Vivimos en una sociedad patriarcal. De eso a nadie le puede caber ninguna duda. La manera en la cual nuestro mundo está organizado responde a la colocación de lo masculino por sobre lo femenino, ya sea en situaciones ostensibles y violentas, ya sea en modos sutiles que cuesta desanudar. El pensamiento contemporáneo muestra estos límites todo el tiempo, llegando a ser, en ocasiones, las fuentes directas de determinados movimientos sociales. No hay que irse a otro país para poder ver esos efectos. Por ejemplo, la idea misma de “deconstrucción”, presentada por el filósofo franco-magrebí Jacques Derrida como alternativa y revisión de la idea de destruktion de la metafísica propia de Heidegger es después retomado por Judith Butler en clásicos como El género en disputa, con el fin de revisar los modos de constitución diferencial de los sujetos en función del orden de género. La deconstrucción es eso: la sospecha de que hay algo que se presenta como natural pese a estar histórica y socialmente determinado. Así, la actualidad política y social argentina deja ver cómo diferentes movimientos feministas, nucleados en torno a la demanda común del aborto legal, seguro y gratuito, ponen en evidencia los lugares naturalizados de los varones heterosexuales y dejan en la agenda cotidiana el problema de la necesaria deconstrucción de las posiciones de género asumidas. Cosa que incumbe no sólo a los privilegios históricos de los varones, sino que también abre la puerta a la cuestión de los modos en los cuales la vida cotidiana se ordena (¿cómo se organiza la idea de “familia” a partir de este momento deconstructivo?) y hasta los modos en los cuales la idea de belleza o los modos estrictos del deseo se determinan. Qué desear, cómo, por qué y cómo actuar en función de ese deseo. Luigi Zoja (Varese, Italia, 1943), analista jungiano y destacado ensayista, ha publicado dos libros, propios de dos épocas diferentes, que parecen intervenir directamente sobre estos debates que tanto resuenan en la esfera intelectual e inmediatamente pública de nuestro país y de otros centros dentro del mundo occidental. Pregunta fundamental que está en sintonía con la actualidad de los diversos feminismos. Pregunta urgente, en definitiva: ¿qué es ser un “hombre”?

Los dos libros trabajan temas encadenados, uno en espejo del otro. Así, al menos, fue el propio proceso de escritura. El gesto de Héctor: Prehistoria, historia y actualidad de la figura del padre, publicado originalmente en 2000 y traducido por primera vez al castellano dieciocho años después, es un estudio que se concentra en la presentación del problema del padre en la sociedad occidental. Como bien dice Zoja, en un “volver a Freud” muy diferente a la bandera lacaniana, los mitos son el sueño de la humanidad. Por lo tanto, hay ahí un conjunto de signos a ser interpretados, arquetipos que seguirán atosigando a nuestro mundo. ¿Cuál es el mito al que Zoja regresa para pensar el lugar del padre? El de Héctor, hijo de Príamo, quien se desmarca notablemente tanto de Aquiles, campeón de los aqueos que en La Ilíada sucumbe a la violencia y a la ira; y de Ulises, héroe de La Odisea, cuyo amor por la aventura y facilidad de palabra lo marcan como el soldado errante que vuelve a su casa luego de mucho tiempo, estrictamente, para evitar que su mujer, Penélope, esté con otro. Zoja vuelve a Héctor porque es el único personaje de la épica fundante de nuestra civilización que no comete hybris, ese pecado de soberbia que marca el destino trágico de todo protagonista en el mundo antiguo. Y no sólo eso: un gesto lo diferencia rotundamente de toda otra lógica dentro de los mitos, y hasta dentro de ese otro gran constructor de mitos que es el psicoanálisis. Si la historia de los hijos con sus padres nos muestra cómo la rivalidad y la envidia se ponen como sentimientos determinantes, hasta el punto de que el famoso mito de Edipo es la estructura fundamental de la construcción de la personalidad (tanto en Freud como en Lacan), Héctor, en lugar de reconocerse como mejor que su hijo, en lugar de mostrar su armadura y plantarse como el “macho” a seguir, toma a su hijo entre sus brazos y lo eleva para suplicarle a los dioses que él sea mejor que su padre. Que sea más noble y valiente, y que traiga prosperidad. Mostrando un vínculo amoroso que desborda su propia personalidad, ese gesto de Héctor puede marcar la posibilidad de una relación paterna perdurable que no sea otra cosa sino beneficiosa para la sociedad post-patriarcal por venir. 

