La foto en blanco y negro no figura en ningún libro de historia y sin embargo constituye una parte central del fútbol argentino: las 17 mujeres que aparecen sosteniendo un banderín fueron las primeras futbolistas del país en jugar un Mundial. La imagen fue tomada en agosto de 1971, en la puerta del hotel en el que concentraron durante los 40 días que estuvieron en México, donde se disputó el torneo: un periodo en el que golearon a Inglaterra 4 a 1, toleraron el robo de un partido por un arbitraje arreglado, vendieron fotos autografiadas para juntar unos pesos y jugaron partidos en el estadio Azteca ante 110 mil personas.

Aquella selección parecía huérfana: viajó sin botines, sin médico, sin masajista, sin entrenador y con una camiseta que al primer lavado ya no sirvió más. La ropa deportiva que tienen en la foto se la había regalado la Unión Tranviarios Automotor (UTA), un sindicato que en la previa al certamen les prestó también canchas para entrenar. La camiseta que usaron en el campeonato se la obsequió la organización -una Federación de fútbol femenino que nada tenía que ver con la FIFA-, que también les dio los primeros botines de sus vidas.

Gloria “Betty” García tiene hoy 76 años. Fue la capitana de aquel grupo y recuerda que cuando tuvo en sus manos esos botines nuevos les dijo a sus compañeras: “Che, vamos a probarlos antes del partido porque no sabemos ni usarlos”. Hasta ahí, las zapatillas Flecha eran el calzado común. ¿Cómo llegó Argentina a armar una Selección si los clubes y la AFA no generaban espacios para las mujeres que jugaban? Betty es una de las pioneras del fútbol argentino. Integra la organización Pioneras del Fútbol Femenino, una iniciativa de la ex jugadora Lucila Sandoval que reúne a futbolistas de los ’50, ’60, ’70, ’80 y ’90 para rescatar la historia del fútbol femenino en el país y visibilizarla.

Si bien hay relatos y fotos de mujeres que se reunían a jugar en espacios públicos desde la década del ‘50, este equipo deslumbró. Betty, por ejemplo, jugaba desde chica con su hermano menor. A los 19 años llegó a All Boys porque le habían dicho que ahí había chicas que jugaban. Después estuvo un tiempo en Piraña, un club de Pompeya, y se fue al exterior: durante dos años fue la número 9 de Nacional de Montevideo. Cuando volvió al país empezó a jugar exhibiciones.

 

Carlos Sarraf

 

-¿Exhibiciones, Betty? ¿De mujeres? ¿En los ‘60?

-Sí, sí. Había managers, representantes de jugadores que nos venían a buscar y nos llevaban de gira. Se quedaban con las recaudaciones, un poco nos daban a nosotras. Jugamos por todos lados y en las canchas principales, no como ahora que las chicas juegan en las auxiliares. Fuimos a Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Córdoba. De Buenos aires para el norte recorrimos todo. Nos iba a ver un montón de gente. En el ‘70 incluso jugamos un torneo en Independiente que lo transmitió Canal 13. El puntapié inicial lo dio Palito Ortega, que estaba en el Club del Clan.

Al principio las giras las organizaba un hombre llamado Juan Doce. Reunía a 22 chicas, armaba el micro y salían los viernes. El lunes a la mañana ya estaban en Buenos Aires para trabajar otra vez. De esos pocos clubes que había y de esos grupos de mujeres salió la base del Mundial.

Marta Soler tenía 17 años cuando llegó el momento de viajar a México: sus padres le tuvieron que firmar un permiso para salir del país porque era menor de edad. A esa altura ya tenía su puesto definido: desde que tiene uso de razón jugaba a la pelota con su papá todo el día. Se paraba en el arco y atajaba todos los disparos de su padre, que la hacía volar de palo a palo. También sabía jugar con los pies porque los partidos eran 1 contra 1: su papá no la dejaba ganar nunca.

Un día de 1970 vio en la televisión que convocaban mujeres para jugar a la pelota. Estaba saliendo a acompañar a su mamá a ver a Estudiantes, que enfrentaba a Vélez en Liniers, pero demoró para agendar el número.

Una semana después fue a la prueba con sus padres. Cuando llegó no podía creer lo que veía: ahí se enteró de que el fútbol también se jugaba entre mujeres. Cuenta que todas las chicas le querían hacer un gol porque ella era “la nena de mamá y papá”. No pudieron. Marta pasó de la prueba a la titularidad indiscutida. El club se llamaba Universitario. Betty y Marta se conocieron en esa época: las dos jugaban las exhibiciones. Un señor de apellido Harrington que organizaba partidos les dijo que desde México la organización del Mundial quería invitarlas. Juntaron 13 chicas. Y salieron.

En México ya las conocían porque antes del Mundial se había jugado un amistoso contra las aztecas en la cancha de Nueva Chicago, en julio de ese 1971. En aquel duelo Argentina no tenía ni camiseta: jugó un tiempo con la de Chicago y otro con la de Universitario. La crónica de la revista “Así” titulada “Las Evas del fútbol” destaca que hubo policías en las afueras del estadio y que más de un fánatico “quiso penetrar a la cancha con ganas locas de brindar cariñitos a las chicas, la mayoría de físico espectacular”. Aquel partido contó con el arbitraje de Guillermo Nimo, que expulsó a una jugadora por equipo (en Argentina vio la roja Betty García) y que hizo ejecutar dos veces un penal en favor de Argentina: el que convalidó fue el del gol de Elba Selva con el que la Selección ganaría 3-2. Ese día se recaudaron 438.350 pesos de la época.

