Ya son prácticamente 25 años, un cuarto de siglo, desde que la izquierda  mexicana casi gana en cada elección presidencial. Por lo menos dos veces en 1994 y 2006, fue derrotada por el fraude de los partidos de la derecha. Siempre que lideraba las encuestas, pero con un margen de no mucho más grande que del 10 por ciento, terminaba siendo víctima de fraudes.

 Ahora todo indica que, finalmente, la izquierda va a llegar a gobernar a México, con Andrés Manuel López Obrador (Amlo), que no solo lidera todas las encuestas, sino que encarna, de manera fehaciente, la protesta de la gran mayoría del pueblo respecto a los gobiernos del PRI y del PAN, que ve en Amlo la alternativa concreta de rechazo y de superación de esos gobiernos corruptos y neoliberales.

El primer gran debate televisivo entre los principales candidatos ha revelado que ni siquiera la táctica de “todos en contra de López Obrador”, apelando para todo tipo de acusaciones sin fundamento en contra de él, ha sido capaz de moverlo del liderazgo de las encuestas. Ni siquiera parece dar resultado a la derecha la posibilidad del “voto útil” frente al supuesto fantasma del populismo - tema de una serie televisiva creada para perjudicar a Amlo, asimilándolo a Perón, a Hugo Chávez, a Lula y a todos los diablos populistas.

Con un margen de indecisos de alrededor del 13 por ciento, cifra significativamente menor a la diferencia que las encuestas dan a favor de Lopez Obrador respecto a quien viene en segundo lugar, solo una convergencia de votos en contra de AMLO podría alterar las tendencias actuales. Pero no parece que el fantasma populista sea suficiente para cambiar el cuadro electoral actual, en el que la derecha tiene dos candidatos de los partidos tradicionales, mas algunos candidatos independientes. Ni unos ni otros canalizan a sectores significativos del electorado mexicano.

Por eso de aquí a menos de 2 meses, México puede eligir el primero de julio a Lopez Obrador como su presidente e introducir un freno significativo a la ofensiva conservadora sobre el continente. Es una incógnita la actitud del gobierno de Trump respecto a Amlo, pero seguro que es incómodo para ese gobierno un dirigente político de profundo arraigo popular, comprometido con desalojar del poder a las camarillas que han sido siempre apoyadas por EE.UU.

La postura de Trump respecto a México también ha favorecido a una candidatura innovadora, dado que los partidos tradicionales, demasiado atados a Washington, no han sabido o no han tenido independencia para responder con altura las medidas y las ofensas que Trump dispara regularmente en contra de México y de los mexicanos.

Las difíciles condiciones impuestas por Trump para la renegociación del Área de Libre Comercio de América del Norte también hacen que el nuevo gobierno mexicano tenga que mirar mas hacia el Sur, para lo cual también será clave el resultado de las elecciones brasileñas. Si Lula o alguien apoyado por él gana la presidencia de Brasil el proceso de integración latinoamericano podría tomar un nuevo impulso, esta vez con un alcance geográfico mayor, dado que sería comandado por Brasil y por México.

Frente a la híbrida estrategia desplegada por las derechas del continente con el apoyo de Estados Unidos, Amlo tendrá en su contra a la gran mayoría de los medios de México, así como no contaría con mayoría en el nuevo Congreso y no queda claro qué actitud tendrá el Poder Judicial. Lo cierto es que, por la misma novedad que representa y por oponerse de forma abierta a la oligarquía partidaria que siempre ha gobernado México, Amlo tendrá que preocuparse también por lo que hará la derecha mexicana, desalojada por primera vez del gobierno, en su condiciones de oposición, con el  beneplácito de Washington.