En el nombre del padre

“A partir del trabajo sobre la paternidad, que es El gesto de Héctor, noté, y me hicieron notar algunos comentaristas, que necesitaba una apoyatura un poco más sólida en la construcción de la figura del hombre en la civilización occidental”, dice Zoja, entrevistado en su departamento de San Telmo. Y es que el analista jungiano, ex presidente de la Asociación Internacional de Psicología Analítica, supo repartir su tiempo entre Argentina e Italia. Como bien recuerda, entre 2005 y 2015, parte de cada año lo pasó en nuestra capital por pedido expreso de la asociación. “Buenos Aires está hecha sobre el modelo de París, por eso hay freudianos clásicos y lacanianos, pero no había jungianos. Eso produjo cierto interés, y la internacional jungiana, de la cual fui presidente, estableció un arreglo para que yo pasé cierto tiempo aquí”. 

En un castellano casi local, Zoja sigue con la reconstrucción del contexto de producción del segundo libro, editado hace muy poco y presentado en la librería del Fondo de Cultura Económica, en Palermo. “Por supuesto, no fui el primero en trabajar el problema del padre. Ya Margaret Mead, en el siglo pasado, había señalado que el padre, si no se educan las nuevas generaciones de varones, se pierde. La causa de esta probable pérdida es que la posición del padre no tiene una base instintiva, a diferencia de la madre. El padre es un hecho puramente cultural. Después de la publicación del libro de Héctor, entonces, pude notar que los modos de discutir la identidad masculina en estos últimos veinte años habían cambiado. Antes, y particularmente en los países latinos como los de América Latina y también Italia, se daban ciertos sentimientos, pero había un pudor demasiado fuerte para hablar de ellos. Precisamente porque hay una falta de balance que no favorece al padre, sino al macho: los sentimientos se condenan como un signo de debilidad. Lo que me hizo notar el cambio fue que el libro sobre el padre se comenzó a vender mucho en Italia, más que en el momento de su publicación original. Es evidente: el problema estaba y era pertinente tratarlo”. 

¿Cómo ves ese análisis de la figura del padre en El gesto de Héctor en relación con la crisis que destacás del patriarcado en el mundo en el que vivimos? 

  –En algunas oportunidades, me han señalado que está bien no perder el padre, considerando que lo que hay que dejar atrás es el patriarcado. Aquí, en esta hipótesis, se habla, claro, del padre en sentido positivo: una figura proveedora para los hijos, que plantee el problema de la continuidad, el hecho de que aprender a hacer sacrificios tenga que ver con el hecho de crecer y no como consecuencia de un padre castrador, que pega y castiga. La idea es que la figura del padre puede enseñar que el sacrificio ofrece la posibilidad del cálculo: si hacés este sacrificio ahora, vas a poder estar mejor en el futuro, y eso es algo que opera de manera positiva. Pero hay identidades masculinas de diversos tipos. Prácticamente, las cárceles de todo el mundo están hechas para los “machos”. Entonces, se me planteó este problema de escribir sobre la identidad masculina negativa, a diferencia de la identidad masculina positiva, que es la del padre. Así aparece este otro libro, Los centauros, en donde se pone de relevancia una pieza fundamental dentro de una perspectiva que incumbe también otros planos, como lo económico, lo cultural y lo sociológico. Las transgresiones masculinas, típicas a lo largo de la historia, aumentan con la ausencia del padre. Obviamente, no quiero simplificar la cuestión, sólo me detengo en el componente estrictamente psicoanalítico. Por ejemplo, en Estados Unidos, donde hay una población carcelaria enorme, de más de treinta millones, se dice que más del 80% llegan de familias sin padre. Es una correlación estadísticamente significativa. Mirando esos aspectos, y a la transgresión límite de la cual se habla mucho hoy, que es la agresión sexual, la violencia sexual, o la idea del acto sexual sin ningún interés enfocado en la consecuencia del embarazo o el trauma de la mujer, es que decidí escribir este ensayo. 

¿Qué sintetiza el mito del centauro en este estudio arquetípico? 

