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Un infiltrado en el agasajo

Por Ailín Bullentini

Pasaron 40 años, pero Frits todavía recuerda que aquellos tres días de fines de junio de 1978 “no fueron lindos”. Que no la pasó bien, se refiere. Que tuvo miedo. Que “quería salir de Argentina”. Entonces, Frits Jelle Barend ya era periodista y había viajado desde Holanda, su país, al sur más sur del continente americano para escribir sobre el Mundial 78. Junto a colegas coterráneos había cubierto el campeonato de Alemania 74 para la revista Vrij Nederland y harían lo mismo con la nueva edición. La Argentina, además, tenía algo especial: aquí había una dictadura. Frits y sus colegas lo sabían. “Pudimos escribir que había realmente una dictadura en la Argentina, una dictadura fascista. Pudimos sentirla, hablamos con gente, y yo a esa gente le creí lo que me decía. Confié en aquellos que me dijeron que había desaparecidos”, asegura desde su tierra natal.

La publicación holandesa, uno de varios medios de comunicación internacionales que llegaron al país para cubrir el campeonato, había enviado a tres corresponsales: dos periodistas y un fotógrafo. El periodista Henk Van Dorp tenía a cargo la cobertura deportiva. Frits, la política. “Sabíamos qué pasaba” en Argentina, dice. Las denuncias que alertaban sobre las violaciones a los derechos humanos que estaba desarrollando las fuerzas de seguridad en el país habían empezado a cruzar las fronteras y se esparcían lenta pero firmemente por Europa. Varios medios de Holanda, Suecia, Francia y Gran Bretaña buscaron también aprovechar su viaje a la Argentina para entrevistar a las Madres de Plaza de Mayo en sus rondas de reclamos frente a la Casa Rosada.

Frits eligió el día de la apertura del Mundial de Fútbol 78 para visitar a las “madres locas”. Casualmente, era jueves. Aún siente que la experiencia fue “bastante impresionante”. La ceremonia de inauguración del campeonato coincidió con la hora en que las Madres de Plaza de Mayo se reunían en torno de la Pirámide.

Sentado desde su casa en Holanda, el periodista viaja en el tiempo: “Estuve en el cine cerca de la plaza hasta las 15.30 y luego fui a la plaza. No podrías creerlo, estaba totalmente vacía. Me sentí un poco inseguro. Caminé por ahí hasta que a las 15.50 empezaron a llegar, desde diferentes esquinas de la plaza, señoras. Me presenté: ‘Soy un periodista de Holanda, me gustaría hablar con ustedes’. Y me dijeron que una había perdido a dos hijos, otra a una hija, otra a su marido. Me dieron un número de teléfono, me dieron flores”.

Frits recuerda que, minutos después, la Plaza de Mayo comenzó a recuperar la circulación habitual de peatones y vehículos a su alrededor. También recuerda que al cabo de su charla con las “madres locas” hombres de civil se le acercaron y empezaron a insultarlas, a decirle que no debía creer en esas mujeres que pedían información sobre sus hijos desaparecidos. “No me dejaban seguir hablando con ellas, me empujaban un poco. Por suerte llegó un equipo de cámara francés”, cuenta.

Regresó a su hotel un rato después. Allí esperó a su colega Van Dorp, que estaba cubriendo la ceremonia inaugural en el estadio de River. “No estaba asustado, pero tampoco me sentía seguro”, recuerda. En el estadio Monumental, personal de control notó que al lado de Van Drop había un lugar vacío que debía haber ocupado Frits. “Ellos sabían que yo no estaba en el estadio”, apunta el holandés, que había elegido la Plaza de Mayo aquella tarde de principios de junio. Esa noche le pidió a su colega compartir habitación.

Sin embargo, Frits superó el sentimiento de inseguridad y dio un paso más. Él y el fotógrafo Ben Nienhuisfueron los únicos holandeses –además de los diplomáticos– que asistieron a la cena oficial de clausura del Mundial de Fútbol 78, con la que la Junta Militar argentina celebró el campeonato organizado y ganado. Una celebración a la que ni siquiera la selección naranja       había asistido, tras la derrota de la final.

Frits y Ben lo lograron. Se hicieron pasar por dos jugadores de la selección de su país a quienes les pidieron las invitaciones e ingresaron a la cena. “Los argentinos decían que estaban contentos de que hubiera gente de Holanda. Nos agradecían que estuviéramos ahí”, recuerda el periodista. Nadie allí se había dado cuenta de que no eran jugadores, salvo por el presidente de la Federación Holandesa de Fútbol, con quien compartieron mesa y que “estaba bastante nervioso” por el engaño.

