Zona de riesgo atravesó algunos inconvenientes, intentos de censura, reclamos de funcionarios, y hasta comentarios de colegas autores que vamos a contar.

En marzo de 1993, la revista Ahora publicó un extenso reportaje al autor Alberto Migré que en referencia a la historia de Zona de riesgo 2 expresó:

“Zona de riesgo es un programa peligroso. No porque me asuste sino porque no se le debe meter el dedo en el ojo a la gente. Ojo, no hablo de censura, pero la libertad tiene un límite y esta gente mucha veces me asombra”. Habiéndolo conocido a Migré pensamos, sin equivocarnos, que de ninguna manera hablaba de censura, como él aclara, pero sí del impacto que recibía un autor de otra generación ante la temática descarnada de una miniserie que apelaba a un público que exigía encontrar en la televisión historias nunca vistas. En la distancia entendemos que las historias de Zona de riesgo eran adelantadas a su tiempo. Hoy las series exploran de manera despiadada aspectos del alma humana que muchas veces el cine industrial no se anima a explorar.

Acerca de Zona de riesgo 3, Clarín publicó en su columna de cartas de lectores una escrita por el entonces diputado Felipé Solá, presidente de la Comisión de Agricultura y Ganadería de la Cámara Baja:

“Maestro y Vainman, los autores de la serie, conciben una situación según la cual Rodolfo Ranni, especie de jefe de partido político, le dice a Gerardo Romano, que interpreta a un joven diputado venido de un pueblo del interior, que no presentase un proyecto de ley sobre el uso de plaguicidas, ya que se lesionaban los intereses de un grupo económico que importaba esos productos.

–¿Cómo vamos a cambiar las reglas de juego? –acota por su lado el empresario afectado por el proyecto, partícipe de la conversación. ¿Por qué no regulan otra cosa?– inquiere.

–¡Estos productos están prohibidos en otras partes del mundo! Se defiende Romano, en cuyo pueblito está instalada la empresa que contamina el agua.

–Claro, pero aquí estamos en “esta” parte del mundo– replica el pragmático Ranni.

Hasta aquí la ficción. Ahora quiero decirles a Maestro y Vainman, y a todos los que quieran enterarse, que la Cámara de Diputados de la Nación dio sanción este año a un proyecto de mi autoría de ley de agroquímicos...”

La nota continúa en defensa de ese proyecto de ley, por cierto interesante. Más allá de que en la Argentina siguen utilizándose estos productos y sin saber el alcance de dicha ley, lo curioso –por no decir lo loco, para usar un término en boga– es el nivel de temor que presenta una ficción. Hoy nuestra televisión está invadida de denunciantes y denunciados que confrontan en interminables paneles en una discusión bizantina temas trascendentes con la frivolidad que los caracteriza. La ficción sin duda inquieta mucho más y de ahí las reacciones que despierta. ¿Cómo discutir con un personaje o una historia que no existen más allá de la cabeza del autor? Debe ser un arma lo suficientemente poderosa como para que un diputado de la Nación, una jueza o una organización sientan que afecta su buen nombre o la mente de los espectadores que desde ese entonces –y cada vez más– exigen no ser tratados como infradotados.

En abril de 1992 salió al aire el primer episodio de Zona de riesgo 1. En un momento dado el protagonista encarnado por Gerardo Romano consumía cocaína. La jueza federal Amelia Berraz de Vidal recibió la denuncia de un particular por apología del delito e incitación al consumo. Hizo lugar a la denuncia y secuestró el tape de los dos primeros episodios para analizarlos. La continuidad del ciclo estuvo en peligro y comenzaron los rumores. Finalmente la jueza decidió que había inexistencia de delito y permitió la puesta en el aire del segundo episodio.

Del mismo modo una ONG autodenominada Fundación Argentina del Mañana acusó al programa y a los autores de Zona de riesgo 2, cuyos protagonistas vivían una historia de amor homosexual, de cometer delitos contra la moral y las buenas costumbres. Reunieron siete mil firmas exigiendo el levantamiento inmediato del ciclo y condenando al infierno a todo su elenco artístico. Se estableció un debate en toda la sociedad acerca de si era posible que en televisión dos hombres se besaran en cámara. Debatimos mano a mano en un programa político (Hora clave de Mariano Grondona) con el secretario de dicha ONG. Los argumentos eran absolutamente antediluvianos, dignos de Torquemada.

En Zona de riesgo 3, además de la carta del diputado Solá, la dirección general del canal recibió el llamado de un conspicuo ministro del gobierno de Carlos Menem, también proveniente de una provincia como era el protagonista. Dicho ministro preguntó alarmado: “Che ¿no estarán contando mi historia, no?”. La presión se hizo notar La dirección general del canal hizo oídos sordos tanto a él como a las supuestas firmas y a la denuncia en la justicia. Nada impidió que Zona de riesgo saliera al aire.

Este fragmento pertenece a 36 años de historias de la televisión que todos vimos que por estos días distribuye Sudamericana.