  –El centauro es precisamente esa criatura que es mitad humano pero no tiene ninguna posibilidad de separar su identidad de la parte animal. Una imagen que resume perfectamente esa unidad instintiva con lo civilizado. También, sirve para pensar esta lógica arraigada en el centro de la civilización, que es la horda de varones moviéndose de un lugar a otro con intenciones de conquista, en donde el estupro colectivo se convierte en la regla. No es novedad pensar en esta típica consecuencia de las guerras, que es la aparición de violaciones masivas negadas o silenciadas a los fines de evitar echar luz sobre estos brotes de psicosis colectiva. Ahí está uno de los puntos principales con los que discuto: la idea de que la psicosis es individual, y de que los casos de brotes colectivos son propios de la Edad Media, o de épocas mucho más lejanas en el tiempo. Todo lo contrario. Cada instancia bélica nos muestra cómo esta figura del centauro, de lo animal dominando lo racional, de la conquista por la violencia sexual, aparece. Está en el nudo de la historia occidental.  ¿O acaso la historia de la Antigua Roma no celebra el rapto de las sabinas como un dato heroico y fundamental? ¿Qué diferencia hay entre esos hechos y situaciones recientes, como el jackrolling en Sudáfrica, donde jóvenes varones secuestran en grupo a mujeres para llevarlas un fin de semana a un lugar apartado, tomar, jugar a las cartas y abusar de sus víctimas? ¿Qué pasa con las violaciones masivas que se dan en diferentes países africanos, o en diferentes momentos de la historia misma de Europa?  

En Los centauros señalás que, pese al paso del tiempo, el centauro aparece como fondo oscuro del cual emergen las sociedades occidentales. 

  –Exactamente. En toda sociedad puede reaparecer el centauro. Típicamente en circunstancias cuando los elementos de socialización, como el respeto, se pierden. Por ejemplo, en las guerras. Los soldados pierden el vínculo con la mujer, se vuelven agresivos, instintivos, porque esto es lo que les enseña la educación militar. Se construye una máquina bélica. En muchas guerras modernas, cuando se trata de desplazar las fronteras, no se busca solamente correr el límite geográfico, sino también desplazar a la población, y para hacer eso hay que reemplazar a la población civil. Así es que quedan las mujeres, los niños y los viejos, porque los varones vencidos son asesinados y sus lugares ocupados por el bando invasor. Las mujeres saben que la llegada de soldados al territorio implica una violencia directa sobre ellas, porque van a ser violadas, convertidas en mujeres de los soldados que arriban. 

Claramente hay ejemplos históricos de esto que señalás.

–Esta técnica, tal como la trabajo en el libro, fue típica de Stalin en la movilización de tropas a Alemania Oriental en el final de la Segunda Guerra. En ese acto se registraron los vejámenes más grandes sobre la humanidad de las personas, y no estoy diciendo nada nuevo con esto. Incluso, los soldados soviéticos ingresaron con fuerza y actuaron con saña sobre la sociedad civil, sobre las mujeres, específicamente. Casi como un acto de venganza por la violencia infligida por los nazis sobre el territorio soviético. Pero los soldados aplicaron esa violencia vengativa sobre el sector de la sociedad que no tuvo participación durante el nazismo, porque las mujeres no ocuparon lugares de preponderancia durante la dictadura hitleriana. No había cargos políticos ocupados por mujeres, por ejemplo. Era un mero ejercicio de violencia posesiva en clave de venganza sobre el eslabón considerado más débil dentro de la estructura social occidental. Cuando hay estupro colectivo, la situación se vuelve muy compleja. Es la cosa que hacen todos, y la cosa que hacen todos, por definición, es la correcta. Hay ejemplos de culpabilización inversa: todos lo hacen y el sentimiento de culpa está doblado, incluso le toman el pelo a aquel que no participa. Aparece un sentimiento de anormalidad, que en la lógica del macho es convertirse en un impotente, en un “gay”. 

Todo macho es político

Los centauros y El gesto de Héctor son dos libros que se complementan perfectamente, pese a la distancia que existe entre la publicación de cada uno de ellos. Allí, se puede ver en perfecto juego la metodología analítica de Zoja, quien cruza tanto el estudio sociológico, la filología como el análisis de tipo jungiano. Quizás los puntos criticables sean, el primero, la confianza plena en un vínculo instintivo original que determina, lo quiera o no, todo tipo de relación psicoanalítica entre sujeto y mundo. ¿Hasta qué punto es posible afirmar que la madre tiene un vínculo natural con el hijo, a diferencia del padre, cuya única vinculación está sometida a los posibles avances civilizatorios? Quizás, el avance de la tecnología muestre los límites de esa ligazón natural y abra la puerta a una nueva idea de lo biológico que muestre el fundamento mítico de esta creencia. 

