“Una pasión es una pasión”, le responde el escribano a Pablo Sandoval (Guillermo Francella) ante la pregunta de qué significaba Racing en su vida, en una de las más recordadas escenas de El secreto de sus ojos. “¿Te das cuenta, Benjamín? El tipo puede cambiar de todo. De cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios... pero hay una cosa que no puede cambiar, Benjamín. No puede cambiar de pasión”, le explica Sandoval. La escena de la película ganadora del Oscar, que ya forma parte de la historia cinematográfica argentina, es utilizada una y otra vez para dar cuenta de lo que significa la pasión futbolística. Probablemente sea esa recurrencia la que haya llevado a que algún productor pensara que Eduardo Sacheri, autor del libro en el que se basó el film dirigido por Juan José Campanella, podría encabezar un ciclo de entrevistas que giran en torno a la pasión. Esa idea terminó decantando en La pasión... según Sacheri, el programa de entrevistas que hoy a las 21 estrena TNT Sports. 

Apasionado al mango de la literatura, el fútbol y los amigos, Sacheri oficiará de guía inquieto en el ciclo en el que recibirá a distintos invitados –desde Diego Torres a Alejandro Dolina, pasando por Leonardo Sbaraglia, Sebastián Wainraich, Pedro Saborido y Facundo Manes, entre otros– para reflexionar sobre un tema que lo desvela: la pasión. “La pasión –afirma el autor de La noche de la usina a PáginaI12– es un tema hermoso para hablar. Obviamente, con algunos la pasión en el fútbol aparece en la charla, porque para muchos la pasión futbolera es el hilo conductor de su vida. Pero el planteo es sobre el vínculo que cada uno tiene con algo que lo apasiona, de lo que son capaces de hacer por ella, de lo que hicieron, de lo que ya no hacen, de aquellas pasiones que abandonaron, incluso”. 

A lo largo del ciclo, en las charlas que entablará con los invitados provenientes de distintos ámbitos, Sacheri -dice– intentará abordar integralmente la relación humana con la pasión, sin detenerse únicamente en la veneración a la que suele asociarse es sentimiento. “Tratamos de complejizar el concepto de pasión. La concepción edulcorada de la pasión es sesgada. Hay que despojarla de esa cobertura pasteurizada que la envuelve en buena parte de la opinión pública. Como si la pasión solo fuera buena, hermosa y naïf, cuando en realidad tiene algo de prisión, de cárcel para el que la tiene, capaz de llevarte a lugares muy oscuros”, afirma el conductor de La pasión..., el ciclo realizado por Zoomin, la productora que dirige Luciano Olivera. 

–¿A qué se refiere cuando dice que la “pasión” puede llevar a zonas oscuras a quienes la evidencian?

–La pasión por algo no es en sí misma sólo y únicamente celebratoria. En la charla con (Alejandro) Dolina hablamos de “pathos”, que en griego está relacionado al padecimiento, al sufrimiento. La pasión no es necesariamente algo maravilloso, sino que es una emocionalidad compleja del alma, que puede ser hermosa pero también peligrosa. Es un montón de cosas. La idea del ciclo es animarnos a profundizar en esa complejidad. Por ejemplo, la escena sobre la pasión de El secreto de sus ojos suele ser citada en modo celebratorio, pero si se la analiza tanto el personaje alcohólico de Francella como el de Darín padecen sus pasiones, están devastados por ellas. No es que busquemos necesariamente que emerga el aspecto más dark de la pasión en cada entrevistado. No forzamos nada. Hay entrevistas en las que la pasión alcanza aspectos profundos y otras en las que la charla deriva por otros carriles.

–Más allá de los riesgos a los que se expone alguien que se deja llevar por una pasión, ¿no cree que todo ser humano debería “cargar” al menos en algún momento de su vida con ese sentimiento?

–Creo que sí, porque además no creo que podamos esquivar a la pasión. Pero también hay que pensar en su contracara. Una de las peores enfermedades que puede sufrir el ser humano es la depresión. Y justamente una de las maneras de entender la depresión profunda es desde la ausencia de la pasión de quien la padece. La imposibilidad de ponerte en marcha hacia nada, utilizando ninguna energía. ¡Pobres los que carecen de alguna pasión para poder dirigir su energía hacia algún lugar! A su vez, también creo que los seres humanos no solo somos pasión, sino que también somos cerebro. Lo mental y lo sentimental se conjugan todo el tiempo, y no siempre de la manera más armoniosa. A veces la pasión puede ser destructiva para el que la padece o para otros. Por ejemplo, hay amores que pueden ser muy apasionados pero que hacen muy mal. El desierto de pasión es un enemigo complejo de sobrellevar.