La simulación duró “una media hora”. Hubo canapés, charla de pasillo y discursos de los dictadores argentinos. Mucha algarabía. Tras las palabras oficiales, Frits creyó que “era el momento”. “Hablé con el fotógrafo. Tomé mi pequeño grabador y me acerqué al señor Videla”. El diálogo, reconstruido 40 años después, fue más o menos así:

–Hola, señor Videla. Soy de Holanda. ¿Puedo hacerle algunas preguntas?

–Si, por supuesto. Claro, claro.

–Felicidades por el Mundial.

–Gracias, gracias.

–¿Está contento?

–Sí, estoy feliz.

–¿Qué pasó con la gente desaparecida?

–¿De qué está hablando?

–Estoy hablando de las personas que están desaparecidas. Me dijeron que son 40 mil.

–Eso es mentira, es mentira.

–No, no es mentira. He hablado con mujeres, con las “madres locas”.

Frits cuenta que Videla se puso nervioso y que unos minutos más tarde los hombres de seguridad  de la fiesta apartaron a él y a su    colega de al lado del dictador.

Un rato después, los dos se escabulleron, aunque tardaron unas horas en darse cuenta de que habían dejado algo importante en la fiesta.

Regresaron al hotel, y se preparaban a volar esa misma noche a Santiago de Chile cuando el fotógrafo notó que no tenía el pasaporte. “Mi colega dejó todas sus pertenencias en su saco y yo estaba muy enojado. Pasaporte, dinero, tarjetas de crédito. Ellos se lo sacaron de su saco, él se quedó sin nada”, rememora Frits. No pudieron volar esa noche. No pudieron hacerlo durante los siguientes tres días.

“Debíamos esperar tres días antes de poder irnos y esos días no fueron demasiado bonitos –dice el periodista–. Nos quedamos juntos, no nos íbamos solos. Dormíamos juntos y poníamos una mesa detrás de la puerta para que no pudieran entrar. No dejábamos nada de valor en la habitación, salvo la ropa. En las calles alguien nos empujaba, de repente trataban de tocarnos, así que no hicimos demasiado. Comíamos cerca del hotel.”

Le habían pedido asistencia al embajador holandés, Dorone Van den Brandeler, con quien no tenían buena relación. El periodista holandés se había enterado de que el embajador había participado sin permiso de los desfiles militares de la Junta argentina y lo había publicado en una nota. “Estaba muy enojado con nosotros”, señala Frits. Luego intercedió el Ministerio de Asuntos Exteriores de Holanda. Incluso la aerolínea de bandera de los Países Bajos, KLM. Hasta que finalmente pudieron salir de la Argentina. 


Nacido y apropiado entre gritos de gol

Por María Eugenia Ludueña

La última vez que Estela de Carlotto habló con Laura fue el 16 de noviembre de 1977. La mayor de sus cuatro hijos vivía escondida, de casa en casa. Cada vez que llamaba a la escuela donde trabajaba su mamá, lo hacía fingiendo que era otra persona.

–Sabe, Estela, últimamente no me ando sintiendo muy bien.

–Ay, por favor, Silvia. Cuídese mucho –le pedía Estela a su hija, pensando que quizás estuviera enferma.

–Me parece que debería ir al ginecólogo –le dijo ella.

Hasta hoy, nadie sabe bien dónde secuestraron a Laura. Tenía 22 años, estudiaba Historia en la Universidad Nacional de La Plata y militaba en la Juventud Universitaria Peronista (JUP). No existen testimonios de su detención ni de su paso por otros centros clandestinos. Pero sí hay testimonios de sobrevivientes que la vieron en el centro clandestino de detención y tortura La Cacha, cerca de La Plata.

María Laura Bretal es una de las pocas sobrevivientes que estuvieron secuestradas allí durante 1978. Militante de izquierda, socióloga, en varios juicios contó: “Fui secuestrada el 5 de mayo junto a mi hija de tres años. Estaba embarazada de cuatro meses”.

En aquellos días, uno de los represores que la custodiaba, aunque ella estaba encapuchada y engrillada, le contó a María Laura que ese lugar se llamaba La Cacha en honor a Cachavacha, la bruja de Hijitus, una serie de dibujos animados popular en esa época. La bruja tenía una escoba mágica con un súper poder: hace desaparecer lo que barría.

En ese centro que funcionaba a 200 metros de la cárcel de Lisandro Olmos, María Laura Bretal se sorprendió: no era la única embarazada. En La Cacha también estaban Rita, de siete meses, y Rosita, de ocho. Las conoció cuando pasó una semana en una habitación con ellas.

En La Cacha los secuestrados, como en otros centros, llevaban apodos. Era uno de los modos de resistencia al número y la despersonalización que imponía el terrorismo de Estado. A María Laura los compañeros de cautiverio la apodaron “Panzona”. Rita era Laura Carlotto, pero esto María Laura lo sabría después, años después de haber salido en libertad.

