El personaje de la historia me pide que no revele su verdadero nombre. Y tengo que respetarlo, aunque no esté de acuerdo con él. Puede ser cualquiera que ustedes elijan ponerle. Yo lo voy a llamar Mister F, en honor a su personaje favorito del reality show de los hermanos Caniggia y al que el hombre en cuestión siempre imita riéndose. Ese es un tema menor, porque la historia de este porteño muy porteño en el día del partido de su selección no es muy común por estas tierras mundialistas. Es que este hombre barbudo y con lentes sabe que buena parte de su estadía en Rusia depende de lo que pase en Sochi a las 21, horario local. Por eso, por al menos 24 horas, dejó el pasaporte bien guardado en la valija para pedir una ciudadanía temporal y permiso para hinchar por el equipo de Cherchesov. Hoy sería, ruso por conveniencia. 

Se levantó como todos los días desde que está en su primer Mundial. Temprano para ir a organizar un día que sería especial. Habló menos de lo habitual. Mucho menos. Sobre todo a la hora de comentar el primer partido del día. Ahí, mientras miraba el triunfo inglés sobre Suecia. Estaba inquieto. Como ido. ¿Pero qué lo hacía estar tan nervioso? Nadie lo sabía. Pero él no era el mismo de todos los días. Estaba en su mundo, imaginando y diciendo cosas como “¿Te imaginás que hagamos un gol de entrada para que después ellos dejen espacios y podamos atacarlos con espacios?”. Después de miradas incrédulas uno de sus amigos le pregunto a quien se refería con el “nosotros”. A “Rusia, obvio”. 

Lo obvio a esa altura era que sus nervios no contrastaban con la importancia que puede llegar a tener para un argentino un partido entre Rusia y Croacia en un cuartos de final de un Mundial. Pero nadie podía dilucidar el motivo. ¿Le habrán prometido una cita si los locales siguen avanzando? ¿Tendría una apuesta? Nada cerraba. Pero Mister F se preocupaba por su preocupación y hacía todo para que el tiempo pase lo más rápido posible. Por eso, para sorpresa de sus amigos, se vistió, saltó de la cama y fue hasta el supermercado más cercano y compró la comida para la cena (cosa que nunca hace). Ya empezaba a preocupar. 

¿Se habrá enamorado del país? ¿Tanto le pegó lo de Argentina? Nadie lograba entender nada. Menos aún que se encerrara en la habitación para ver el partido que tanto lo angustió. No le importó que la televisión principal estuviese en la cocina. Él necesita su soledad para alentar al anfitrión de un Mundial que ya no tenía sudamericanos tras las derrotas de Brasil y Uruguay. Cerró con llave, y se puso una bufanda con los colores ruso que cambió en San Petersburgo antes del Argentina-Nigeria. Y empezó a sufrir. 

“No estamos bien, nos falta taparle más los pases a Modric”, se escuchaba tras la puerta en el comienzo del partido. Fue lo único que se escuchó por un largo rato. “Goooool, Cheryshev, Gol. Vamos carajo”, gritó como si estuviese en la Doble Visera alentando al Rojo de sus amores. Pero la alegría duró poco. “Noooooo. No marcan a nadie. Somos un desastre atrás viejo”, dijo tras el empate de Kramaric. Llegó la hora de la comida, pero él no salió del cuarto. No podía permitirse disfrutar nada. Estaba destinado a sufrir. Aunque esa durante esos noventa minutos. Pero este argentino que parecía haber perdido la nacionalidad en la puerta del departamento que alojaba en el conurbano moscovita tenía la ilusión intacta y vaticinó su deseo al aire: “Dale que si llegamos a los penales tenemos a Igor, ese que nos salvó contra España”. 

Pero su pesadilla más temida apareció de la cabeza de Vida. El cabezazo del central croata desató la furia de Mister F. “Nooooooooo. Ni una sola alegría me va a dar este Mundial de mierda”. Es que parecía imposible que la historia cambie de rumbo y lleve el partido hasta los penales. El silencio que salía de la pieza de Mister F era el mismo que había en un barrio que tranquilamente pudo estar ubicado en un país que no supiera de la existencia de este partido. Porque nunca se inmutó. Nunca pareció estar ubicado en la perisferia de Moscú. Pero al minuto 112 llegó el centro al área y el cabezazo de Mario Fernándes para el delirio de… Mister F. “¡Goooool! ¡Gooooool! Gracias Dios, en los penales lo ganamos. Están liquidados los croatas. Dale que lo ganamos. Dale”, se auto incentivó. 

Los amigos ya le habían tomado cariño a Rusia porque querían saber que le pasaba a un hombre demasiado parco en el resto de su vida. Falta poco para dilucidarlo. Llegaron los penales. Y la pésima ejecución de Smolov lo derrumbaron al hombre encerrado en la habitación. Ni siquiera la atajada de Akinfeev le devolvieron el alma el cuerpo. Sus años de cancha lo hicieron prever un final que llegó con el acierto de Rakitic. Rusia, su Rusia, quedaba eliminada de su Mundial. Y la puerta del cuarto,. ese bastión inquebrantable del sufrimiento se abrió para develar el misterio. “Tenía vendida una entrada que compré en la reventa por 2000 dólares. Ya tenía el comprador. Me pagaba casi todo el viaje. Me quiero matar”, dijo ante el asombro de su grupo de amigos que no sabían de la existencia de ese ticket. “Se lo compré a un argento que me lo vendió a 100 dólares y encima es categoría 1, la más cara”, dijo con los ojos llenos de ira. Ninguno de los que escuchaban la historia atinó a decirle nada. Y Mister F, solo atinó a sentarse para comer una cena que ya estaba fría desde hacía más de una hora…