–Acostumbrado a ser entrevistado por su oficio de escritor, ¿cómo se sintió en el rol de entrevistador?

–Al no tener experiencia como entrevistador y ser bastante obsesivo y algo inseguro, con mucho estrés. Los nervios tenían que ver con estar a la altura frente al entrevistado y frente al proyecto. En mi rol como entrevistador, tenía básicamente dos preocupaciones. Por un lado, generar un diálogo que tenga algo de sustancia, que la entrevista sea buena. Y por otro, busqué en todo momento que al invitado mis preguntas no le parezcan monótonas, previsibles. Porque me ha pasado estar en ese tipo de entrevistas y no es lindo sentir el tedio de una charla obvia. La posibilidad de aburrir al entrevistado era un fantasma recurrente. Nuestra búsqueda no fue incomodar al invitado. Eso no fue el plan. Y tampoco quería que me pasara por error, meter la gamba por abordar una zona que al entrevistado no le interesara o le afectara transitar. 

–¿Qué buscó, entonces?

–Que la entrevista sea amigable, eventualmente profunda, si se puede. Buscar en esas zonas más sensibles de los invitados, dando vuelta alrededor de la pasión, qué nos limita, qué nos permite lograr. El lado bueno de ser obsesivo es que el esfuerzo y la preparación previa es exagerada. El malo es que uno se pone muy ansioso y no la pasás bien por miedo a no cumplir con esas mismas obsesiones. Me importuna cuando noto que el entrevistador pretende que digas determinada cosas, cuando te quiere sacar una determinada posición. Me gusta mucho que la gente sea libre. No hago lo que no me gusta que me hagan cuando soy entrevistado. Por eso intenté que mis preguntas sean lo menos conclusivas posibles. Busqué que mi presencia sea subsidiaria y que los invitados sean los protagonistas. 

–En su caso, además, acostumbrado a una actividad individual como la de escribir, tener que interactuar con otro y con cámaras alrededor debe haber sido una condicionalidad extra. 

–Hay un punto en donde la cuestión de la escritura y este rol se parecen un poquito, que es el de la observación. Tanto el escritor como el entrevistador se valen del poder de observación. En el caso de la entrevista, noté la necesidad de pulir la escucha, en tanto observación empática del que habla. Cuando escribo, aunque sea una ficción, la escritura se está sirviendo también de la realidad, de lo que nos pasa. Tanto en la literatura como en la entrevista me coloco en la periferia, observo y construyo. En el rol de entrevistador, tuve que escuchar con atención para construir una charla o una repregunta sobre la base de lo que escucho. A mí me gusta siempre mucho más estar en la posición del que pregunta que del que habla. Me siento más cómodo escuchando que hablando. 

–¿Sí? Uno supone, tal vez erróneamente, que los escritores tienen mucho para decir. 

–Cuando me junto a charlar con un amigo, suelo ponerme en el rol de entrevistador. Me siento más cómodo preguntando y escuchando que siendo el que tiene que hablar y analizar. Claro que una cosa es asumir esa posición de entrevistador en la familiaridad de una charla con un amigo y otra es frente a invitados a los que no tiene relación y con un equipo de producción detrás. Ojalá pueda trasladar a la televisión la empatía y cierta profundidad conceptual que a veces se logra en una charla entre amigos. El programa no es otra cosa que una charla de 50 minutos, sin parar y sin ninguna interrupción ni recurso audiovisual que corte el clima. Pueden emerger cosas hermosas de dos personas charlando.

–¿Tenía relación previa con los entrevistados? ¿Participó de la selección de invitados?

–No participé. El único mundo que más o menos conozco es el de los libros. No me gusta meterme en universos que otros conocen mejor. En el cine, cuando tengo la suerte de trabajar, el que sabe es el director. Lo mismo me pasa en la tele. De hecho, apenas había hablado con Diego Torres durante el rodaje de Papeles en el viento, la película basada en mi libro. A Dolina lo conozco mucho como oyente, como cualquier argentino, por escucharlo desde hace 25 años. Como no vengo del mundo de los medios, mi contacto con los protagonistas es periférico. El vínculo más cercano es con Claudia Piñeiro, con quien por haber compartido charlas y viajes a festivales de literatura tengo una relación previa, que me gustaría pensar que es de amistad. Los conozco a todos pero no más que cualquier consumidor de medios. Por eso, como no estoy muy al tanto de la farándula, el temor a meter la pata era alto. Conocer al otro siempre involucra el riesgo de importunarlo. Y esa no es la idea. Ojo, a lo mejor periodísticamente es válido incomodar al entrevistado. No soy un militante de que solo se puede entrevistar amigablemente. Nada de eso. Simplemente que conozco mis límites. No me sale hacer otra cosa.