Es el mediodía en la Ciudad del Fútbol de las Rozas, el predio de la Real Federación Española de Fútbol en Madrid. Varios hinchas lo esperan en la puerta de entrada, controlada por el personal de seguridad. “Ya no es jugador de fútbol”, les dije. “Como si lo fuera”, me respondieron. En efecto, todo el mundo coincide en que el legado de Marcos Senna es tan extenso que al día de hoy sigue generando la misma pasión emocional que un futbolista en actividad. Todas las miradas están dirigidas a él; y no es ningún impedimento: no para de saludar a todo el mundo. Desde la cancha de entrenamiento más alejada hasta la cafetería solamente hay tres minutos de paseo. Ahora bien, si la caminata es en compañía de un campeón de Europa el tiempo en llegar, entonces, asciende a más de cuarto de hora. “Buenos días, que tenga una mañana agradable”, repite una y otra vez mientras que lleva una pelota de fútbol haciéndola picar al más puro estilo NBA. Los afortunados que lo cruzan no pueden creer que el primero en saludar sea él, uno de los grandes artífices en haber cambiado la manera de jugar del combinado español; y eso que nació en Brasil.

Atrás las sonrisas, las fotos y los autógrafos, el destino final es la confitería. Allí, jugadores como Raúl, Víctor Valdés, Xabi Alonso y Julio Baptista se reúnen para charlar sobre cómo es su vida después de haber colgado los botines. Mientras, juegan a las cartas. Aunque la fama no les es ajena, transitan una vida de mayor normalidad que la que llevaban en los años de futbolistas. Ríen, se enfadan y pagan sus bebidas como el resto de personas. Pero lo que los hace diferentes es que cada uno de ellos ha logrado lo que casi todo el mundo quiere: ser futbolista profesional. Para ello, tuvieron que regatear innumerables obstáculos. Senna no iba a ser diferente. Con 15 años la necesidad familiar lo obligó a trabajar, poco después sufrió la muerte de su madre y antes de los 18 ya era padre. Luego empezaría su carrera como futbolista profesional y en 2002 cruzó el Atlántico para sumarse al Villarreal en traspaso que cambiaría su vida y su carrera. Estuvo más de una década en el Submarino Amarillo y después de tomar la ciudadanía española fue convocado a la selección, con la cual disputó el Mundial de 2006 y alzó la Eurocopa en 2008.

-Dicen que los futbolistas tienen un don particular para este deporte. ¿Es así?

-La verdad es que sí. Puede parecer raro, pero a los seis años empecé a jugar en la calle con mis amigos y me di cuenta de ese don especial. Me resultaba fácil correr, hacer regates y meter goles, por lo que poco a poco mi cabeza asimiló que podía llegar lejos. Cuando entraba en una cancha generaba un runrún en el ambiente. 

-Si tan bueno era, ¿por qué dejó el fútbol a los 15 años?

-De los 15 a los 17 me despisté y quería hacer otras cosas, quizá por necesidad. Ya no pensaba en fútbol profesional. Estuve trabajando como repartidor y luego en una fábrica de cinturones para ir ganándome un sueldo mes a mes; y los sábados jugaba con los amigos. Ellos me decían que estaba loco, pero yo no lo veía así. 

-¿Vivió engañado pensando que era feliz?

-Al menos en ese momento creía que estaba bien porque ganaba dinero y un día a la semana jugaba al fútbol. Luego me di cuenta de que no podía hacer otra cosa que no fuese pensar en este deporte. Salía de la fábrica e intentaba ver partidos, luego los comentaba con mis amigos y deseaba que llegase el sábado para jugar. Era una etapa que tenía que pasar para que viese la vida de una manera distinta. A la larga todo esto acabó ayudándome para que fuese una persona más madura. 

-¿Cuándo fue el momento de dejar el trabajo formal y volver al fútbol?

-Un día cuando acabé de jugar un partido con mis amigos vinieron varios ojeadores y me invitaron a probarme en diferentes clubes. Al principio me pareció hasta extraño el hecho de hacer algo nuevo, aunque cuando empecé ya nunca más volví a despistarme. Acudí a esas pruebas gracias a mi entorno, ellos me convencieron de que mi vida entera era el fútbol. Ya lo tengo asimilado: mi función es estar cerca de un balón. 

-¿Por aquel entonces ya pensaba en que si triunfaba iba a ayudar a los más necesitados?

-Siempre me gustó tender la mano al compañero. Nosotros, como personas públicas que somos, tenemos las herramientas necesarias para poder ayudar. Hay gente que cree que quien gana es el que recibe ayuda, pero eso no es así… No sabes lo que se siente al ver que haces feliz con un mínimo gesto.

-¿Qué tiene de diferente para que la gente lo quiera tanto?

-Siempre es difícil venir de fuera y ganarte el cariño de la gente, pero creo que lo he conseguido siendo una persona cercana y evitando ser un jugador polémico. Intento transmitir cómo es el mundo del fútbol, me da igual quién se me acerque que siempre lo voy a atender. También creo que mi durísima infancia me hizo ver la vida diferente. Desde entonces, no me asumo como una persona pública que huye de la gente, sino como alguien normal.

