Merceditas Elordi tenía un deseo: escribir un unipersonal. Pero no cualquier unipersonal, sino uno sobre un tema que la interpelaba a la vez que la inquietaba: la ancianidad. Pero no cualquier ancianidad, sino una que conjugara la experiencia de los años vividos con una biografía particular, y desde un prisma femenino. Y ahí pensó en ellas: en las Abuelas de Plaza de Mayo. 

“La historia tenía que ser de ficción, pero singular”, cuenta la directora marplatense. “Estaba en Mar del Plata, con otra obra mía, cuando me junté a hablar con el fotógrafo Marcelo Núñez, quien trabajó en los primeros ciclos de Teatro por la Identidad y siempre está presente en los juicios sacando fotos, y le conté lo que quería hacer”, recuerda. Fue, entonces, a partir de ese contacto, que Elordi accedió a los testimonios de Abuelas y Madres de Mar del Plata, como Ledda Barreiro de Muñoz, Presidenta de esa filial, Susana Bedrossian y Emilce Flores de Casado, para tejer la trama de su obra. 

Dirigida por José Toccalino, y protagonizada por la autora, El Legado tiene la fuerza de recrear la batalla que libraron aquellas mujeres, hermanadas en la militancia nacida del dolor. En escena, Elordi es Carmen, quien busca a su hija y a su nieta, y la interpretación que se desarrolla de forma versátil, y sin mayores artificios que el verosímil teatral, la muestra en distintas etapas de su vida: con la juventud y la fuerza para buscar a sus mujeres desaparecidas, y más tarde con la vejez y el agotamiento para dar a otros y otras “el legado” de seguir buscando.  

“Tenía muchas ganas de ponerme a prueba con un personaje que me exigiera, y con el que tuviera que hacer un trabajo profundo”, asegura la actriz, quien ya cosecha un Premio Estrella de Mar 2018 a la Actuación Protagónica Femenina de Drama por su composición, y una nominación del mismo galardón en el rubro Unipersonal, entre otras menciones y reconocimientos.  

Pero antes de la puesta, llegó el texto, y mucho antes un intenso trabajo de producción e investigación con el que Elordi fue indagando en la vida de cada abuela y madre a la que entrevistó. En su cabeza repasa cada una de esas historias. Ledda Barreiro de Muñoz aún busca a su nieto, o nieta, luego de la desaparición forzada de su hija Silvia Muñoz, quien estaba embarazada cuando la llevaron. Susana Bedrossian, por su parte, busca a Juan Carlos Abachian, su hijo, mientras Emilce Flores de Casado pudo reencontrarse con el cuerpo de su hija Olga Noemí Casado. 

“Carmen tiene un poco de cada una de ellas, aunque también tiene mucho de mí, porque en la obra ligué a mi madre, mis hijas, mi maternidad y mi propio abuelazgo con el mundo de esas madres y abuelas que buscan. Siempre las admiré por todo lo que han hecho, pero haber podido conversar de una manera tan cercana con ellas me transformó el alma. Ellas me dieron mucho”. 

–¿Cómo fueron esos encuentros?   

–Fueron varios. Cuando fui a encontrarme con ellas ya conocía sus historias porque los testimonios de lo que sucedió con sus hijos y nietos están; sólo hay que buscarlos. Pero como yo quería que esta historia fuera singular tenía que conocerlas en la intimidad y hablar de otras cosas, como la música que escuchan ellas o escuchaban sus hijos, sus gustos personales y sus recuerdos. La primera vez que fui a Abuelas, en Mar del Plata, Ledda no estaba, pero estaba Fabián, su hijo menor, cuyo testimonio está en la obra. Y el día que me encontré finalmente con ella, conocí a Emilce. También hablé con algunos familiares como Marta Abachian, la hija de Susana. Fue una experiencia increíble.

–¿De todas las historias que le compartieron existió algún relato con el que se conmovió especialmente?

–Sí. Cuando le pregunté a Ledda si se acordaba cuál era la canción que le gustaba a su hija, me mencionó el tema “Mi cajita de música”. En ese momento, le dije que iba a cantarla en la obra. Luego, en Mar del Plata estuve todo el verano en cartel, pero ella no vino y eso me conmovió mucho. Cuando terminó la temporada y volví a la sede de Abuelas para agradecerles, ese día le dije: “No sé si quiero que vengas a ver la obra, porque hay mucho de vos en ella”, y también le conté que cantaba “Mi cajita de música”. Entonces, me respondió: “Nunca más pude escuchar esa canción”. 

–En la puesta, es notable la interacción de su personaje con el público. ¿Esta decisión ya había sido pensada en el proceso de escritura del texto o se decidió posteriormente en el montaje de la puesta?   

–Cuando me encontré con todo el material que había reunido y empecé a investigar un poco más sobre otros casos, me di cuenta que los testimonios eran muy oscuros y terribles y entonces me puse a pensar cómo iba a hacer para pasar por el tamiz toda esa información. Luego, cuando empecé a escribir, y supe que la obra se iba a llamar “el legado”, por ese acto de transferencia que el personaje hace al público, supe también que tenía que existir una interacción y que esta tenía que darse a través de objetos reales y concretos. La carta que se lee en la obra, por ejemplo, es un documento real que fue rescatado por las compañeras sobrevivientes de una hija desaparecida que le escribe a su madre. Siempre tuve claro que tenía que transmitir lo que yo había sentido con las abuelas y las madres, y por eso la obra tenía que dar un mensaje amoroso, empático y transformador. Si la historia era muy dramática, el espectador, por un mecanismo de defensa, iba a tomar distancia. De hecho, muchas veces ocurre que cuando invito a algunas personas a ver la obra, prefieren no ir. Me gustaría que quienes piensan que de esto ya no hay que hablar vinieran a ver El Legado, porque creo que se puede lograr una transformación en los espectadores, al menos para que se puedan ir pensando en que todavía hay una deuda por saldar. 

* El Legado puede verse en Teatro El Opalo (Junín 380), los sábados a las 22.