La colonización pedagógica, excepto excepciones, transita su curso natural durante la decimasexta noche de la Feria del Libro. Las salas, cuyos nombres le hacen honor a aquella precognición jauretcheana (Jorge Luis Borges, Tulio Halperín Donghi, Domingo Faustino Sarmiento, Adolfo Bioy Casares) lucen con más gente que la media. Similar marea humana se nota en otras cuyos nombres contrarrestan la hegemonía culturosa y elitista: José Hernández y Rodolfo Walsh, por caso. Entre medio, se erige la Julio Cortazar (médium entre ambos polos), que le abre las puertas a una de las excepciones: Pedro Saborido y la presentación de su libro Una historia de fútbol. A su izquierda, el humorista tiene al periodista Mariano Hamilton, impulsor del trabajo, y a su derecha a Rep, que dibuja lo que escucha, mientras una pantalla lo reproduce en vivo. Consciente –o no–, el otro yo de Capusotto también recupera otra arista del legado jauretcheano para ponerle un marco a sus palabras: el medio pelo. “Las historias futboleras del libro transcurren en el sur del conurbano, porque todos los que vivimos allí sabemos que hay un humor relacionado con la mezcla de algo berreta con algo sublime”, introdujo Saborido para luego ir a la matriz.

“Así como la Argentina está en el conurbano del mundo, y quiere ser Miami o París, el conurbano quiere ser la Capital, y no llega... En Lomas de Zamora, por ejemplo, hay un lugar donde pedís rúcula y te entienden, y eso se llama Las Lomitas, como Las Cañitas. En Lanús hicieron lo mismo y le pusieron lanusita, un lugar donde vas a una heladería y hay mascarpone. Entonces va un tipo ahí, o a un Starbucks, le traen dos o tres indocumentados que lo llaman por el apellido, y el tipo cree que está en Martínez o en Villa Urquiza, yo qué sé, pero después hace dos cuadras y aparece la Avenida Pavón... ese abismo latinoamericano que lo saca al tipo del mascarpone, del Starbucks, y lo vuelve a la realidad”, desarrolló el guionista y director cuyo libro, en efecto, transcurre en un club de ascenso cercano a su casa: El Porvenir de Gerli. Y también en otros del área donde subyace la impronta genuina del hombre suburbano, como contraposición a ese “lanusitanismo” forzado. “Los clubes del ascenso son lugares donde todavía un perro se puede meter en la cancha, o falta un pedazo de alambrado, o aparecen carteles de publicidad de corralones de la zona, que son los que más guita tienen, porque la idea de progreso en el conurbano consiste en tapar todo con cemento... las veredas, los fondos, todo”, describió Saborido, enorme conocedor del imaginario social de los barrios sureños, ante múltiples carcajadas de los asistentes. 

“El conurbano es como los tres chiflados en una fiesta de la alta sociedad... no sabe agarrar la copa, se le cae, y yo me siento más cómodo escribiendo sobre esto, porque nací ahí, y me puedo reír del conurbano sin problemas”, dijo Saborido, posado en la geografía de un libro, que también debe sus página a la cantidad y densidad de equipos de fútbol que hay en el sur. “Yo soy un futbolero pasivo”, agregó, mientras Hamilton le pidió que profundice. “A ver, al escribir los cuentos me di cuenta de todo lo que sabía de fútbol sin saberlo. Es como esas cosas que sabemos y no sabemos por qué las sabemos, como Fede Bal, ¿no?, todos sabemos que existe, o Karina Jelinek (risas). El fútbol, para mí, es eso: me voy enterando de lo que pasa por casualidad. Te enterás que existe Messi, que existe Ronaldo, que existe Eto’o, y muchas veces los personajes son tan potentes que es más importante lo que hacen fuera de la cancha que lo que hacen dentro: Riquelme, por ejemplo, o Maradona”, sostuvo Saborido, cuyo trabajo (editado por Planeta) nació de un puñado de cuentos que le habían encargado para publicar en una revista, y que tienen como sujeto a gente que está tratando de triunfar, irónicamente, en El Porvenir.  

“Después hay otros casos como Francescoli. ¿Cómo es un día en la vida de Francescoli? Se levantó, desayunó, fue a la oficina de TyC Uruguay, volvió, trató bien a su esposa y a sus hijos, y después vio una serie en Netflix... esa es mi vida, con la diferencia que la mía se consigue en Munro, con fallas”, tiró Saborido, cuyo libro se mete en el corsé del realismo fantástico, por forzarle algún tipo de categoría estética. “Otra cosa que no entiendo es la pasión en el fútbol... es una imbecilidad que nace de la ingenuidad, de la inocencia del que mira o del que va a la cancha... no sé, el presidente de Boca dicen que es de Huracán, ¿no?, o cuántos jugadores hay que nos son del equipo en que juegan. Hay que inventarse una fantasía para creer en el fútbol, o en el cine, también, o en lo que dice la televisión. De eso se tratan los cuentos”, cerró, el hombre, con la cabeza cubierta por una gorra de los Who. Como para matizar.