Los firmantes de esta nota pertenecemos a un grupo de investigación de la Universidad Nacional de Quilmes que desarrolla un proyecto de investigación sobre universidades públicas argentinas con el financiamiento de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica. Nuestro objetivo es explorar y analizar la relación que tienen tales universidades con el entorno regional del que forman parte. En efecto, no sólo en Argentina sino también en muchos otros países (incluyendo los más ricos), la cuestión de la vinculación de la universidad con el medio social, político, ambiental y económico que la rodea ha venido imponiéndose como un tema relevante. Esto es así por la evidente comprobación de que cada vez más la solución de los problemas concretos que afronta la sociedad requieren el concurso de conocimiento científico y tecnológico proveniente de varias disciplinas, y que la universidad (y en nuestro país, en particular, la universidad pública) es el principal reservorio de dicho conocimiento y de la variedad del mismo, como asimismo de la capacidad para producirlo, renovarlo y generarlo para las situaciones concretas que viven las regiones y los ciudadanos. 

Los recientes desafortunados dichos de la señora gobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal, han merecido la repulsa de la ciudadanía y de organizaciones vinculadas a la educación superior. En respuesta a la prejuiciosa afirmación que considera incompatible un origen de pobreza con la posibilidad de alcanzar niveles de educación terciaria y cuaternaria, se señala correctamente que las nuevas universidades del conurbano (instituciones que parecen inquietar a la funcionaria) captan un alumnado mayoritariamente proveniente de estratos sociales bajos sin tradición universitaria en sus familias, y propendiendo obviamente al ascenso social. ¿Alguien con juicio suficiente se atrevería a cuestionar la bondad social de esta realidad? Pero tan importante como esto es el hecho de que las universidades en nuestro territorio, y especialmente las que en años recientes fueron establecidas en el conurbano y en regiones demográficamente intermedias, cumplen una función significativa de aporte de conocimiento experto, científico y tecnológico, y una densidad intelectual que favorece directamente a sus entornos: ampliando la formación profesional de su población, aportando a encontrar soluciones a problemas variados como los ambientales, de salud, innovación tecnológica en las pymes, visión crítica de la situación social, económica y política de sus territorios, formación de nuevas empresas productivas, integración social de sus habitantes a través de programas y actividades sociales de sus miembros, etc. Aún más, la universidad adquiere un valor central para las barriadas locales como símbolo (y aún como espacio físico) de integración y de referencia y pertenencia a sus habitantes; en este sentido, contribuye significativamente a la construcción de la cultura local de la comunidad. 

Esta función de la universidad –y en particular de las nuevas– debe verse como un proceso en construcción, por lo que se encuentran diferencias entre las distintas casas de estudios en cuanto a los estilos de sus relaciones con el entorno territorial y a los alcances de sus logros. Diversos planes y programas de política pública se han desarrollado en años recientes para ayudar a las universidades a cumplir con tales funciones de vinculación con el territorio. Ello contribuyó a que la propia cultura académica que las constituye reforzara esta vocación de vinculación con el entorno social entre los docentes, estudiantes, investigadores y funcionarios. Expresiones de alto contenido prejuicioso como las de la gobernadora no hacen más que socavar la fortaleza de las universidades en su función de contribución al desarrollo de la sociedad.

* También firman Mariana Di Bello, Pablo Sánchez Macchioli, Oscar Eduardo y Fernanda Soca, investigadores de la UNQ.