-De hecho, fue aplaudido en todos las cachas de España. Eso es difícil de conseguir, ¿no?

-Especialmente cuando jugué con el Villarreal en Segunda División.  Todos los campos que visitaba me ovacionaban y ahí te das cuenta de lo buena que es la gente. Al final se te queda marcado que no hay nada más gratificante que disfrutar de tu profesión y que la gente te reconozca un buen trabajo. Algunas aficiones visitantes gritaban mi nombre como si jugase en su equipo desde pequeñito. 

-¿Sus hijos le preguntan por lo que logró?

-Les estoy escondiendo lo que conseguí. Ahora están en una etapa en la que de vez en cuando les enseño vídeos porque van preguntando cositas puntuales pero son pequeños.  De cara al futuro cuando me pregunten más ya tengo preparados unos documentales (entre risas). El fútbol lo es todo para mí, por lo que quiero que mis hijos lo sepan. 

-A veces se simplifica que el fútbol solo es un deporte donde 22 hombres corren detrás de un balón…

-Respeto que la gente diga eso, posiblemente desde fuera parece que es así. Pero detrás hay muchas cosas, como sentimientos y pasión, que solamente lo entenderás si realmente lo amas. El fútbol tiene algo especial que contagia y muchísima gente no entenderíamos la vida sin el fútbol.

-¿Usted se siente español gracias a este deporte?

-Nunca había pensado en jugar con  otra selección que con la de Brasil, pero cuando me llamó Luis Aragonés vi una oportunidad de intentar agradecer a la gente española todo lo que me dio. Al principio no sentía los colores, sino que era algo raro. “¿Qué hago con otra selección?’, pensaba. Pero el día a día hizo que me sintiese español  y me acabé viendo acá como uno más

-¿Fue muy difícil? 

-Antes de que cambiase el chip, fue algo complicado. Recuerdo que Aragonés era una persona tan especial que cuando debutamos Fábregas y yo dijo a la plantilla que en la selección éramos todos iguales, que le daba igual que hubiese futbolistas que llevasen muchos años porque si lo hacíamos mejor que los veteranos íbamos a jugar nosotros. Él hizo posible que me adaptase bien. Estaba tan cómodo que al poco tiempo ya decía que era español.

-¿Qué siente al ser uno de los pioneros de la Roja?

-Un privilegiado. Luis cambió el estilo de España debido al material que tenía en mano. Nosotros estábamos convencidos de que debíamos cambiar nuestra manera de jugar porque éramos futbolistas muy bajitos y en los entrenamientos veíamos que sabíamos pasar el balón al toque. 

-¿Cómo era Luis?

-Como persona muy humano y como entrenador un auténtico adelantado a su época. He tenido la fortuna de haber convivido con él, siempre permanecerá en nuestro recuerdo. 

-¿En qué momento se dan cuenta de que ese estilo daría grandes resultados?

-En nuestro primer partido ante Rusia. Cuando te lo pasas bien jugando al fútbol y los resultados acompañan no hay que cambiar nada. Si sabíamos hacer un juego bonito debíamos ponerlo a la práctica. No hay más…

-¿Estando en el césped notaban que la gente disfrutaba?

-¡Por supuesto! Los aficionados querían ver ese fútbol con muchas combinaciones porque pocos equipos tienen este perfil a la hora de jugar. Lo bonito del fútbol es la estrategia y con Luis siempre sorprendíamos a los rivales y eso que ya sabían cuál era seña de identidad. 

-¿Qué es lo que más le gusta cuando va por la calle?

-Quiero que me traten como a alguien más porque es lo que soy. A mis hijos les digo que es mejor el anonimato que la fama. La única excepción es cuando me vienen muchos niños pequeños para pedirme fotos, posiblemente esa sensación sea una de las más maravillosas que existan. Cuando yo era niño también me alegraba al ver a jugadores. 

-¿Le preguntan si volverá a jugar?

-La verdad es que me lo dicen mucho.

-¿Y qué responde?

-Que muchos años al máximo nivel cansan y pasan factura al cuerpo. En la vida hay tiempo para todo: jugar, reír, comer, estar con la familia. Ahora estoy en una fase diferente donde represento al Villarreal. -¿Messi y Riquelme hubiesen tenido hueco en esa selección?

-Los grandes futbolistas siempre se adaptan a cualquier equipo. Desafortunadamente, no jugé con Messi, pero está claro que es de los mejores de la historia. Es hasta complicado. No hace falta decir mucho sobre él… pongan la tele. Respecto de Riquelme, es un gran amigo mío. Tengo que reconocer que como jugador le faltaba hablar un poco más; yo, por ejemplo, tuve más conversación con él cuando nos retiramos que siendo compañeros. Siempre le digo que tiene un perfil de futbolista totalmente diferente al resto.