El segundo punto polémico sólo levanta nuestra suspicacia al comienzo. La prosa de Zoja se mueve por ataques breves, bien documentados, pero que a veces pueden causarnos cierta aprehensión, sobre todo, viniendo de donde venimos. “En lo que concierne a la violencia sexual, es importante señalar, por ejemplo, que América Latina está prácticamente fundada sobre este tipo de atropello, a diferencia de Estados Unidos” marca Zoja en la entrevista. “Pero no es que los latinos o los católicos, o los ibéricos, sean menos inteligentes que los anglosajones. Simplemente hay un trauma original: los Estados Unidos fueron fundados por parejas fuertemente constituidas, los puritanos, con todos los consabidos problemas de proyección y simplificación del mundo que han llevado adelante. De todos modos, como señalo en mi libro anterior, Paranoia, Estados Unidos es el típico lugar de la paranoia histórica, cosa confirmada por muchos intelectuales liberales de la década del ‘60. Me remito al texto de Richard Hofstadter, The Paranoid Style in American Politics, de 1964. Eso es una consecuencia de la tradición puritana, de la idea de lo “puro” que tiene que ser separado. Estados Unidos puede tener una sociedad ordenada, pero eso no quita que el precio a pagar es el funcionamiento de la paranoia como auténtica lógica de su esfera política. En América Latina, en lugar de familia, tenemos conquistadores. ¿Qué hacen miles de ‘machos’ cuando están solos? Se mezclan con la población local y tienen hijos ilegítimos. Por eso vuelvo sobre lo que menciona Octavio Paz en el libro El laberinto de la soledad. La idea de la chingada, un auténtico proceso de historización de este trauma. Quiero decir, la idea de que el territorio fue arrasado por hordas de varones que violaron y tuvieron infinidad de hijos ilegítimos que se convirtieron en la base de la población latinoamericana actual. Esto impactó en una baja autoestima de la población, por eso la recurrencia del insulto ‘hijos de la chingada’. Hay una expresión que es terrible, también, en ese sentido: “guacho”. Aquel que no tiene padre. ¿Cómo no notar la fuerza de esa ausencia en el nivel del lenguaje, y de los propios sujetos?” 

¿Qué opinás de los movimientos críticos feministas en la discusión frente a los modos de construir el lugar del hombre y de la mujer en la sociedad? 

  –El modelo de la mujer prefiero que sea estudiado por mis colegas mujeres. Tengo muchas colegas que dicen que es una cosa buena que, siendo hombre, me haya enfocado sobre la violencia masculina. Además, este es un estudio sobre el victimario, no sobre la víctima de la violencia sexual. Es un estudio sobre la patología y sobre la figura del agresor. Existe en la civilización una diferencia de poder, por lo menos, en Occidente: los hombres tuvieron más poder que las mujeres. Y por eso muchos casos de violencia fueron silenciados por este diferencial de poder. Lo que quería añadir, que es algo típico de estos problemas, es que el aumento de las agresiones sexuales que estamos viendo cotidianamente en los medios y en los espacios públicos es totalmente una mala nueva, o podría ser, al contrario, una buena nueva. Es decir, si es una buena nueva, significa que estas cosas siempre pasaron, sólo que quedaban en silencio. Y, ahora, las mujeres se atreven a denunciar, y hay más conciencia de estos hechos en los elementos políticos y en las fuerzas policíacas. Pero, una mala nueva, es que hay un aumento real en los casos de violencia sexual. La caída del mundo patriarcal, en lugar de abrir un mundo femenino, o sea, volcado al respeto y al cariño, un mundo dominado por la figura de la mujer, habilita el regreso del “macho” pre-paternal que violenta sin miramientos. Hasta las figuras políticas que nos rodean parecen cumplir con ese patrón. Hombres que se muestran fuertes y que depositan toda su legitimidad en la violencia de tipo sexual, hombres que aspiran a la guerra y al dominio. Por algo existen Berlusconi y Trump.