Cuando tenía 16 años, una amiga de una amiga apareció con una bolsita al costado del cuerpo. Se había ido a hacer un aborto clandestino al conurbano apenas quedó embarazada pero la mujer que la atendió le dijo que era muy flaquita, que mejor esperara unos meses “porque el aborto iba a ser más fácil”. La dejó llegar al séptimo mes de gestación y efectivamente nadie se dio cuenta, no nos dimos cuenta de nada. Con siete meses de embarazo entonces A. fue a interrumpirlo y como tardaba mucho en volver el novio la fue a buscar a la dirección que ella le había dado. Estaba sola, en una cama, rodeada de sangre. La subió inconciente a la moto y la llevó a una guardia: A. tenía parte del intestino arrancado, los órganos reproductivos destruidos y había perdido mucha sangre. Casi se muere. Pero se salvó y nunca pudo ser madre biológica. A. no hablaba de la bolsita con la que convivió muchos meses hasta que se hizo una operación que volvió sus funciones gastrointestinales a una relativa normalidad. Pero todos y todas sabíamos lo que le había pasado. Y como esas lecciones que pesan sobre las cabezas de las mujeres desde que son chicas, nos hizo tomar con intensa solemnidad esa sexualidad que recién empezaba a ser praxis en nuestras vidas. 

Muchos años después, a mis 28, me hice un aborto. No estoy arrepentida: sé que fue la mejor decisión en ese momento y sé que, a pesar de la clandestinidad, el procedimiento era seguro. Estaba acompañada. Tenía recursos amorosos y económicos a mi disposición. Empecé a contárselo a mis amigas, y a amigas de amigas, en reuniones o talleres a los que iba en ese momento: no podía creer que yo fuera la única que se descuidó, que confió en las fechas. Y de a poco iban surgiendo las caras aliviadas que terminaban contando lo propio. Amigas, conocidas, madres, hermanas de otras, habían abortado. Algunas lo habían hecho sin el peso de la culpa. A la amiga de una amiga le habían cobrado en dólares y a la prima de una compañera le había costado una denuncia. Pero todas habían abortado convencidas. No era el momento. Y todas habían abortado solas o acompañadas de otras mujeres.

Cuando varios años después quedé embarazada y ese “positivo” se convirtió en un proyecto de hijo enseguida porque mi deseo marcaba otra cosa que a mis 28 (y de ese deseo no se puede hablar con las leyes de la razón), el padre biológico del que hoy es mi hijo me dijo “Si abortás te doy todo. Si te lo quedás no te doy nada”. Nunca me voy a olvidar del poder de esa frase, de donde estábamos sentados, de la hora y el día en que la pronunció como un mantra del patriarcado. El filo de esas palabras, su nivel de daño y crueldad, y la manera tan perfecta de pintar al machirulismo tan de moda en estos días. Como yo seguí con mi embarazo, efectivamente de él no tuve nada porque el que avisa no traiciona, dicen. Por suerte, tuve vecinas, amigas nuevas, hermanas y compañeras de trabajo inmensas, que me ayudaron a maternar con placer a pesar de las dificultades (criar y ser sostén económico de un niño es lo más difícil que me tocó hacer en la vida y no lo hubiera hecho sin todas esas mujeres amorosas que me sostuvieron, desde tantos frentes). Pero todas esas vivencias, esa trama que une sus puntos en el aire para armar un mapa de sensaciones en relación al aborto, más todas las que viví como periodista, entrevistando chicas violadas, mujeres obligadas a abortar o mujeres muertas por defender su deseo de ser mamás, me dejan la certeza de que nuestra historia es nuestra y no tenemos que darle explicaciones a nadie. Ni de por qué, ni de cómo, ni de con quién. Querremos ser madres en un momento, en otro no, querremos estar acompañadas a veces, otras no, querremos tener partos respetados o no querremos tener ninguno, pero sin duda no queremos morir en el medio y nuestra historia, esa que le vamos a contar a nuestras nietas, nos pertenece en absoluto, y sobre eso le estamos pidiendo al Estado que no decida sino que acompañe, que no señale sino que habilite algo que ya hacemos. Porque forma parte de nuestro relato, porque lo venimos haciendo y lo vamos a seguir haciendo, porque hemos dejado la vida allí y no queremos que nos siga costando la vida. Porque nuestra historia es nuestra el aborto tiene que ser seguro, legal y gratuito.