto de vista médico, es difícil correrse del lugar del saber, permitirle al otro ser protagonista. Aprender a escuchar sirve para entender que no se trata de respetar los deseos de la mujer, o no se trata sólo de eso. Hay que aprender que en serio nadie sabe mejor que la mujer que pare qué le está pasando. Y una alta ejecutiva o una mujer que no terminó la primaria merecen el mismo respeto y la misma escucha. Cada mujer, a su modo, con sus palabras, podrá explicar qué le pasa”.

Pero la defensa a ultranza del “parto natural” tampoco es la panacea, porque no toda intervención está mal. “No hay por qué renunciar a las herramientas médicas y tecnológicas de las que disponemos. En el 1800, las mujeres sabían que la cosa era parto o muerte. No había casi elementos para ayudarlas. Y si uno lee la historia de la obstetricia, se encuentra con verdaderas carnicerías. Pero ahora sí hay situaciones en las que se puede intervenir a favor. Por ejemplo, hace unos días entré en una sala de partos porque oí a una mujer que gritaba. Un residente la estaba cosiendo, sin anestesia. Yo me puse furiosa. Si la anestesia existe, ¿por qué no usarla en vez de provocar un sufrimiento innecesario? Igual, y volvemos a lo que decía antes, la anécdota termina con que la jefa de ese residente me dijo: ‘Es que a vos te molestan cosas que a mí no’. Es terrible. A la mayoría de los médicos no les importa nada de las mujeres”. 

“Pero creo que también está mal suponer que la única forma de parto respetado es el domiciliario. A veces se les da demasiado poder a las parteras, y eso es tan malo como dárselo todo a los médicos. El parto es un proceso fisiológico y la tecnología y la cultura deberían servir de ayuda, no anulando la capacidad de las mujeres de parir, tal como venimos haciendo desde hace miles de años. Pero no usar las herramientas de las que disponemos para paliar o evitar sufrimientos también es una forma de no respetar ni el parto ni a la parturienta”, reflexiona la obstetra Y plantea, a modo de conclusión: “Lo que me parece mejor, y lo que estoy buscando desde hace un tiempo, es una mezcla de las dos posturas: una clínica u hospital donde se permita asistir a los partos en las habitaciones, con los tiempos que exija cada proceso y con todas las herramientas médicas al alcance, por si hacen falta. Ese me parece que un parto respetado”.