“Lo único que no me gusta de esta ciudad es que es muy grande. Acostumbrado a Barcelona, que es pequeña, amigable y que con la moto vas a todos lados, Buenos Aires es un país en sí mismo.” La afirmación, más descriptiva que en tono de queja, sale de la boca de Cesc Gay, el dramaturgo y cineasta catalán. El autor y director de Truman, la película protagonizada por Ricardo Darín, pasó por el país para comprobar con sus propios ojos el éxito que cosecha desde hace más de un año Los vecinos de arriba, la obra teatral que escribió en su España natal. La pieza, que aquí protagonizan Florencia Peña, Diego Peretti, Julieta Vallina y Rafael Ferro en el Teatro Metropolitan, marcó el debut como dramaturgo de Gay, y cosecha versiones en más de una decena de países. “Es una suerte de regalo envenenado, escrita en la mejor condición posible: la que te permite la irresponsabilidad más absoluta”, dice a PáginaI12. 

El ocaso de un matrimonio tradicional que no encuentra –y tampoco busca– nuevos proyectos por los cuales entusiasmarse adopta en Los vecinos de arriba la forma de una comedia disparatada plagada de situaciones en las que la convivencia, el paso del tiempo y el sexo se exploran sin eufemismos. Una particular propuesta que les hacen sus vecinos de arriba, una pareja abierta y moderna, funciona en la pieza dirigida por Javier Daulte como catalizador de la explosión emocional de ese matrimonio en crisis. Una obra que, desde el humor, explora los distintos y posibles vínculos de pareja, poniendo en jaque la tensa calma que suele impregnar a aquellas parejas a las que la falta de diálogo insinúa mucho más que un problema comunicacional.

Estrenada en 2015 en Barcelona, Los vecinos de arriba es la primera obra teatral escrita por Gay, cuya carrera se había desarrollado como guionista y director de cine y TV. “Nunca había hecho teatro. Ni siquiera estaba en mi mente. Cuando escribo, no lo pienso para ningún arte en particular. Escribo y veo qué sale. No escribo para nada ni para nadie. Después me doy cuenta si hay allí algo interesante, si puede ser una película, si puede encontrar una forma más capitular para TV o si siento que puede llegar a tomar forma teatral. Le tenía mucho respeto al teatro”, confiesa.

–¿Por qué?

–Básicamente, porque no sé nada de teatro. Apenas soy un buen espectador de teatro. Nunca me propuse escribir en ese formato, porque básicamente no sabría cómo hacerlo. Lo que me llevó a Los vecinos de arriba fue un disparador y la necesidad de contar esa historia. Recién después encontró su forma teatral. 

–¿O sea que el proceso creativo no tenía un objetivo?

–No hay mejor proceso creativo que el que se hace desde la irresponsabilidad absoluta. Cuando se improvisa el mundo puede adquirir múltiples formas. Los vecinos de arriba fue escrita sin ningún objetivo, sin ninguna presión. Como me dijo el actor que protagonizó la primera puesta: “Nunca te va a volver a pasar algo así, no quieras volver a repetirlo”. La obra es una aventura que no para de crecer. La obra comenzó con la versión catalana, luego tuvo una en Madrid, después llegó a Colombia, Venezuela, Chile, Argentina... Se va a estrenar en Francia y Portugal... Los éxitos son abrumadores hasta para el que lo crea.

–Cuando estaba escribiendo la obra, ¿qué quería contar?

–Es una historia que se puede montar de muchas maneras. Cada versión tiene su propio tono. La obra muestra un combate en un matrimonio. Es una historia dura sobre un matrimonio, sobre lo complicado que es mantener el vínculo. La obra apuesta a que no hay que rendirse, a intentar pelear por lo que uno ama, aún con los inconvenientes que acarrea. La obra fue escrita en medio de muchas separaciones de gente cercana, una sensación de rendirse y tirar la toalla demasiado rápido. En un mundo en el que pensamos que todo hay que cambiarlo todo el tiempo, sea un teléfono móvil o el auto, a veces parece que las relaciones humanas pasan por el mismo proceso consumista. No pretendo hacer ningún discurso pro familia ni soy del Opus, pero me parece que las relaciones humanas hay que cuidarlas un poco y pelearlas más que lo que hacemos con cualquier objeto. La obra está vestida con la visita de los vecinos, con una propuesta muy divertida, pero habla de eso. 

–¿Por qué eligió contar ese pesar epocal desde el humor?

–El montaje español es más austero, es una obra más dura. En Argentina, Los vecinos de arriba adquiere el tono de una obra más lúdica, muy dinámica, con mucho gag, que termina en un final que asume un tono más denso. Alguien definió a la obra como un regalo envenenado. Es una buena descripción de la obra, porque cuenta una historia aparentemente simpática y liviana que tiene un trasfondo más espeso. 

–Usted aborda los vínculos y las relaciones humanos. Lo ha hecho desde el drama, con Truman, por ejemplo, pero nunca desde la comedia.

–Es verdad que no había abordado la cuestión vincular desde la comedia. Creo que esta vez le entré al género porque soy espectador de teatro de comedia. Disfruto mucho la comedia en el teatro. Inconscientemente, escribí una obra que como espectador disfrutaría. En ese sentido se diferenció del tono dramático que tienen mis películas.

–¿Es decir que el haberla pensado como comedia no tuvo tanto que ver con la búsqueda de otro registro sino más bien del lugar en el que se iba a adaptar el texto?

–Una vez pensé que he hecho teatro porque fue la excusa que encontré para poder escribir de otra manera. Escribes un cuento, ese formato te lleva a un lugar. Una novela, a otro, y un poema a otro. El formato determina la forma del contenido. Escribir para teatro me dio la libertad de desarrollar una comedia que nunca me había atrevido a hacer en el cine. Escribiendo esta obra me reí como nunca. Con Félix, la serie de TV que acabamos de rodar con Leo Sbaraglia, me pasó lo mismo. Esa historia de un tipo que busca a una mujer, de manera muy romántica pero con mucho misterio, también es algo nuevo. El cambio de formato te permite cambiar tu tono.

–¿Pero no es demasiado estructurado creer que no puede hacer comedia en cine? ¿Cree que la comedia es un género menor para el cine?

–No me animaba, simplemente. Tal vez, después de esta experiencia, me animo. No lo sé. Truman es un drama, aunque tiene toques de comedia. Lo mismo con Una pistola en cada mano o En la ciudad. Eran más serias. En Los vecinos... la gente se muere de risa. Si tuviera un terapeuta, tal vez me podría ayudar a encontrar una explicación. 

–A lo largo de su trayectoria, aborda con sensibilidad y delicadeza las relaciones humanas. ¿Cómo hace para no caer en la sensibilería?

–No tengo una mirada tan negativa de las obras pretendidamente sensibleras. Cuando veo que la gente se emociona viendo telenovelas, no las juzgo. ¿Quién soy yo para juzgar a alguien que se emociona por una historia de amor que alguien le cuenta? No hay que temerle a las emociones. Dicho esto, tampoco creo en los subrayados innecesarios. El arte debe emocionar, debe conmover, pero por el devenir propio de las situaciones. El artificio visible es mi límite.