Un turbión es, según las definiciones del diccionario, un aguacero muy violento y repentino acompañado de fuerte viento. O según Abel Rodríguez: esa lluvia fuerte que te empapa pero sobrevivís.

Con ilustraciones por Martín Boc y contratapa por Agustín Alzari, El turbión es el primer libro de poesía de Abel Rodríguez. Son poemas que fueron escritos, según su autor, bajo la influencia de una emoción que acomete como el turbión: masiva, intensa, no letal.

"No sé si estoy vivo, soy joven o viejo", reza la primera línea del primer epígrafe, cita de un vals contemporáneo con letra y música de Acho Estol: Sueño de morocha en conventillo. "Es un hijo el que llora, sin saber que ha nacido", dice el segundo, un verso de Miguel Suárez que pertenece a su tango Perdidos, interpretado por la orquesta típica de Julián Peralta en su álbum Un disparo en la noche. "Oro negro del turbión, no habrá quien diga no, será otra inundación", canta Peralta en otro tema del disco. Al final del libro pone unos versos de una conocida canción de Jaime Roos. Abel Rodríguez reescribe su poesía escuchando tango; esa música lo acompaña "en el trabajo posterior de muchos meses" que es el pulido de cada poema.

Tangos nuevos, eso sí. Abel reconoce que para él ese género es un descubrimiento de la última década. "En el tango hay unos poetas jóvenes de menos de 40 que son para sacarse el sombrero", dice.

--¿Más o menos entre qué año y qué año se sitúa la producción reunida en cada parte del libro, o en todo el libro?

--Es una selección de los últimos 35 años más o menos. La parte del medio son versos de muchos años atrás. Los de la primera son de cuando volví a escribir, después que tuve a mis hijas. Pasé muchos años sin escribir, criándolas, como diez. En la del medio estaba solo.

"Y la última son mezclas de épocas y los últimos más nuevos. Me acuerdo de poemas puntuales. Hay poemas de más de 30 años en la segunda parte, por ejemplo Domingo, que lo escribí una tarde cuando a una pareja de viejitos los atropella un colectivo", recuerda el autor, en presente.

En efecto, la primera parte del libro es más celebratoria que las otras dos. "Herido/ buscándola/ atropelló a cabezazos/ los caracoles de la tarde", dice el poema mencionado. Como el letrista de tango, el poeta narra su emoción con metáforas. Lejos está esta poesía de la literalidad y el prosaísmo de las tendencias en boga en las tres últimas décadas. Tal vez el pertenecer a un linaje de escritores, que llevan todos el mismo nombre, o casi, lo sitúa en otra tradición.

"Ni hijo/ ni nieto", empieza Hervor, otro de los poemas de la juventud. Sin embargo el poeta, periodista él mismo, es hijo del periodista Abel Rodríguez y nieto de Avelino Rodríguez (1893‑1961), periodista y autor de dos libros de cuentos, en cuya noble cabeza hispana se basó Herminio Blotta para esculpir su efigie de Dante Alighieri emplazada en Boulevard Oroño. Escribía sobre el Carcarañá; hay obra suya en la antología Ciudades, campos, pueblos, islas, editada por Espacio Santafesino. Para Abel tiene que haber sido una broma que al más tano de los tanos le pose de modelo un Rodríguez.

"Sin caberme/ en ningún lado// babeando metáforas/ que escribieron otros// palmeando estatuas/ de inútiles ancestros (...) puteo este infierno/ de hambreadores/ y a sus escoltas asesinos// hablo con los muertos/ porque sé que volveré". Con este poema, titulado Dante, concluye el libro. La anécdota familiar se torna fuente de identificación con el poeta florentino que desciende a los infiernos y fustiga las costumbres. Entre los poemas del nacimiento y los de la muerte, transcurren los de la vida. Poemas largos de versos cortos, cuyo ritmo stacatto insiste y armoniza con la intensa síntesis de estos versos: "y hubo qué perder/ y tuve remedio", dice en Guapa. El amor es el gran protagonista, añorado de lejos o vivido de cerca, o ambas cosas a la vez: "es cierto/ que mi espalda/ ya no tiene tu cuidado// pero es mentira// que hayas dejado/ de venir conmigo".