“Cuando las vi por primera vez, no podía creer que ellas llevaran tanto tiempo ahí. No entraba en mi cabeza. Rita sobrellevaba la situación con mucha fortaleza –recuerda María Laura–. Yo estaba desesperada. Prefería no probar bocado. El primer mes fue muy duro. Rita me alentaba: ‘Tenés que seguir adelante, día a día, por tu hija’.”

Rosita fue la primera de ellas tres en parir. Tenía tres hijos esperándola afuera. Los guardias tardaron en trasladarla. Días después les dijeron a las chicas que Rosita había tenido un varón y había recuperado su libertad.

Una semana después, Rita empezó con las contracciones. La dejaban caminar por La Cacha. Cuando el dolor aumentó, los compañeros pidieron a los gritos a los guardias que por favor no la hicieran esperar hasta el último momento. María Laura tuvo un ataque de nervios y llanto.

“Los guardias se cagaban de risa. No tenían muchas ganas de salir. Tardaron bastante en llevarla”, cuenta. El testimonio de Bretal situó el nacimiento del hijo de Laura en el Mundial 78. Los guardias solían escuchar los partidos por la radio, a todo volumen.

Todavía no está del todo claro a qué hora ni dónde nació el hijo de Rita. Pero en ese clima mundialista –que se inauguró el 1º de junio– ella fue trasladada a algún lugar a parir. El 2 de junio de 1978 era viernes. A las 19.15, la Argentina jugó el primer partido del Mundial contra Hungría, en la cancha de River.

Pasaron 36 años hasta que los testimonios de quienes compartieron cautiverio con Rita (Bretal pero también María Inés Paleo, Alcira Ríos, Norma Aquino) se unieron con otras piezas. Porque esas personas contaron lo que Rita relató cuando regresó a La Cacha.

La habían llevado a un hospital militar, lejos, donde parió engrillada y encapuchada. Había sido un varón. Lo había tenido entre sus brazos apenas horas, hasta que le ordenaron que se lo entregara a alguien. Se resistió. Le pusieron una inyección. No recordaba qué había pasado después, pero al despertar había preguntado por el bebé. Le dijeron que se lo habían entregado a su madre. Que la señora Carlotto lo había aceptado, a condición de no verla más. Quienes la conocieron en La Cacha después de parir recuerdan que estaba angustiada.

El rompecabezas todavía tiene piezas sueltas. Pero el 5 de agosto de 2014 las principales encajaron: Ignacio, un músico de Olavarría, supo que era el hijo de Laura y Walmir “Puño” Montoya, que era el nieto de Estela de Carlotto, la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo.

La Justicia aún investiga cómo el hijo de una joven –asesinada en agosto de 1978, cuando el cuerpo acribillado de Laura fue entregado su familia– terminó en la casa de dos peones en el campo.

Ellos declararon ante el juzgado que su patrón, un hombre conocido y poderoso en la zona, allegado a los militares, les ofreció un bebé abandonado. A principios de junio, los peones recibieron un llamado para buscar al recién nacido en La Plata. Y allá fueron, acompañados por el patrón. Un médico de Olavarría firmó la partida de nacimiento –el tiempo reveló que era falsa– y anotó al bebé como hijo de la pareja, nacido en la casa del patrón, el 2 de junio de 1978. Ese fue el día que la Argentina venció a Hungría por 2 a 0 en el estadio de River, en el primer partido del Mundial. El día que el patrón ordenó que no se volviera a hablar del tema.

Pero 36 años después, en su propio velatorio, alguien abrió la boca: Ignacio podía ser hijo de desaparecidos. El joven se contactó con Abuelas. Se convirtió en el nieto 114: Ignacio Guido Montoya Carlotto. El mismo que semanas después, abrazado a su abuela Estela, pisó la cancha de River –es hincha fanático– con un mensaje: “No te quedes con la duda sobre tu identidad”. Porque todavía falta encontrar a unos 300 bebés, entre ellos al hijo de Rosita.


El desaparecido que tuvo que entrevistar a Menotti

 

Por Raúl Cubas

Cuando pienso en el Mundial 78 pasa por mi cabeza un torbellino confuso de sentimientos y recuerdos como militante y como hincha del fútbol. Por una parte, por haber sido testigo y protagonista como detenido-desaparecido de las estrategias represivas de la Marina para incidir en el desarrollo del Mundial y, por otra parte, por el sufrimiento de seguir como hincha la actuación de la Selección.

