Intento congelar óvulos desde los treinta y tres años, no siempre lo logro pero la técnica es la misma. Te inyectás hormonas, más de una, más de una vez, más de un día. Los controles son rigurosos y la medicación cronometrada. Si el tratamiento prospera te anestesian, te punzan y el reposo lo hacés en tu casa. Pero lo más doloroso, tal vez, no está en ninguna de esas partes del cuerpo.

La primera institución a la que me acerqué y en la que me atendí durante tres tratamientos previos a la Ley Nº 26.862 (2013) de Acceso integral a los Procedimientos y Técnicas Médico-Asistenciales de Reproducción Médicamente Asistida no me recibió con los brazos abiertos. Los tenía ocupados colgando la gigantografía con la que te dan la bienvenida. “Ninguna mujer nace preparada para no ser madre”, luce con letras rosas y la imagen de una niña, rubia y de tez blanca, alimentando a un bebé. No hay varones en el cartel pero tampoco en los interlocutores a quienes, se supone, está dirigido. El cuerpo es el nuestro y el mandato también. Esa tarde tomé notas y saqué fotos, mientras esperaba ser atendida. Algún día voy a escribir sobre esto, me prometí.

Mi segunda experiencia no fue distinta. “¡Dame el número de tu terapeuta que juntas vamos a elegir lo mejor para vos!”, sentenció la directora del lugar aplicando el protocolo de primera consulta. En su parecer, mi capacidad para resolver iba al ritmo de mi baja reserva ovárica y mi cuerpo debía ser estimulado con un cóctel de hormonas acompañado de la pérdida de autonomía. Nada podía decir sobre mí y, por supuesto, ese tratamiento no prosperó.

Pero mi historia es una en el vértigo del deseo, tan individual como dinámico.

Para tener hijxs o para no tenerlos, una mirada moralizante rodea los cuerpos de las mujeres cuando hablamos de embarazo y de maternidad.

El 13 de junio pasado, la diputada por San Luis, Ivana Bianchi, rompió en llanto por las mujeres que no pueden concebir y emitió su voto negativo ante el Proyecto de Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE). Antes y después este argumento respaldó las expresiones de rechazo a la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito en todas las redes sociales.

¿Por qué en nuestro nombre? ¿A nosotras quién nos preguntó? 

La vigilia me encontró en la calle y en el sillón de mi casa, pero algunos de los discursos me llevaron a sensaciones de consultorio y a historias de reposo con amigas. Aquellas mujeres maravillosas a las que acompañé y me acompañaron. A las que abracé, ya a salvo de la muerte y de la policía, mientras se despertaban de la anestesia de un aborto clandestino.

Señoras/es Senadores, acá no hay dicotomías. Nos une la lucha en cuerpo colectivo. Porque el deseo es nuestro y no se legisla. ¡Qué el derecho a la salud y a la vida de las mujeres sea ley!

Nadina Campos: Licenciada en Trabajo Social de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.