A través de sus más de 800 publicaciones de Instagram, religiosamente visionadas por sus más de 75 mil seguidores, la artista estadounidense Michele Bisaillon (28 años, Silicon Valley) “redefine el estándar de la selfie”, en palabras de la publicación Vice; léase, les da un nuevo significado, “utilizando una colección de más de 40 espejos –que van desde versiones plásticas rosas hasta variedades con forma de nube– para captar y compartir fragmentos de su reflejo de forma única”. En efecto, la parte por el todo es la ingeniosa fórmula que esta joven damisela utiliza para reinventar la tan, tan extendida –y un cachito narcisista– práctica del autorretrato, amén de “ofrecer múltiples perspectivas” de su cuerpecillo. “Mi meta es recordar a otros y a mí misma que siempre hay algo que no vemos, otra versión de la misma historia. Siempre habrá eventos simultáneos ocurriendo en el universo de los que no estemos al tanto. Encuentro esa abundancia de posibilidades infinitamente inspiradora”, se pronuncia la ocurrente MB. Y no por nada, dice hallar iluminación en films como Laberinto (1986) o El Mago de Oz (1939), que a su manera refuerzan la idea de que nada es lo que parece…  

“Los medios de comunicación producen sistemáticamente imágenes digitalmente alteradas; mi respuesta a ello es crear fotografías orgánicas, sin edición”, concede la joven fenómeno de redes. Subrayando, empero, que el problema no es la edición per se sino su mala utilización para “para vender productos y sembrar inseguridad, especialmente en las mujeres. Estamos sujetos a un estándar imposible y eso hace que nos odiemos. Es importante para mí encontrar alguna manera de sentirme a gusto y mostrarle a otros que también puedan sentirse así, sin necesidad de crear una versión completamente falsa de sí mismos”.

De allí que sus tomas parciales no dejen de ser un modo de empoderamiento que promueven cierta necesaria idea: que todos los cuerpos son hermosos. “Son el producto increíble de millones de años de evolución, y debemos disfrutarlos. Somos como somos y eso es algo bueno”, advierte la experimental señorita, cuya única herramienta es su iPhone. Y, en la tradición de Florence Henri, un nutridísimo repertorio de espejos a los que, según propia declaración, gusta “usar cual telescopios, como si se tratase de ventanas hacia otros mundos”. Mundos evidentemente recortados que, a primera vista, recuerdan al collage; y que pueden visitarse entrando en instagram.com/michel_e_b/