En 2018 se celebran los cien años de la Reforma Universitaria, acontecimiento impulsado por jóvenes estudiantes cordobeses que, enfrentados con las autoridades de una universidad (la de Córdoba, la primera fundada en territorio nacional) regida por principios clericales, clasistas y autoritarios, exigían una institución más democrática. Influidos por el espíritu de los cambios sociales, como el pasaje de la república oligárquica a una más representativa y por los ecos de la Revolución rusa, los estudiantes levantaron banderas igualitarias. Pedían cursar con profesores preparados en vez de clérigos y docentes vitalicios y formar parte del gobierno de la institución universitaria. “No podemos dejar librada nuestra suerte a la tiranía de una secta religiosa”, se leía en el Manifiesto Liminar. Sin apoyo partidario de ninguna clase, pero con el dinamismo que aportaban las reuniones, mítines, publicaciones y revueltas, las demandas se abrieron camino no sólo en la Argentina sino también en varios países de Iberoamérica. La reforma iniciada en Córdoba se replicó en Bolivia, Perú, Colombia y Guatemala. 

Natalia Bustelo es doctora en Historia por la Universidad Nacional de La Plata e investigadora. En su primer libro, además de contar la génesis de la Reforma, indaga en las causas y las zonas veladas de ese episodio histórico. A principios del siglo XX, la participación de las mujeres en la universidad era escasa. Varias restricciones formales y morales impedían que accedieran a la educación superior. Cuando por fin podían hacerlo, era después de ciertas renuncias personales o litigios. “En 1918, cuando estalla la Reforma Universitaria, ya había estudiantes y graduadas mujeres así como también agrupaciones que reclamaban la igualdad entre los sexos -cuenta Bustelo, cuya tesis sobre la Reforma fue premiada por el Colegio de México?. El pedido por el ingreso a la universidad de las mujeres podía haber confluido con la democratización de la universidad y de la sociedad por la que bregaba la Reforma, pero el desencuentro fue tal que se registraron muy pocas mujeres entre los líderes reformistas de Latinoamérica y no se incluyó como parte de las reivindicaciones la eliminación de obstáculos para la educación de las mujeres”. Dos de esas líderes fueron la peruana Magda Portal y la argentina Micaela Feldman. 

Varios de las reivindicaciones que se hicieron cien años atrás se mantienen vigentes. El desarrollo científico, académico y democrático que alentaron Saúl Taborda y Deodoro Roca en la Córdoba de inicios del siglo XX está aún aplazado (o en retracción) por motivos económicos, sociales y de género. De los 66 rectores que comandan las universidades que integran el Consejo Interuniversitario Argentino, sólo seis son mujeres y en el Conicet, aunque la brecha de género se redujo, gran parte de los puestos directivos les toca a los varones. El aumento de la matrícula femenina, que sólo se frenó durante la dictadura militar, no se refleja en los ámbitos donde se toman decisiones. 

“La invisibilización de la cuestión de género que recorrió al movimiento reformista llama a una reformulación urgente –sostiene Bustelo–. Los defensores de una universidad científica, social y democrática se encuentran ante el desafío de incorporar una demanda que debería haber formado parte de la agenda inicial de la Reforma Universitaria: la igualdad de las mujeres en las universidades y en la sociedad toda”. A partir del crecimiento del movimiento feminista, en algunas universidades latinoamericanas se aprobaron protocolos de género, en los que se estipulan procedimientos jurídicos para visibilizar y erradicar las violencias. “Para su aplicación, las facultades crearon Secretarías de Género. En un ambiente universitario en el que la militancia estudiantil y el ‘carrerismo’ académico se entrelazan para tramar alianzas que están lejos de responder a la búsqueda de una educación mejor y más democrática, el funcionamiento efectivo de esas instancias se convierte no sólo en una reivindicación feminista sino también en una actualización urgente de la Reforma”. El legado de la Reforma se actualiza con nuevas luchas.

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Natalia Bustelo Paidós