Una compañía de teatro y títeres cumple cuarenta años de trabajo ininterrumpido. Lo hace con obras que se dirigen a públicos de todas las edades. Funcionando en forma cooperativa, con más de veinte integrantes. Con once espectáculos que siguen girando por el país. Y acumulando, en todos estos años, cerca de tres millones de espectadores. Por cada una de estas cuestiones, la permanencia de Libertablas podría ser, en sí misma, un acontecimiento. Sin embargo, el grupo va por más: celebra las cuatro décadas con un gran estreno, Las mil y una noches. Que puede verse hoy a las 15 y, en vacaciones de invierno, todos los días a esa hora, en el Teatro 25 de mayo (Av. Triunvirato 4444).

“Cuentos y cuentos, dentro de cuentos”, dice la canción central de esta nueva obra de Libertablas. La música original es una de las marcas fuertes del grupo, que en ocasiones ha sido registrada por voces como las de León Gieco o Teresa Parodi. Esta vez, dicen Sergio Rower y Luis Rivera López, fundadores de la compañía, el tema central describe con justicia el espíritu de Las mil y una noches, y el modo en que lo han tomado desde el teatro: esos “cuentos y cuentos, dentro de cuentos”, que son los que Sherezade le va contando al rey Shariyar para salvar su vida, permiten trabajar también con “teatros dentro del teatro”, atravesando distintas técnicas –con la manipulación de títeres y objetos a la vista, que también es marca del grupo, yendo del pequeño retablo hasta las grúas con genios voladores, desde la milenaria proyección de sombras hasta las tecnologías novedosas–, y creando distintos climas. 

Y así esas mil y una noches que Sherezade atraviesa y crea a fuerza de cuentos van abriendo mundos de fantasía, aventura y misterio. Como el de “Aladino y la lámpara maravillosa”, “Simbad, el marino” o “El elefante mecánico”, que en esta puesta es una de las grandes sorpresas a nivel de realización. La famosa recopilación de cuentos anónimos en un ambiente árabe, fue un éxito editorial en la Europa del siglo XVIII, y además volvió clásicos a varios de esos cuentos, como el de Aladín (que en su versión Disney tiene un solo genio, pero que aquí recupera la historia original, con dos genios, incluido Ají, al que no le salen tan bien las cosas). “Nos metimos en un material con enorme cantidad de posibilidades, que tiene muchísimo que ver con la forma que nosotros elegimos para decir las cosas. La aparición de la magia, la transformación en un mundo imaginario que ni siquiera es exactamente Oriente... Y en ese mundo donde todo es posible, al mismo tiempo se tocan temas que funcionan en el inconciente de todos nosotros”, define Rivera López. 

Libertablas había tenido una primera aproximación a Las mil y una noche exactamente veinte años atrás, en una temporada del Cervantes. Pero, a diferencia de lo que sucede en general con sus obras, que luego de su estreno continúan años y años girando en teatros, escuelas o espacios comunitarios, aquella vez empezó y terminó. “Era un momento en que la dirección del Cervantes cambiaba cada seis meses, con lo cual no se pudo sostener en el tiempo. Aquel espectáculo descansaba sobre la gran estructura teatral del Cervantes, y era imposible sacarlo afuera. Cuando bajó, no se podía hacer en un club, en un comedor comunitario, o en el teatro Maipú de Banfield. Y nos pasó otra cosa: fue tal el éxito, tantas las funciones (180 en un año), que nos generó un desgaste interno. Cuando bajó, inconcientemente fue decir: ¡por fin!”, recuerda Rower.

–¿Y por qué retomaron ahora la historia, con otro espectáculo?

Luis Rivera López: –No nos gusta retomar materiales. Pero en este caso nos había quedado una espina en el ojo. A nosotros nos gusta trabajar el material a largo plazo, darle su tiempo para crecer, para encontrar sus nuevas formas. Eso no había podido suceder. 

Sergio Rower: –Por eso nuestros espectáculos tienen diferencias con el estreno, a los dos, a los cuatro años, van cambiando. Es nuestra forma de trabajo, aunque hoy parezca raro, casi insólito, que un grupo de actores pueda hacer 400, 700 funciones del mismo espectáculo. Para mí lo raro es lo otro, lo que sucede hoy: si ensayás cinco o seis meses para hacer cuatro funciones, ¿qué personaje podés desarrollar? Está claro que se termina de construir en el hacer, en las funciones, el actor lo necesita en las dinámicas de crecimiento de su personaje. Hoy ese tiempo se ha ido desvaneciendo, pero nosotros lo cuidamos un elemento central de nuestro teatro. 

