Fue periodista, bailarina y actriz y comenzó su carrera como directora teatral en 1970, aunque su nombre cobró notoriedad diez años después. Con el estreno de Boda blanca, de Tadeusz Rozewicz, Laura Yusem consiguió que se le abrieran muchas puertas –tal como ella misma admite hoy–, tanto en los circuitos del teatro alternativo como en el oficial. Desde hace tres años desligada de la dirección de la sala Patio de Actores, Yusem da clase en la UNA y continúa dirigiendo con regularidad. Acaba de estrenar El nombre, obra de Griselda Gambaro, en El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960, viernes a las 20.30), con actuación de Silvia Villazur, quien ya había interpretado este texto en otras dos oportunidades. Para la tercera versión, según le explica Yusem a PáginaI12, la actriz la convocó en virtud de haber sido su maestra a lo largo de casi veinte años. Cuando recibió el ofrecimiento, la directora estaba en los preparativos de su puesta de Las benévolas, de Jonathan Littell, que estrenará en septiembre en el Teatro Cervantes. Pero aceptó considerando que tendría el tiempo justo para llegar al estreno de esta pieza de Gambaro antes de comenzar los ensayos con el elenco que encabeza Gabriel Goity. 

“Durante el verano estuve trabajando con Graciela Galán sobre el vestuario y la escenografía, y con Julián Ezquerra sobre la traducción y versión del texto de Littell, así que una vez terminado eso me pareció bien ocuparme de El nombre”, explica. “Siempre me siento dispuesta a hacer una obra de Griselda porque es como estar en mi casa, en mi propio espacio dramatúrgico”. Y afirma: “Desde que en 1981 hice La malasangre, siempre trabajo los textos de Gambaro con alumnos. Tiene un lenguaje exquisito y, además, me siento ideológicamente muy identificada con ella. Todas sus obras se resignifican en este momento porque ella le dio voz dramatúrgica a la mujer como no lo hizo nadie antes. En sus obras, sean heroínas o víctimas, las mujeres son el centro. Creo que por eso solo le debemos un homenaje”, advierte. El equipo de El nombre se completa con Magda Banach en escenografía y vestuario, Leandra Rodríguez en iluminación y Cecilia Candia en el espacio sonoro.

Escrito en 1974, El nombre es un monólogo que pronuncia una empleada doméstica a un interlocutor incierto. El personaje cuenta algunas de las experiencias que tuvo sirviendo a diferentes patronas, experiencias que tienen en común el hecho de que cada persona que la emplea le cambia el nombre. Así es como María es privada de una parte de su identidad. Yusem ubica al personaje en un contexto de calle y es por eso que decidió aprovechar la vidriera que tiene la sala más pequeña de El Camarín de las Musas dejándola abierta durante la función. De esa forma, desde la vereda se ve a la actriz frente a los espectadores. También, según señala la directora, de ese modo se puede “potenciar la tensión entre la realidad y la ficción”.

–¿En qué medida el nombre recibido es una seña de identidad? 

–Bueno, eso es así dependiendo de las circunstancias. Yo no me llamo Laura Yusem sino Laura Sofovich. Tomé el apellido de mi madre cuando a los 15 años debuté como bailarina en una obra de Ana Itelman. Además lo simplifiqué, porque de Yussen lo convertí en Yusem.

–¿Cuáles fueron las razones para hacerlo?

–Fue porque mi tía Luisa Sofovich publicaba sus novelas, aun cuando estaba bastante opacada por mi tío, Ramón Gómez de la Serna. Ya estaba ella con ese apellido. Y aunque mis primos Gerardo y Hugo todavía no eran conocidos, me parecía que tenía que llamarme distinto. Después, análisis mediante, supe que la elección tenía que ver con la admiración que tenía por mi madre.

–¿Cómo la recuerda?

–Extraordinaria, muy de avanzada, una comunista furibunda que trabajó de maestra rural en la Patagonia, entre otras cosas. Sentí culpa por no usar el apellido de mi papá, pero también lo de cambiarse el nombre era algo que se usaba en el ambiente artístico.

–¿Seguía en el teatro cuando empezó a escribir en Clarín?

–Sí, estuve allí de 1971 a 1980, pero no hacía crítica de teatro sino que escribía sobre ballet y hacía también notas sobre moda con contenido ideológico. Así llamaba “uniforme imperial” al jean o hablaba sobre los ponchos federales en las concentraciones de Plaza de Mayo. Hablando del nombre, en Clarín, por disposición de Ernestina (Herrera de Noble ) las mujeres debimos firmar con nuestras iniciales. 

–¿Realizó algún cambio en su puesta de El nombre?

–Griselda ubica al personaje en una plaza, pero yo quise que estuviese en situación de calle, de modo que a esta mujer lo único que le queda es su nombre. Pero hay algo más sobre lo que habla esta obra...

–¿A qué se refiere?

–Al tema de la relación entre patrona y sirvienta, una relación que siempre me pareció muy perversa aunque en mi casa siempre hubo mucama. Traté de tener empleada lo mínimo indispensable porque siempre me pareció una gran injusticia. 

–La obra fue escrita en 1974 y se repuso muchas veces. ¿De qué modo se resignifica este texto?

–Apenas empezamos a ensayar sucedió el incidente del ministro de Trabajo, Jorge Triaca, y su empleada doméstica. Pero más allá de eso, la resignificación ocurre porque todo lo que tiene que ver con lo femenino está siendo muy valorado en este momento.