En un Mundial uno espera encontrarse con demasiada gente, de demasiados lugares y de demasiadas culturas. Después de ir a ver si teníamos la entrada aprobada para el partidazo entre Colombia e Inglaterra de mañana estábamos caminando con mi amigo Edgar, uno de los pocos periodistas paraguayos que hay cubriendo el Mundial, de vuelta del estadio del Spartak al centro. Allá nos encontrábamos con amigos para ver el partido Bélgica y Japón y sentarnos a escribir una crónica de la que todavía no tenía idea el tema. Pero se ve que el Dios del periodismo, elijan el nombre que quieran, nos cruzó con este personaje que era una crónica itinerante. Una crónica que se contaba sola. 

No nació en La Boca. Tampoco en Buenos Aires. Menos en Argentina. No tuvo un papá, un tío, o un amigo con algún nexo que lo conectara con esta historia. Era un personaje irreal hasta para un cuento que ni al escritor más fantástico se le pudo haber ocurrido. Parados frente a una librería que tenía en su vidriera libros de Messi, Cristiano, Buffón, Yashin y Mourinho con Edgar hablábamos de lo increíblemente poderosa que se hizo la literatura del fútbol. Nombrábamos nuestros libros favoritos cuando de la nada aparece un hombre de turbante blanco y empieza a los gritos “Sudamérica, Sudamérica”. No sabemos como un tipo al que nunca tuvimos cerca, y que nunca cruzó el charco, entendió a diez metros ‘nuestros idiomas’. “Vos sos argentino y vos paraguayo”, así, sin presentarse nos sacó la ficha y se nos puso hablar de fútbol. Pero no de cualquier fútbol. Sino que nos hablaba del nuestro. 

Sin que nosotros nos presentáramos este marroquí de menos de 1,60, que andaba con un té en la mano y con una bolsa de supermercado en la otra, se emocionaba al recordar a los tres mejores delanteros paraguayos para su historia. “Me acuerdo del zurdo ese que jugó mucho tiempo en Benfica, eh… Tacuara Cardozo. El otro es Santa Cruz y el tercero al que le pegaron el tiro”, en clara referencia a Salvador Cabañas, el crack que recibió un disparo en la cabeza en el 2009 en una discoteca mexicana. Su español era rudimentario, pero se hacía entender. La verdad es que, nobleza obliga, pensamos que nos quería acompañar para terminar vendiéndonos algo, pero su compañía nos sacó más de una sonrisa. 

Cien, doscientos, trescientos metros, de él al lado. Nos hacía chistes con nuestros nombres. “En Sudamérica se llaman todos Alfredo, Eduardo, Javier, Pablo, Jorge. No hay un nombre distinto”, mientras intentaba que le dijéramos los nuestros. Su risa no se hizo esperar cuando confirmó que el mío era uno de sus nombres comunes. Llegó el turno de la repregunta. Porque no sabíamos nada de él. Solo su supuesta afición por el fútbol de nuestros lares. “Ahora que me lo preguntan ustedes también deberían reírse porque tengo un nombre un poco común. Me llamo Oussama, con u y doble ss, porque ustedes enseguida me dicen Osama. Por Bin Laden”, dijo antes de reírse solo, como quien comparte con amigos una desgracia personal en un asado en cualquier parte de Argentina o una buena sopa paraguaya del lado de la frontera para arriba.  

Seguíamos caminando por una Moscú nublada y con bastante menos clima menos mundialista que ayer, que vivió en éxtasis por la clasificación rusa a cuartos, y nuestro ya amigo marroquí nos contó que tenía 32 años y que había nacido, crecido y vivido en Casablanca. Que su equipo de toda la vida era el Wydad Casablanca, ese mismo que tiene como clásico al Raja Casablanca y que el año pasado salió campeón de la Champions Africana al ganarle al todopoderoso Al Ahly egipcio la final. Que vino a Rusia a cumplir el sueño de ver a su Selección en un Mundial y que tiene intenciones de quedarse trabajando en Moscú “por la ciudad, por la historia, y porque en Marruecos todo está muy complicado”. Pero él nos quería demostrar que sabía mucho de Argentina, su país sudamericano favorito: “Yo conozco a Rrrrrrrriquelme (estirando la r exageradamente), él es mi jugador favorito, al loco Palermo, a Bielsa, a Vélez, a Newell’s, a Boca, a River”. Nuestro ya amigo nos cuenta que la era de Román en el Villarreal le sirvió para descubrir según sus propias palabras “que era un playmaker”, que ese equipo con Forlán y compañía, que perdió la semifinal de la Champions contra el Arsenal, lo enamoró del 8 del Submarino amarillo. 

Cada momento que pasaba, me daba cuenta de que no me estaba mintiendo. Recordaba partidos y compañeros a los que Riquelme había dejado mano a mano con un pase suyo. El de verdad amaba al mejor 10 de la historia de Boca. Demostraba que su amor por Riquelme era tan puro como un hincha de Boca, o uno de Argentinos que lo disfrutó en el epílogo de su carrera. Y cuando nos sacamos la foto que quedará en el recuerdo de los tres tras está rarísima anécdota mundialista. El argentino, el paraguayo y el marroquí (parece un chiste, pero no lo es) se iban a tres caminos diferentes cuando Oussama sacó su última prueba. “Mirá mi Facebook, vas a ver que no miento”. Sacó su celular con la pantalla toda explotada de un golpe y efectivamente ahí estaba él. La primera foto que tenía en su perfil era una de si ídolo, Juan Román Riquelme, con la camiseta de Argentinos Juniors.