Escuchar, asirse en carne y alma de estos versos (“La copa del alcohol hasta el final / y en el final tu niebla, bodegón”) es entrarle a Puñal de sombra por la puerta más grande de este contundente y bello disco que acaba de publicar Lidia Borda, Acqua Récords mediante. La frase inicial de “Una canción”, la pieza de Cátulo Castillo que inaugura el trabajo, opera como un input coherente y necesario del resto: doce piezas entroncadas en el tango y ciertos derivados. Daniel Godfrid al piano, Ariel Argañaraz en guitarra, Paula Pomeraniec en cello y Pablo Motta en contrabajo, contribuyen en la tarea que se propone ahora la cantora. Alguna vez fue Yupanqui; otra Manzi (Caminos de barro y pampa); otra una mezcla de variados amores musicales que dio en llamar “Caramelos surtidos”. Y esta, una selección vital de historias, acervos, ironías, crudezas y heridas que, como el puñal del título, se hunde –profunda– en las sombras, como un signo de los tiempos. 

 Un vaivén de todo eso, con un derrame de apellidos clave que derivan en norte seguro: Castillo, Navarrine, Flores (Celedonio), Contursi, Gardel, Manzi (obvio), García Jiménez… Todos ellos unificados, y a la vez separados por la voz –las voces– de la Borda. Porque la Borda, intrínsecamente dual, es tan capaz de darle una impronta integrista al tango, como de escaparse hábilmente por sus giros. Por eso, el tema que inicia el trabajo –cuya música pertenece a Troilo– resulta una oda al tango-canción, donde su versátil voz, sostenida en la austeridad musical del grupo, da con el fin. Y por eso en el que le sigue (“No nos veremos más”, del tándem Navarrine-Demare) su voz se torna más aguda. Se adapta, sin perder el aura romántica, a este vals para velas, vinos y antros creado en 1943. Similar contrapunto se da en “Mano a Mano”, donde otra vez la voz de Lidia arrastra su registro a favor de una pieza que no es sencillo volver a versionar, y en “El aguacero”, un tango medio pampeano, concebido por Cátulo y José González Castillo allá por 1931, que la cantora redescubre acompañando su preciosa melodía. 

Borda nunca fuerza las versiones, sino que las besa, y allí reside su puesta en valor. Más ejemplos: “En un feca”, un tango que nadie sabe de dónde salió pero que popularizó Edmundo Rivero, es trascripto por ella con el tono arrabalero y compadrito que merece. De la misma manera que “La guinda” –notable hallazgo– recibe el minimalismo cachondo que requiere su letra. Pero si hay que buscar un héroe en todo este hermoso lío, es el Tata Cedrón. El se hizo de una joya inédita de Homero Manzi (“En un corralón de Barracas”), él le puso música, él la canta fenómeno, pero Lidia tiene ahora el privilegio de tornarla mujer.