Las chicas llegaron al segundo Mundial de mujeres después de que en 1970, en Italia, Dinamarca se consagrara campeona. En el ‘71 el certamen contó con seis participantes: además de México y Argentina estaban Italia, Dinamarca, Inglaterra y Francia. El plantel argentino estaba compuesto por Ofelia Feito, María Ponce, Susana Lopreito, Maria Fiorelli, Marta Soler, Angélica Cardozo, Zunilda Troncoso (en la foto, las paradas), María Cáceres, Virginia Andrade, Betty García, Blanca Bruccoli, Elba Selva y Eva Lembessi (agachadas). Completaban el plantel Marta Andrada, Virginia Cataneo, Zulma Gómez y Teresa Suárez.

Soler llegó la noche previa al debut con las locales. Durmió y cuando se despertó, desayunó y fue al estadio. Todavía se emociona cuando cuenta -y acerca una foto para ratificar eso que dice- que el Azteca explotaba de gente. Fue el 15 de agosto. México ganó 3-1  (el gol nuestro lo hizo Zunilda Cardozo) porque, al ser local, tenía que llegar la final: Soler afirma que las “bombearon” y que ese partido fue un escándalo. El árbitro anuló un gol argentino de Lembessi -que anotó tras un penal que pateó García y la arquera dio rebote- porque determinó que el juego había terminado después de la atajada. Allá, el título de los diarios rezaba: “Despojaron del partido a las Che”.

Para el segundo encuentro Norberto Rozas, un argentino que había jugado en el fútbol mexicano, fue a ver a sus compatriotas al hotel. Se ofreció para dirigirlas. No había mucho que pensar, Inglaterra era el segundo rival y la ayuda les venía bien. Cuando Betty vio la altura y el físico fornido de las inglesas, pensó: “Dios mío”.

Sin embargo, cuando arrancó el partido se dio cuenta de que le sacaban ventaja con la pelota en los pies. “Les dimos un baile terrible, jugamos como los dioses. Ganamos 4 a 1 con cuatro goles de Elba Selva. Perdimos a Angélica Cardozo, que salió lesionada, eso sí. Terminó con un yeso en la pierna. Ese día el dueño del hotel donde parábamos nos regaló un día entero de excursión en Cuernavaca. A mí me llegaron muy poco. Fue un placer”, cuenta Soler. Marta, que había participado como cantante en el programa Sábados Circulares de Pipo Mancera, tenía trabajo allá: un restaurante de un argentino la había contratado para que cantara tres temas durante las cenas. Ella elegía boleros o tema melódicos.

En esos días, la popularidad iba creciendo. Marta y Betty se ríen cuando recuerdan que la gente las buscaba para sacarse fotos o conseguir un autógrafo. Ellas, que habían viajado sin un solo peso, se avivaron: empezaron a vender imágenes del equipo autografiadas. Soler usaba esa plata para enviarle cartas a su mamá. En el país, el diario Clarín publicó sólo tres recuadros sobre aquel certamen. En uno, el reconocido periodista uruguayo Diego Lucero (el seudónimo que utilizaba Luis Alfredo Sciutto) fue categórico: “El fútbol no es para chuchis”, fue el título de su columna. Ahí escribió: “Las ves moverse con esa torpeza insuperable (...). Esto sólo es cosa para varones de pelo en pecho y galladura fuerte”. Sin embargo, cerró: “90 mil tabloneros van al Azteca a hacerse el plato con ellas. Salute pibas de la pelota”.

El tercer duelo en ese Mundial fue contra Dinamarca, una verdadera potencia que venía de ganar el campeonato anterior. Argentina había tomado ritmo de partidos, tenía técnico, pero cuatro días antes del duelo el micro que las llevaba a entrenar chocó contra una camioneta y algunas se lastimaron. Para colmo, Marta se había lesionado la rodilla jugando al fútbol de entrecasa, en una excursión: se infiltró para poder atajar lo que quedaba del campeonato. Las danesas ganaron 5 a 0.

A la Selección le quedaba entonces pelear por el tercer puesto, contra Italia, en Guadalajara. Temieron no llegar: el viaje en avión tuvo tantas turbulencias que Soler dice que si hubiera existido la posibilidad de abrir las ventanas, varias se hubieran tirado. En la cancha, el equipo –que ya tenía muchas lesionadas y arrastraba el cansancio y los golpes- no pudo evitar el 4 a 0 en contra de unas rivales que eran superiores técnicamente. Así, la final del campeonato fue entre Dinamarca y México: las locales llegaron a la definición gracias a la ayuda de arbitrajes bochornosos, pero no pudieron contra las mejores del momento. Dinamarca se impuso por 3 a 0 y defendió su título.

Para Argentina el balance fue positivo: en su primera actuación internacional y a puro pulmón se había consolidado un equipo compacto en el que, además de Betty García y Marta Soler, se destacaron Zunilda Troncoso como una número 5 con elegancia, Lembessi como una volante derecha aguerrida y la incansable Angélica Cardozo en el mediocampo.

Una vez concluido el torneo, Argentina fue invitada a quedarse una semana más para jugar un amistoso con México; una excusa para recaudar dinero y repartir ganancias entre ambos equipos. Con esa plata, lo cobrado por cantar, otro poco que juntaron en un asado que se hizo entre argentinos y lo que ahorraron vendiendo fotos con sus firmas, Betty y Marta pagaron el adelanto por un Fiat 600 cero kilómetro. Les quedarían por abonar 36 cuotas más.

La foto sale del archivo para pelear por su lugar en la historia: acá están, estas son las mujeres que abrieron el camino del fútbol de mujeres en Argentina.