En el estadio Krevtovski de San Petersburgo está lleno de argentinos. No tantos como los que hubo en la ciudad durante estos días pero hay una proporción de quince a uno con relación a los nigerianos. Hay de casi todas las edades, de casi todas las ciudades, de casi todos los clubes. Hay pibes que juntaron la plata desde hace un par de años para ver a Messi en Rusia, y hay otros que se decidieron a último momento, porque no se animaron de entrada a cumplir su sueño. Porque siempre hay un freno. Pero todos, o casi todos, son argentinos que ya vivieron lo suficiente para formar parte del prototipo que nos engloba a casi todos argentinos. Esos argentinos que hoy pudieron ser felices, al menos por un rato, tras el agónico gol de Rojo que nos puso en octavos de final. 

Hace unos días, en una conferencia de prensa, al ex DT de la Selección Gerardo Martino le preguntaron por la Selección y en su respuesta hizo una radiografía tan real que asusta: "Argentina vive muy convulsionada. No solamente por el fútbol o la Selección. El día a día se hace difícil en la Argentina, porque la gente vive alterada con más ganas de pelear que de disfrutar la vida. Y vive siempre buscando adónde están los problemas, los conflictos. Daría la sensación de que sin conflictos no podemos vivir... Pero estoy hablando de la Argentina en general y no del fútbol. Y lo que pasa en la sociedad se traslada al fútbol. Y de esa manera estamos viviendo. Nada más que estos chicos, o este grupo de la selección son argentinos, les pasa todo lo que le pasa a los argentinos que viven en la Argentina, y ellos también por desgracia lo viven en la lejanía de Rusia”. Porque los jugadores son claros ejemplos de los ‘viejos argentinos’. 

Los nuevos argentinos están en todos lados. Ahí lo ves a Juani, que después de pasar las mil y una en sus primeros tres meses de vida, ve -sin entender nada- cómo su papá está en la TV analizando los partidos de una selección a la que mira con su mamá en su casa vestido con el conjunto de Argentina que le regaló su padrino. Y disfruta. Porque el bebé, que le cambió la vida a todos los que tocó de cerca, dio lecciones de vida sin siquiera empezar a balbucear. Sus padres, entendieron de su ejemplo, y buscan sacarse la mochila del “viejo argentino” para disfrutarlo, aún más de lo que hicieron con el gol de Messi al principio del partido. 

En otro lado está Valentino. Ese mismo que nació 4 días después de la segunda final de Copa América que Argentina perdía por penales ante Chile, y que fue el fruto de dos padres que bien pueden ser el prototipo perfecto del argentino que dijo el Tata. Valen se paró adelante de la TV con sus dos años y el Zabivaka que le regaló uno de sus tíos abrazado durante los 90 minutos del partido, como una cábala que deberá cumplir porque su papá así lo querrá. Un papá que suele decir que Messi y compañía lo ilusionan y terminan siendo los “mismos de siempre, porque solo importa ganar y ellos no ganan”. O una mamá que sufrió más por Vélez en el último tiempo -con la calculadora en la mano- que lo que disfrutó el haberse salvado. Porque ellos, fanáticos de sus equipos, sufren más de lo que disfrutan. Porque así lo quiere el mandamiento del argentino, que no está escrito. Hasta ese tango icónico que es “Naranjo en flor” así lo dice: “Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir..:” Porque siempre el sufrir tiene que estar primero para el viejo argentino. 

En la noche cada vez más fría de San Petersburgo hay un nene al que no se le puede sacar la corneta de la boca. Lógico. El se la compró para poder tocarla sin parar y sin concesiones. No entiende de momentos. Tampoco de contextos. Esos que tienen al padre al borde de un ataque de nervios aún cuando Argentina ganaba y pasaba de ronda. Porque si todo se está dando ‘demasiado bien’ siempre hay que desconfiar. “No viste que puso 9 suplentes Croacia. Nos quieren cagar. Nos quieren dejar afuera”, dice ese cuarentón que como buen ‘viejo argentino’ necesita preocuparse para ser feliz. No importa que está en un lugar en el que muchos empeñarían todo para ocupar. Solo importa quejarse para poder cumplir con los roles que demanda el estereotipo del viejo argentino. 

Pero en Argentina hay miles de Lisandros, que le mandan un WhatsApp a su padrino -que tiene la suerte de estar en Rusia- para exigirle, que como dice el ya famoso eslogan del instagramer Chapu Martínez ,“Traeme la Copa Messi…”. Al igual que de Lorenzos, que a pesar del crudo invierno que vive en Comodoro Rivadavia, sale a festejar con su remera de Argentina porque ganó el equipo y además, porque la 10 de Messi “le queda fachera”. O de Meis, que de japonesa solo tiene el apellido y los genes de sus ancestros, porque desde que empezó el Mundial solo pide que Messi le traiga la copa. O de Sofías, que a pesar de estar en el Viejo Continente, festeja porque tiene que festejar y por su papá, que está del otro lado del Océano Atlántico. También hay Enzos y Malenas, que solo comparten el ritual de vestirse de celeste y blanco porque es bueno sentarse en frente del televisor a disfrutar del Mundial con sus papas y sus abuelos. Lo único que pueden llegar a tener en común estos nuevos argentinos es que no van a criticar a ningún jugador, porque solo esperan que hagan goles o una gambeta que los haga gritar de emoción. No se ofenden con los periodistas que dicen ser periodistas y que en realidad son operadores del poder de turno. Ni tampoco se enojan si su selección no tiene un buen día en Rusia y queda afuera. Ellos no calculan los goles de diferencia que debería hacer Argentina para clasificar si Islandia le ganaba a Croacia. Ellos disfrutan. Como también de sus padres, sus amigos, o sus cosas. O simplemente de la vida. Porque para los nuevos argentinos no importa estar en el lugar de los hechos, como esta noche San Petersburgo, para ser felices. Porque ellos tienen la misión de hacernos mejores y de cambiar el gen argentino para siempre. Y lo están logrando sin saber que hace ese grupo de 23 tipos, vestidos con las camisetas que ellos tienen puestas, uno arriba del otro en un corner de un estadio de un país que ni siquiera habían escuchado en su vida...