El domingo pasado, en un enésimo almuerzo legendario de la señora que también es leyenda estuvo invitada Susana Rinaldi, artista de primer nivel y militante de causas populares. Una señora de 82 años, de bisexualidad declarada hace poco tiempo. Al lado suyo estaba la actriz Lizy Tagliani, todo un cuadro actoral y militante en ascenso. Bien entrado el programa la conductora quiso poner a Susana a hablar de política. Como se sabe, es habitual que allí se desestime cualquier postura favorable, no condenatoria y hasta neutral respecto del kirchnerismo. Sin despeinarse y con gran autoridad –como cuando canta– Rinaldi tomó la palabra y dio cátedra no sobre qué hacer sino sobre cómo encuadrar ideológicamente la lectura de algunas situaciones del país; esto a días de que comenzaran las negociaciones entre el Gobierno y el FMI, es decir, cuando en Argentina se empieza otra vez a ver el futuro repetir el pasado. Un momento infausto.

Pero quiso el destino que en medio del auténtico argumento político de Susana –casi un manifiesto, diría– una sola palabra que se le escapó bastara para que aquel pasara desapercibido y ésta monopolizara todo: le dijo “querido”. Lizy, con muy buena onda, sin dejar de sonreír la corrigió (“querida”). Rinaldi enseguida se dio cuenta y comenzó a tratarla tal como ella lo solicitaba y le corresponde. Pero, aparentemente, en las redes, ya era tarde. La furia lingüística se había desatado. Una palabra –en lugar de un argumento– en el origen de la furia. 

Es esto de lo que debiéramos hablar 

Hace un tiempo que vengo reflexionando sobre las nuevas formas de disciplina lingüística como fenómenos concomitantes de algunas reivindicaciones, y más de una vez me pregunto –preocupado– adónde hemos llegado. Porque una cosa es la tarea colectiva de crear discursos que  re-alfabeticen, que hagan ver y valer ciertas cuestiones que no forman parte del horizonte cotidiano aplastado por el heterosexismo, y otra muy distinta es esperar a que los hablantes que habitamos ese mundo pisemos el palito y se nos erija aleccionadoramente en demoníacos ejemplos del pensamiento discriminador. La primera es la tarea creativa, desafiante e interminable del militante; la segunda, la tarea del buchón escudado en algún lenguaje de sanidad sexo-genérica.

Justamente, lo que anhela el lenguaje sanitario es encontrar, sea como sea, ejemplos y contraejemplos que lo validen. Autocentrista, fundacionalista, y no pocas veces sensacionalista, pareciera que se mueve con una urgencia tal que lo lleva a quedarse con el árbol desechando el bosque, aún cuando en el bosque se halle una aliada en las causas que ese lenguaje dice patrocinar.

Pero, además: ¿quién es –lingüísticamente– libre de tirar la primera piedra? ¿Quién, alguna vez, no tuvo que des-decirse cuando se escuchó decir algo que no quiso decir? ¿Quién, en definitiva, no fue habladx por alguno de los idiomas (el sexo-genérico es solo uno) que pululan por la punta de nuestra lengua, sin que nos demos cuenta? ¡Si en el mundo existe algo que es comunista es el lenguaje! ¡Lo tenemos bien adentro! Qué extraña plataforma de pensamiento es aquella que postula que el lenguaje heterosexista nos habita más allá de nuestra voluntad y que se escandaliza cuando ese lenguaje se manifiesta a través de nosotrxs, lxs pobres y mortales hablantes. Acaso el núcleo de lo “políticamente correcto” resida ahí: en pasarle todo el fardo a ellxs (a lxs pobres), implicando así una especie de operativo de auto-limpieza de toda la mugre cognitiva que heterosexismo esparció en todxs por igual. Ojalá podamos en este plano volver a mirarnos desde el llano para aprender a hablar bien entre todxs.

Por otra parte, estimo que cuando en las redes varixs se preguntaban “¿Quién es esa vieja?” lo hacían con sinceridad. Creo que no saben quién es Susana Rinaldi; que desconocen que es la misma que –por ejemplo– hablando sobre sexualidad en este suplemento en enero de 2011 afirmaba que la lógica del estigma es terrible porque sus efectos son dramáticamente veredictivos: “Si vos ponés en esta botella Coca-Cola y la gente cree que vos tomás vino es porque ya han decidido que vos seas alcohólica”; o que es la misma que habló sobre la plasticidad del deseo y las presunciones normativas: “seguramente de la primera persona que yo me enamoré fue de la maestra. ¿Por qué está bien visto que mi nieto se enamore de su maestra y no mi nieta?”

Pero, además, “¿Quién es esa vieja?” En definitiva, lxs mismxs internautas indignadxs hablan, un lenguaje viejista que desestima la autoridad de una señora de 82 años; lenguaje-reducto del grosero estereotipo que aumenta la misoginia según el aumento de la edad.

Entonces, ni sobre su argumento en el almuerzo ni sobre sus reportajes, tampoco sobre su exilio y la militancia (que incluyó una diputación en la CABA por Frente Progresista y Popular). No. Mejor hablar de una palabra “mal” usada por una mujer que tantas veces toma “la” palabra porque tuvo y tiene qué decir; el domingo pasado sobre el FMI y el futuro de la Argentina en tiempos de Cambiemos. Vaya forma de no ser colaborativo con todas las causas que nos reclaman.