El modelo de gestión de las organizaciones humanas está cada vez más inclinado hacia la horizontalidad en cuanto a la toma de decisiones. Persiste, pero como una antigüedad que inexorablemente quedará desterrada, aquello de que hay que hacer lo que el jefe ordena y sanseacabó. 

En el fútbol, que atrasa en muchos aspectos, todavía reina el modelo verticalista, y en la mayoría de los planteles suele haber poco lugar para posiciones contradictorias con la del técnico, sobre todo en los terrenos de la táctica y la estrategia, donde actúa como un todopoderoso. Por eso tiene lógica que los entrenadores sean los fusibles cuando un equipo entra en una espiral de los malos resultados. En este sistema de uno que decide qué hacer y otros lo ejecutan se encuadraba la gestión de Jorge Sampaoli hasta la derrota con Croacia. Pero la proximidad del precipicio hizo reaccionar a los referentes de la Selección, que lo pusieron en cuestión. Mascherano, Messi, Agüero y los demás integrantes de la “mesa chica” golpearon la puerta del vestuario del entrenador y le señalaron que con su esquema de juego y con los nombres que elegía, avanzar a octavos era una utopía. Reclamaron ser escuchados con el aval de la experiencia que acumulan en sus mochilas. No era su intención desplazarlo, sino encontrar las coincidencias que permitieran mejorar el pobre papel desempeñado ante Islandia y Croacia. Arrinconado o iluminado, Sampaoli entendió que la propuesta venía a enriquecer su trabajo, y decidió amoldarse a la revolución de la conducción compartida. En toda organización, y también en un plantel de fútbol, es necesario que alguien ordene el trabajo del conjunto, y que cada sujeto entrene sus cualidades para ponerlas al servicio del colectivo cuando éste las requiera. Ese es el importante y enorme trabajo que le asigna al cuerpo técnico el sistema que los seleccionados eligieron. Porque a la hora de definir cómo jugarle a un rival, seguro que la decisión del DT se acercará más a la ideal si se la confronta con la opinión de los que la llevarán a cabo. Raro, extraño, inusual en el fútbol. Pero a la luz de lo sucedido con la Selección ante Nigeria en San Petersburgo, un modelo que consigue el compromiso de los protagonistas. El intercambio de Messi y Cía. con Sampaoli hizo aparecer la mística, la solidaridad, el entusiasmo, la perseverancia, todo eso que había quedado en el debe de Argentina en sus dos primeras presentaciones y que le abrió una puertita a la ilusión de hacer un torneo que esté a la altura del seleccionado que cuenta con el mejor jugador del mundo.