Viví con culpa la contradicción de querer como militante que Argentina no ganara el Mundial porque pensaba que sería una “victoria” que serviría a los fines políticos de la dictadura de perpetuarse en el poder. Pero como hincha no podía contener la alegría cuando me enteraba que ganaba la Selección o incluso al escuchar los gritos de la hinchada que desde el estadio Monumental llegaban hasta la ESMA.

Me detuvieron el 20 de octubre de 1976, como a las 8 de la mañana, en La Matanza. Varias personas de civil, armadas, que luego identifiqué como pertenecientes a la ESMA, me obligaron a tirarme al piso para esposarme. Eso me dio tiempo para ingerir una pastilla de cianuro para intentar quitarme la vida. No lo logré. Recuerdo que me metieron en el baúl de un auto, donde fui progresivamente perdiendo el conocimiento.

Ahí comprobé que efectivamente al momento de la muerte todos los momentos importantes de lo vivido pasan como si fueran una película: el recuerdo que tengo es de una sensación de tranquilidad. Cuando desperté estaba encapuchado y esposado, tirado arriba de otros cuerpos. Traté de hacerme el muerto pero luego de un rato se dieron cuenta.

Yo fui uno de los detenidos en La Pecera, el sitio construido en la segunda mitad de 1977 en el ala opuesta del altillo del Casino de Oficiales de la ESMA. Eran cubículos de oficinas, entre ellos la biblioteca, el comedor de diario, el despacho del teniente Juan Carlos Rolón, y también la oficina de prensa y teletipos.

Mi función era seguir y analizar las noticias de algunas agencias internacionales, específicamente las que tenían que ver con la imagen de Argentina en el exterior, o sea, las referidas a las denuncias por violaciones de los derechos humanos, protestas populares, críticas externas a la dictadura, etcétera.

Más adelante comenzamos a redactar noticias para el noticiero diario de la Radiodifusión Argentina al Exterior (RAE), también dependiente de la Marina. Además, hicimos reportajes para la Revista de la Cancillería, que se repartía en todas las embajadas.

Hasta que un día vinieron con la idea de entrevistar al director técnico de la Selección, César Luis Menotti. Se le ocurrió a Cancillería. Le propusieron a Rolón, que era el oficial a cargo de La Pecera, hacer el reportaje para contrarrestar la presunta “campaña antiargentina” en el exterior. Había que transmitir que en la Argentina reinaban la paz y la seguridad, que la organización del Mundial no presentaba inconvenientes de ningún tipo.

¿Por qué me eligen a mí para ir a la entrevista? Por tres cosas: era el que más tiempo tenía en la oficina de prensa, sabía bastante de fútbol y además tenían el dato de que yo había trabajado en la revista 7 Días, aunque nunca como periodista. Así surgió todo.

Recuerdo que me hicieron unas credenciales de prensa falsas y me compraron ropa: un pantalón de gabardina, camisa, corbata y un saco azul, que estrené el día de la entrevista.

Llegó el día. Fue a última hora de la tarde en el predio de la AFA en Ezeiza. Por la mañana ultimé los detalles del reportaje. Tenía una premisa: mi límite era no hacer preguntas que favorecieran respuestas favorables a la dictadura militar; o sea, las iba a limitar al ámbito meramente deportivo.

Al llegar a Ezeiza, siempre escoltado por mis captores, me preocupé porque en la vigilancia de la entrada reconocí a personal de la ESMA que hacía de custodia.

Pero la conferencia se realizó sin problemas. Ni Rolón ni yo hicimos preguntas. Luego hubo una cena y, al finalizar, llegó mi turno: le dije a Rolón que quería hacer la entrevista solo porque me ponía nervioso y por suerte accedió. Entonces fui y encaré a Menotti.

El momento de mayor nerviosismo fue cuando me presenté como medio de prensa de la Cancillería. El técnico no entendía que fuera de un medio no deportivo, pero le expliqué que era una revista muy leída por los compatriotas que estaban en el exterior y demandaban información sobre el Mundial.

Se me cruzaron mil cosas por la cabeza. Pensé en poder generarle confianza a Menotti para sincerarme y contarle mi situación en la ESMA. También pensé en decirle los nombres de los compañeros y compañeras que en ese momento estaban detenidos-desaparecidos. Para ese momento no tenía confianza política en Menotti, por ser un hombre vinculado a la izquierda y haber aceptado esa responsabilidad bajo una dictadura militar. Tampoco tuve el valor de hacerlo, tenía miedo de su reacción ante una situación tan surrealista, miedo por las consecuencias para mi familia.

Al finalizar la entrevista me comprometí a enviarle un ejemplar. Nunca supe si el ministerio se la hizo llegar.

Hace algunos años intenté conseguir un ejemplar en la Cancillería, pero me dijeron que no tenían.