La palabra pueblo tiene varias acepciones. No solo es el lugar geográfico o quienes viven en él, es además una manera de hablar de la lucha de estas personas, de sus pérdidas, de sus conquistas. Este sustantivo, que tardaríamos en discernir si es concreto o abstracto, porque depende del contexto en el que se lo use, en el cuarto libro de la poeta María Julia Magistratti –Azul, 1976– es explotado en todas sus posibilidades y sin caer jamás en una obviedad. Pueblo encierra en sus versos el tratamiento poético de experiencias individuales y también colectivas: es el recuerdo infantil de los ensayos de una orquesta municipal, es la tierra cayendo sobre el cuerpo de la madre y el escenario físico de la orfandad, es la abuela haciendo una torta (de donde la poeta extrae una metáfora perfecta sobre el compromiso visceral en lo que sea que se haga), son los cardos revelándose a las tijeras que los amenazan y reproduciéndose en un patio porque “No les importa quedar/ a dos centímetros al ras del suelo/ saben que vuelven y que les caerán todas las tormentas encima”, son las sirenas que se escuchan por la noche y que “no vienen de ningún lado/ pero vienen hacia nosotros”.  Estos últimos versos rematan “Infancia en dictadura”, el poema con el cual este libro instala, sin rodeos, una dirección indudablemente política que irá cobrando distintas dimensiones a lo largo de la lectura, dimensiones que van de lo público a lo privado, para demostrar una vez más que no existen una sin la otra. 

Podría decirse que una atmósfera de acechanza empuja esta lírica y esa acechanza se presenta de un modo inconfundible: “No me gustan las cosas que se dicen por la noche”, escribe la autora en el primer verso del libro. Y conforme con esta declaración de resistencia, nada de lo que en estas páginas se dice, se lo dice por la noche, porque todo lo que aquí se enuncia es claro y preciso, aún si es dicho a través de metáforas. Magistratti no se esconde, no se enreda, no disimula. Y con el lenguaje pareciera hacer una operatoria de reparación: aún cuando en Pueblo está tan presente el dolor, las palabras van generando una sensación de abundancia, de sin fin en lo que el universo (al menos el universo del idioma) tiene para dar. Claro que la poeta no es ingenua y esa proliferación convive con el riesgo permanente de retroceder y desaparecer. En el poema La noche con el que termina el libro, dice: “Adentro de la noche están todas las noches del mundo/ y las puertas que atravesaste con la mente./ Adentro está la noche blanca de Laos, todavía;/ los meteoros de Bohol, Filipinas,/ las promesas que nunca tocan tierra/ sus delicados pedazos solos/ girando hacia adelante y atrás/ como un astro suelto en el aire./ Las manzanas, los suspiros, lo entredicho/ los colibríes, los dientes./ Mirar el lucero./ Todo está adentro de la noche/ y a merced del despojo”.    

Este conjunto de poemas fue escrito en los últimos años y se nota: están completamente atravesados por una intensidad sociopolítica que partió el país en dos dando origen a expresiones como la de los versos de “La grieta”, donde Magistratti comienza diciendo: “Donde yo veía una grieta/ un albañil me dijo “la casa ha trabajado”. // Hay agujeros en las personas/ sitios inhóspitos en los que no habitaría un pájaro”. Cuando decimos pueblo, estamos aludiendo al uso de un plural, a una voz colectiva que necesita hacer de una artista como María Julia, por ejemplo, un megáfono, un altoparlante que le recuerde con su modo bello de decir, la pertenencia y los peligros. “Deberíamos volver a nuestros pueblos/ con la bolsa de los mandados, la regadera, / el hongo de yeso/ intactos (…)/ Si ya no reconoces las llaves con las que abrías la puerta/ de tu casa/ deberíamos volver a nuestros pueblos/ a encontrar/ los tesoros que dejamos a merced de las gallinas”.

Cuando nos encontramos con un libro que a cada página parece ir superándose a sí mismo, cuando es difícil elegir qué poema nos gustó más, cuando esos poemas logran un temperatura sostenida y una coherencia de registro de la primera a la última página, y cuando aparece en el momento justo para poner palabras donde todavía no hay, surge una intuición: ese libro va camino a convertirse en un clásico. ¿Es el caso de Pueblo? Muy merecido sería que así fuera.