L. R. L: –Por eso con Las mil y una noches nos quedó la sensación de que estaba sin concluir. Y la aparición en el último tiempo de la problemática femenina, de los pañuelos verdes, la irrupción magnífica de la mujer en defensa de sus derechos más esenciales, nos hizo ver que la anécdota central que estábamos contando hablaba de eso. Y en aquel momento no lo habíamos pensado así. Sin embargo estamos hablando de Sherezade que con sus cuentos toma la manija para defender su vida y la de las mujeres, eso la transforma en una heroína muy actual. Esa era solo la punta del ovillo, empezamos a tirar y aparecieron todos los cuentos. Hicimos un trabajo de profundización y de encontrar la verdadera esencia de Las mil y una noches. Con su costado fantástico, tiene el clima justo de comedia potente y liviana, pero que a la vez está tratando temas muy importantes. Era perfecto para hacer un material que nos sirviera para muchos años. 

–Este clima de comedia, que al mismo tiempo habla de cosas profundas, se liga también al público que va a verlos: son chicos, pero van con grandes. ¿Lo piensan así?

S. R.: –Nosotros no elegimos una obra “para chicos” o “para grandes”, porque, ¿quién tiene la fórmula? Vos haces lo más auténtico que tenés, dotado de un lenguaje que te acompaña hace un montón de tiempo, con un director de arte, un director musical, todos sabemos hacia dónde vamos. Pero la verdad es que no pensamos de antemano: ah, esto pega bien para tal edad… ¡Y si lo pensamos, siempre le erramos! (risas). Por ejemplo, está el candidateado a nuestro mayor fracaso: Don Quijote. Cuando lo hicimos, fue porque teníamos ganas, que así surgen los espectáculos en Libertablas. Las maestras de primaria nos decían: no, como voy a llevar a los chicos, no lo van a entender... Y los de secundarios te decían: no, cómo los voy a llevar, si es con títeres... Teóricamente, era nuestro peor fracaso. Sin embargo fue uno de nuestros mayores éxitos, fue premio Ace y fue visto por 120 mil pibes. Ni qué hablar de Los cuentos de la selva. Nuestra generación lo leía en séptimo, porque Quiroga era sangriento. Cuando estrenamos, las chicas de jardín nos decían: ¡no, cómo los voy a llevar a ver Quiroga! Se estrenó hace once años y hoy por hoy vienen, sobre todo, los más chiquitos. Y el espectáculo es el mismo, no es que “lo adaptamos”. Hacemos una verdadera apuesta a la profundidad de lo ingenuo, a jugar la aventura con nosotros durante un tiempo. 

–¿Cómo es esa apuesta en Las mil y una noches?

S. R.: –Le decimos al espectador: No caigas en el clishé de Las mil y una noches, de la seducción, el erotismo, el Oriente prefabricado… Vení a la aventura, vení a sorprenderte, vení que vas a encontrar un montón de cosas que ni te imaginás. Con mucha irrupción de lo sorprendente, pero con la técnica puesta al servicio de una historia potente. Ese mundo de fantasía es el espíritu de Las mil y una noches. La seducción no pasa por una cuestión adulta o de desnudeces. La seducción pasa por la invitación: acompañame setenta minutos, vas a ver que te vas a sorprender. 

L. R. L: –La estructura general de narraciones y cuentos que traen otras narraciones, como dice el tema musical central, potencia esa fantasía: No sabés cuándo empieza uno y termina el otro, y dentro de otro cuento empieza otro. Y todos son cuentos que está contando Sherezade, que también es un personaje dentro de un cuento que estás leyendo... Esa estructura de realidades dentro de realidades, nos lleva a funcionar con técnicas dentro de técnicas, como teatros dentro del teatro. Entonces aparecen las sombras adentro de la narración que ella misma está poniendo en funcionamiento, para poder seducir al rey, para defender su próximo día de vida. Toda esta forma de funcionar nos resulta sumamente rica.

