¿Qué quedaría “si de repente por el capricho atento de un ser supremo la industria del arte y la formación artística regularizada desaparecieran del mundo?”, se pregunta el crítico Claudio Iglesias en su epílogo a la reedición, publicada este año en Rosario, de una obra de Manuel Mujica Lainez que nació de un lugar popular y excéntrico.

Su tema no lo es menos. “Ya puede insinuarse una respuesta: si al arte le estuviera vedada su realidad técnica, quedarían las mujeres con su propio arte”, remata Iglesias en su reciente texto. En 1963, en Buenos Aires, en un departamento de la Avenida 25 de Mayo 758, Leonor Vassena, Nini Gómez Errázuriz de Paz y Niní Rivero inauguraron la galería El Taller, dedicada a exponer obras y a promocionar artistas de una tendencia que había comenzado a llamarse “arte ingenuo”.

El escritor Manuel Mujica Lainez fue el autor de los catálogos de la galería. En 1966, esos breves textos en una prosa exquisita fueron ordenados alfabéticamente (quizá reescritos) y reunidos en un pequeño diccionario de la pintura ingenua que la editorial Viscontea publicó en su colección de fascículos quincenales ilustrados titulada Argentina en el arte. El diccionario fue precedido de otro fascículo, también por Mujica Lainez: el ensayo La pintura ingenua. El contenido de los dos fascículos (fueron el 11 y el 12), con algunas de sus ilustraciones, más el epílogo de Iglesias, acaba de ser reeditado por el sello Iván Rosado en su colección Maravillosa energía universal como La pintura ingenua y Pequeño diccionario de la pintura ingenua.

Conviene empezar a leerlo por la parte que nadie lee: la lista de títulos publicados en la colección. Muchos autores de Rosario que escriben o sobre quienes se escribe en el catálogo fueron expositores de El Taller: Juan Grela G., Augusto Schiavoni, María Laura Schiavoni, Mariette Lydis. La ley que arma este contra canon es la ley del gusto.

 

José Luis Menghi. S/t.

 

“La galería El Taller hizo muestras de artistas que nos encantan y que aumenta el imaginario argentino. El libro le da la importancia a la galería El Taller como a la peluquería de Ana Sokol, lugares ideales para nosotros pensar las reuniones”, dice Masuelli. Se refiere a una peluquería que Mujica Lainez menciona en su libro y que funcionaba como espacio de encuentro, entre las tijeras y tinturas de la pintora ingenua Ana Sokol. Revela Claudio Iglesias en su epílogo que otro habitué de la peluquería de Sokol fue Jorge Gumier Maier, el impulsor de una estética inefable: la del Centro Cultural Rojas.

Wandzik y Masuelli tenían muy presente la peluquería de Sokol cuando este año abrieron El Bucle, un espacio de arte en el barrio de Arroyito que funciona los sábados por la tarde. Artistas ambos, crean ámbitos muy singulares. Un gusto, una categoría estética o “una sensibilidad”, como dice Susan Sontag en sus “Notas sobre el camp” (1964), es algo “casi inefable”. A la pintura ingenua, según Iglesias, la inventó Mujica Lainez. Iglesias la piensa sin ingenuidad como un “espectro”: algo que no existe sino como sombra de una ausencia, la de la realidad técnica del arte. Espectro que deambula por los umbrales de lo artístico, la “pintura ingenua” constituye un objeto liminal.

En este extraño diccionario en primera persona, el autor de Misteriosa Buenos Aires confiesa que aún no había llevado su amor por esa sensibilidad al extremo de confiar su cabeza a la Sokol. Sí tira al pasar y entre paréntesis una anécdota que parece trivial, pero que de confirmarse serviría para reescribir la historia del arte moderno: el dripping, la técnica de chorreado que ubicó a Jackson Pollock en el centro del canon a mediados del siglo XX, podría haber sido inventado por Georges Mathieu una tarde de ocio en la casa de Susana Aguirre.

Los textos de Mujica Lainez y de Iglesias arman un contrapunto de tensiones entre arte internacional o regional, burgués o popular, céntrico o barrial, hegemónico o subalterno, normal o excéntrico. Componer un canon de lo fuera del canon, reunir individualidades que de por sí jamás se reunirían (y menos que menos como estrategia de poder), parece ser un propósito común a las galeristas, al escritor y a la editorial aunque medie más de medio siglo entre ambos proyectos.

La etiqueta de “ingenuo” puede ofender cuando se la adosa; un laurel que se puede rechazar, dice Iglesias. Pero hoy hay más público para lo que se piense como margen. Eso es en parte gracias a que, articulada en muchos casos con las luchas de las minorías sexuales, hubo en la segunda mitad del siglo XX una crítica posmoderna con firmas como las de Susan Sontag o Manuel Mujica Lainez que se atrevieron a elaborar nuevas categorías estéticas para articular nuevas sensibilidades. Pararse en el borde, hoy, es un gesto central.