La crisis económica llegó para quedarse. La aceleración de los acontecimientos es sorprendente y sólo el colchón de la pesada herencia evita, por ahora, que la crisis externa, manifestada en las finanzas a partir de la imposibilidad de sostener el nivel elegido de tipo de cambio, se exprese en una reacción social. No obstante, es sólo cuestión de tiempo. El proceso ya es irreversible. Diciembre de 2019 es un futuro tremendamente remoto.

A fines de 2015 podían advertirse las consecuencias de las políticas que se pondrían en marcha. Dos dimensiones eran evidentes a partir de la teoría. La primera que el modelo encontraría límites en la restricción externa y caería como un castillo de naipes frente a un corte del ingreso de divisas, y la segunda, que tampoco era sustentable socialmente al concentrarse en sectores con baja capacidad de generar empleo.

La primera predicción ya se cumplió. En el mediano plazo, no en el largo, no habrá dinero del FMI que alcance para frenar la corrida. Lo que los economistas denominan “fundamentales”, hoy dominados por el déficit de la cuenta corriente del Balance de Pagos y una economía sobreendeudada en divisas, pesan mucho más que la creatividad aplicada a la creación de instrumentos financieros. Ese peso está determinado por los nuevos intereses de la deuda en moneda extranjera, los que crecen junto con cada centavo que sube el dólar y torna improbable la compensación por la vía de cualquier ajuste fiscal interno, ajuste que, por el contrario, sólo agravará el problema. 

El déficit financiero, mal llamado secundario, es una parte esencial del déficit total y ya cobró vida propia. La Alianza PRO heredó un país relativamente desendeudado y en sólo dos años más que duplicó los pasivos en divisas, recreó un problema de endeudamiento con tal magnitud que, casi con seguridad, desembocará en un nuevo default, un dato que ya comenzaron a descontar aceleradamente los inversores del exterior.

Mientras tanto, para contener el precio del dólar, el Banco Central se encerró en el más ramplón de los monetarismos y reduce todo a una relación contable. Supone que en algún momento, a fuerza de vender divisas y recomprar Lebacs, se acabarán los excedentes de pesos que presionen sobre el tipo de cambio alcanzándose un equilibrio. Es decir, continúan viendo un escenario en el que el déficit externo no existe. Esta lógica absurda presupone llevar al extremo el ajuste fiscal por la vía del recorte de gastos y sumar una recesión económica de dimensiones realmente impredecibles. 

Puede adelantarse que las proyecciones numéricas de mediano plazo en las que se basan estas políticas son tan espejitos de colores como los gráficos con curvas decrecientes que presentaba el ex presidente del BCRA, Federico Sturzenegger. Otra vez, la jugada está condenada al fracaso. El dólar a 30 pesos de este viernes y el aumento de la rifa diaria de los 7500 millones del primer desembolso del FMI son una muestra evidente. Los fundamentales pesan mucho más y ya se alcanzó el punto de no retorno. Nótese que la explicación precedente está hecha “en sus propios términos”, es decir sin incluir el dato de que el Fondo aporta los dólares con el objetivo real de tapizar la huida de quienes acompañaron la fiesta financiera de los primeros dos años de la economía macrista.

Una conclusión preliminar en términos sistémicos es que las élites económicas y políticas que conducen la economía local deberían replantearse seriamente dos cuestiones. La primera es si no sería “mejor negocio” la construcción de un régimen económico–político estable en el largo plazo. Hoy vuelve a resultar clarísimo que en la sociedad argentina esta estabilidad no puede lograrse con “salarios latinoamericanos” y que, en consecuencia, se necesita desarrollo. A la vez, neoliberalismo y desarrollo son teórica e históricamente incompatibles. La segunda cuestión o replanteo remite a la información económica que consumen.

Si se ponen a un lado las visiones conspirativas, esas que afirman que todo es una farsa y que solo operan la codicia y la rapiña sistematizadas, es decir si se continúa el análisis “en sus propios términos”, prácticamente la totalidad de las consultoras económicas tenían una visión optimista sobre la evolución de la economía en 2018. No adelantaron la crisis. En general se enfocaban en el problema fiscal y desdeñaban el externo. Hasta antes de la reaparición del FMI decían que el nivel de endeudamiento era bajo en relación al producto. En su totalidad compartían el análisis de bases del gobierno. Aportaron cuadros técnicos, recibieron contratos generosos y, por supuesto, siempre se mostraron encantadas con el cambio de régimen económico. Todas compraron el discurso de los segundos semestres venturosos. También zonceras como el gradualismo o que los cambios en los precios relativos no eran inflacionarios si, a la vez, eran acompañados por una política monetaria restrictiva.

Puede comprenderse que este sea el lenguaje de los ideólogos del sistema. Finalmente los objetivos globales de las multinacionales que conducen la economía global son la libre circulación de capitales y mercancías. Menos comprensible es que las empresas locales hayan acumulado stocks porque esperaban un crecimiento mayor. Confiaron en la división del trabajo y delegaron las proyecciones económicas en “los economistas”. Retomando lo conspirativo, puede ser que algunas firmas ganen con las crisis, momento de clímax de la “destrucción creativa” shumpeteriana, pero la mayoría pierde. Es notable que el bolsillo y la sucesión de errores de diagnóstico no provoquen un cambio de mirada. Aquí seguramente operan cuestiones menos técnicas vinculadas a la situación y la conciencia de clase.

Resta preguntarse de quién será la culpa de la crisis actual cuando también se manifieste en el plano social. En el pasado los malos resultados del neoliberalismo se explicaron por “la corrupción” y por, presuntamente, no ir suficientemente a fondo. En el presente, la comunidad con los CEOs que conducen sin intermediaciones el Estado excluye la primera opción. La culpa seguramente será del “gradualismo”, de no haber realizado un ajuste más salvaje aun, como si el macrismo no se hubiese aplicado un shock económico. Por ahora el propio gobierno y la prensa hegemónica recurrieron a causas fundamentalmente externas, como las turbulencias generadas por la guerra comercial entre Estados Unidos y China, la suba de las tasas de interés y del precio del petróleo. La única causa interna que se encontró fue la sequía del campo, el azar que restó volumen exportador. Todo ello sin pensar en por qué lo que en el resto de los países fueron efectivamente turbulencias aquí fue una crisis de proporciones. La realidad es mucho más simple. Se cortó la entrada de divisas y las que aportará el FMI no alcanzarán. Serán apenas un soplo en la tormenta.