Los mundialeros son una raza aparte. Turistas del fútbol. Fanáticos con fecha de vencimiento. Tras tomarse cuatro años sabáticos, renace su fervor oportunista y entonces no entienden qué pasó durante su período de abstinencia. Por qué no existe más el Fútbol para Todos ni por qué no convocaron este año al ‘Pocho’ Lavezzi, con lo bien que le quedaban esos tatuajes. Redescubren que había algo llamado off side y  que el famoso cantito de la “hinchada quilombera” no pasó de moda y se sigue entonando.  Despiertan una fiebre mundialista que, a veces, no pasa de un resfrío fugaz. Son más consumidores que espectadores, tienen una pasión de mecha corta. Los mismos que en abril creen transformarse en cultos por ir a la Feria del Libro, hoy se compran un gorrito arlequín celeste y blanco y se sienten  los auténticos Borrachos del Tablón. Los hasta ayer fundamentalistas de Netflix mutan a Merlí por Messi, y pasan de entusiasmarse por La Casa de Papel a preocuparse por la lesión de Biglia. Posponen sus sesiones matinales de pilates para ver a la banda de Sampaoli. Desde luego que la continencia de fútbol a veces les juega una mala pasada. Algunos incluso se anclan en el tiempo. Cuando ven en acción a Nigeria o algún otro equipo africano preguntan torpemente cuál de todos los negros es Pelé. Más de uno comenta ¿cómo salió Italia? Se enteran tarde que Macaya Márquez se separó de Marcelo Araujo y ni siquiera le pasa alimentos. 

Los mundialeros distan mucho de sentir la misma pasión de los futboleros de tiempo completo. Mientras éstos últimos minimizan la parafernalia y el cotillón mundialista, los mundialeros –con la vieja vuvuzela del Mundial 2010 en la mano– se enojan si uno no se puso ni la vincha de Argentina ni dejó grabando la ceremonia de apertura del Mundial. La verdadera pasión la ponen en organizar la recepción de los invitados en la casa como si fuera una fiesta de Nochebuena o Fin de Año. Dicen, por ejemplo, “el partido contra Islandia la pasamos en casa de mis suegros y para el partido con Croacia vamos lo de Rosita. La abuela lleva vitel toné”. 

Y ya que hablamos de fiestas, la mundialista, al igual que el resto de las fiestas, alguna vez llega a su fin, y tras el final, parafraseando a Serrat, vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su 4x4 y –felizmente para los futboleros– los Mundialeros, vuelven a su apatía por el fútbol.