Una de las grandes obras de la historieta argentina de los últimos años es Dora. Dora es una novela gráfica o, para afinar la definición, una serie de novelas gráficas. Es posible definir esta serie de libros de Ignacio Minaverry como “de aventuras”, “de espías” o “históricas” y no estaría estrictamente mal. Tampoco estaría estrictamente bien. Dora es eso y mucho más también. Los dos primeros libros fueron serializados en la revista Fierro. El tercero, que acaban de coeditar en la Argentina Hotel de las Ideas y La Maroma, salió primero en Francia. Si en las anteriores el dibujante exploraba la vida de su protagonista en los suburbios parisinos, un viaje a la pampa rural siguiendo la pista de Menguele y buceando en los archivos desclasificados de los nazis, esta vez acomete una empresa que tiene todos los elementos para identificar a los lectores argentinos: buscará restituir la identidad de una amiga, que sospecha tiene origen polaco y fue apropiada y “germanizada” tras nacer. De ahí el subtítulo del libro Malenki Sukole, y los años que abarca esta aventura: 1963 y 1964. Mientras avanza en el mercado galo con un cuarto tomo, Minaverry charla café mediante con PáginaI12.

–En algún momento se había cansado de Dora, del tiempo que exigía. ¿Se amigó con ella?

–Sí, pero igual es muy arduo de hacer. Cuando hacía Noelia en el país de los cosos para Télam hacía el laburo y me quedaba tiempo para al menos andar un poco en bicicleta, vivir un poco. Con Dora me levanto, dibujo-dibujo-dibujo, paro, como, vemos alguna boludez en la tele y sigo dibujando hasta que termino. Hago una página por día, que es mi medida. Además hay que hacer los guiones, que a veces se complica, tengo que leer documentación. Es una historieta muy complicada de hacer, aunque en algún punto también me gusta. El problema en su momento es que no sabía cómo seguirla.

–¿Cómo lo resolvió?

–En algún libro había leído eso de los bebés polacos apropiados y claro, lo primero que te acordás son las Abuelas de Plaza de Mayo acá. Me interesa hacer historias con partes poco conocidas de la Segunda Guerra o los nazis. Y de eso no había escuchado mucho. Me interesó. Y cuando decidí retomar y hacer un tercer tomo, lo primero que salió fue este tema. Después los libros son autoconclusivos, pero hay una continuidad con juicios, gente que van buscando y eso.

–Pero hay saltos temporales entre un libro y otro.

–Sí, pero del tomo 2, que Dora conoce a Beatriz, la abogada, y empieza a trabajar con ella, a partir de ahí todo se va ligando con las investigaciones que hacen para llevar a tal o cual nazi a juicio.

–El personaje cambia. En el primer tomo parecía una espía más “realista”, ahora es una investigadora.

–Lo de ser espía fue más una changa que tuvo. No se dedicó a eso. Tampoco es un personaje tan aventurero. No es Tintín. Siempre tuvo la cosa obsesiva por los archivos, ordenar cosas y clasificar datos. Eso es lo que está desde el principio. Después sale lo de ir a Argentina, que era atípico para el personaje, pero tampoco es tanta aventura: le ponen un micrófono al nazi, escuchan lo que habla y listo. Y la búsqueda esa hasta termina anticlimáticamente, que es como terminó en la vida real: salieron temas más urgentes en Israel y los agentes del Mossad se tuvieron que dedicar a eso. Así que se clausuró la búsqueda y el tipo murió libre, de un paro cardíaco en la playa. Pero la obsesión de Dora con los archivos y la cuestión metódica de buscar gente, tomar testimonios, buscar datos en biblioratos, quedarse dormida sobre los archivos, toda esa cuestión siempre estuvo. 

–¿Hay una idea detrás de que los regímenes totalitarios se condenan a sí mismos con su propia burocracia?

–No sé si se condenan a sí mismos. Los nazis se las arreglaron bastante bien para quedar impunes, la mayoría no fue a juicio. Conspiraron un montón de temas para que la mayoría quedara impune en Alemania. La idea en nuestra cultura popular es que todos los nazis escaparon a Argentina. Lo cierto es que la mayoría de los nazis quedaron tranquilos en Alemania, tuvieron puestos de gobierno, en la policía, o se fueron a trabajar a otros países. Y el país que más nazis recibió, que sorprende escucharlo, es Canadá. Muchos ucranianos de las SS, de lo peorcito, guardianes de campos de concentración, terminaron en Canadá. Nosotros tuvimos varios casos célebres, pero la verdad es que la mayoría se quedaron en su país y si fueron enjuiciados, la mayoría salieron amnistiados en la década del 50. Las condenas en Alemania fueron muy cortas. En el libro se ve cómo el comandante de Belzec, uno de los peores campos de exterminio, apenas quedó cuatro años en cana. El resto, absueltos por falta de pruebas.

–En un pasaje del libro describe cómo encaraban los juicios. Son parecidos a los argumentos que usaban los represores argentinos. Hay mucho del “teníamos órdenes”.

–Sí, tratar de descargar la responsabilidad en otros. Además los departamentos de las SS tenían muchas internas. No había un espíritu de cuerpo grande y si tenía que caer otro, caía otro. Los subordinados del comandante de Belzec apuntaron todos contra él. También el libro explica que la manera de enjuiciarlo era muy tramposa. Los enjuiciaban por asesinato, no por genocidio. Entonces si no había pruebas de que tal o cual guardia había matado a alguien, y que lo había hecho con saña, con sadismo, no iba preso. Así no hay manera de llevar a juicio un genocidio. Se empezó a juzgar con el criterio de genocidio, con la idea de que un SS ya por haber estado en un campo era sospechoso, en los 90, cuando estaban todos muertos o viejos. La justicia fue bastante lerda.

–Es imposible leer el libro sin pensar en la dictadura argentina, ¿era la intención al abordar el tema?

–No hacer una comparación entre nazis y milicos de acá. Pero sí la psicología de Lotte cuando descubre que no es Lotte, sino una beba polaca robada, la única fuente que tuve fue leer sobre gente apropiada en Argentina. De los polacos no hay mucho escrito. Y al no tener ellos tampoco unas Abuelas allá, muchos ni se enteraron, o se enteraron ya de viejos. Mucha gente no sabe quién es. 

–¿Cómo fue esa parte de la investigación?

–Leer todo lo que me encontraba. En los agradecimientos pongo especialmente a Angela Urondo, la hija de Paco Urondo, porque el libro que ella escribió contando su experiencia con su familia apropiadora y después conociendo a su familia verdadera explicaba muy bien el proceso.

–¿Qué influencia tuvo Noelia en esta nueva etapa de Dora?

–Narrativamente no sé decir. Cada historieta tiene un carácter muy fuerte y distinto. Cuando hice Noelia quería hacer lo más distinto de Dora que me saliera. En el dibujo sí veo que cambió mucho. Entre el más realista que trataba en los dos primeros libros y el más de caricatura de Noelia, se hizo una mezcla. En este me parece que los personajes son más humanos, antes eran más muñecoides. En este tercero hay formas de gestos, de dibujar manos, bocas, que parecen más humanos. Me gusta mucho. Creo que se mezclaron los dos dibujos y salió otra cosa. Quiero creer que la Dora de ahora es distinta que la de antes. No quiero retroceder, sino enriquecer lo que estaba haciendo.