–Decía que toca temas que están en el inconsciente colectivo. ¿Cuales serian?

L. R. L.: –El deseo, la posibilidad de su concreción. La posibilidad de proyectar, de ser dueño de tu propio destino, aun en las circunstancias más difíciles. La construcción de una realidad ideal en el sentido de que es fantástica, pero no exenta de todo tipo de sentimientos de la realidad: el amor o el odio más extremo, la maldad, la bondad, y esencialmente el amor. Shariyar, el rey que quiere condenar a Sherezade, vive todos los cuentos que ella le va contando,  como protagonista de los cuentos. Ella lo transforma en protagonista, y él a ella también. Y así los personajes, sin buscarlo, descubren el amor. El tema central es cómo la fantasía se involucra en nuestra vida y puede cambiarla. Si la dejamos.  

–¿Cómo es el proceso de trabajo, en una obra que piensan “para muchos años”?

L. R. L: –Cuando empezamos a ensayar, el primer paso es hacer la obra completa, sin nada. Solo con el actor, su voz, su cuerpo y su clima. Ahí aparecen millones de cosas importantísimas de conservar y de recuperar después, cuando ya está lleno de otras cosas. Me gusta citar a Peter Brook, el hacía Shakespeare y antes del estreno se iba sin trajes, sin nada, con los actores, al patio de una escuela y pasaba la obra. Si funcionaba, quería decir que estaba bien. Esa es la posibilidad del actor de transformar la realidad y de transportar al espectador. Después vienen todas las herramientas. Entonces, cuando ya tenemos los millones de muñecos, las grúas, el elefantes gigante, la tarea es recuperar, con todo eso, lo que teníamos cuando hicimos aquella pasada completa, solo con la actuación. 

–¿Y el modo de funcionamiento que han elegido, en cooperativa?

S. R.: –Es el modo al cual la  realidad nos llevó. Sin duda es nuestra elección. En un momento dijimos: está bueno ser nuestros propios directores, nuestros propios jefes. Eso es muy lindo… pero muy trabajoso. Por elección y por contexto, en esta realidad tan inhóspita, hoy no podríamos trabajar de otra manera. Además porque ese modo de funcionamiento conlleva otra elección central: la posibilidad de llevar nuestro teatro adonde no llegaría de otra manera. A las escuelas, a los barrios, a los teatros comunitarios. Y llevarlos en las mismas condiciones: no llevamos menos actores o menos técnicas. Nos seguimos colgando de la grúa, nos las ingeniamos para buscar luz teatral… Ahí sabés que cuando termina la función, si querés ser optimista podés decir: es una de las pocas veces en su vida que este pibe vio teatro. Si te ponés realista, antes decíamos es la primera vez, y hoy decimos, por ahí es la ultima. La mochila de tomar Las mil y una noches, Shakespeare, Lorca, Quiroga, Discépolo, y llevarlos hasta ese lugar, hace la gesta más grande. Y sigue siendo una gesta artística, no “social”… 

–¿Por qué hace esa distinción?

S. R.: –Hay un costado social, claro está, lo que no quiero es desvalorizar lo artístico desde la gestión. No hacemos “teatro gratis para los pibes que no tienen nada”. No son los “pobres pibes”. Y nosotros no somos los genios iluminados que “vamos a llevarles cultura”. Lo más fácil es decir que no tienen recursos. Pero tienen  un montón de recursos. Siempre cuento lo que aprendimos cuando llegamos a Virrey del Pino en 2001. La maestra que nos llevaba nos decía “es la parte pobre de Catán”. Clarisa es hoy la directora de la Biblioteca Popular de Virrey del Pino. Ella había abierto un comedor comunitario en lo que llamaban “el shopping”, una galería que había cerrado, donde hoy está la biblioteca. Les ofrecimos funciones gratis. Y nos dijo: “No, acá los pibes tienen que pagar”. Estuvo un año consiguiendo que los pibes vendieran berenjenas en la ruta para juntar la plata. Y nos explicó: “Si yo no les digo a estos pibes que ustedes son laburantes, como sus padres, y que así como juntan para comprar un caramelo o una fichita, pueden juntar para su entrada de teatro, no les estoy enseñando”. No es la única, hay muchos héroes. 

L. R. L.: –Y le aseguro que a veces se encuentran más carencias en zonas económicamente acomodadas.